Tishrei y después

Termina el mes hebreo de Tishrei. Podrían decirse muchas cosas respecto a la “maratón espiritual”, como muchos llaman a todo lo que rodea Iom Kipur desde el primer Shofar en Elul hasta el último baile con la Torá; lo que cabe preguntarse, en especial para judíos más o menos parecidos a uno, es qué hay por delante. Como me gusta decir a mí, de qué hablamos de aquí en más, cuál es la conversación judía que sigue.

Parecería que durante los días de Rosh Hashaná y Iom Kipur, y aun en Sucot, que cada año convoca un poco más, hemos agotado todos los temas; o por lo menos los hemos dejado planteados. La cuestión es qué hacemos al respecto: ¿seguimos hablando o actuamos de alguna manera?

Como judío, mi desafío personal siempre ha sido conseguir actuar más que hablar; el judaísmo hablado, o judaísmo de café, es relevante sólo si en algún momento y de alguna forma se transforma en acción. Eso que en judío llamamos “halajá” y que para algunos es prescriptivo y para otros es electivo. Lo llamo desafío porque aun en mi concepción liberal sé que estoy más lejos de lo que quisiera de un estándar de “actuar” judío, mientras que probablemente abuso de “hablar” judío. Sin embargo, si la Torá dice que el creador hizo su obra por medio de la palabra, por lo menos tengo noción de no estar en el camino errado.

Dicho esto, la gran interrogante sigue vigente: después de Tishrei, ¿qué?

Muchos, me incluyo, pensamos en Januca, que dependiendo del año pasa más o menos desapercibido: en ocasiones el calendario gregoriano lo fagocita en sus costumbres pre-navideñas, y en otras lo fagocita la Navidad en sí misma. Es más: la tenaz construcción de un paralelismo entre las luminarias de Januca y las luces navideñas es no sólo artificial y arbitraria sino irritante; los judíos tenemos nuestra luz, los cristianos la suya. Januca nos salva por unos días de ese abismo de oscuridad hasta Pesaj, y simétricamente Purim actúa de recordatorio de que pronto seremos liberados. Ninguna de ellas es festividad bíblica, y ambas son más sincréticas de lo que como judío entiendo una festividad judía.

La propuesta para este año 5783 cuyo primer Shabat será el próximo, Shabat Bereshit, es aferrarse a la escalera de Iaacov. En un sentido figurado, esos ángeles que suben y bajan bien podemos ser nosotros en una dinámica permanente de ascenso y descenso, de lo secular a lo consagrado, de la cotidianeidad diaria a una cotidianeidad semanal y distinta. No por nada Shabat es el primer precepto específicamente judío. Shabat supone muchas obligaciones y prohibiciones, mucho deleite y algunas renuncias; no quiero entrar en ese campo halájico y controversial. Mi poco original propuesta es tan simple como básica.

Cada Shabat leer la Parashá. Sea que vaya a la sinagoga de su gusto o no, leer el texto. Una paradoja lamentable, consecuencia de este vacío que para muchos se genera después de Tishrei, es que nos perdemos los dos libros más atrapantes, vigentes, y humanos del Pentateuco: Bereshit y Shmot. Cuando, pasado el otoño en este hemisferio, allá por abril, retomamos el contacto con lo judío, estamos transitando los anacrónicos ritos de purificación y sacrificio, los tediosos censos, y las largas y controvertidas listas de prohibiciones y consecuentes castigos. Nos hemos perdido la historia de quiénes somos y de dónde venimos.

Todo lo que se precisa es una versión judía de la Biblia, y la voluntad de dedicar un tiempo a su lectura cada semana. No sólo estaremos consagrando el tiempo a aquello para lo que fue instituido, sino que estaremos apoyando el pie en los escalones que nos llevaran del último paso de baile en Simjat Torá al primer sonido del Shofar en Elul. Entre tanto, tendremos la palabra.