Isabel II y el legado judío
Una de nuestras características como judíos, desde nuestra singularidad, es preguntarnos cómo los eventos que nos circundan se vinculan con nosotros: sea que influyan en nuestra existencia o sea que simplemente la justifiquen. Hay como una obsesión en buscarle lo judío al evento de turno casi como se le busca el pelo al huevo. En realidad, y sin llegar al extremo de Yuval Noah Harari que afirmó (soy testigo y doy fe) que la historia judía es insignificante en términos de historia universal (con lo que no estoy de acuerdo), creo que hay eventos o personajes que simplemente no tienen nada que ver con lo judío; o en todo caso, vincularlos supone extremar coincidencias o vínculos absolutamente irrelevantes. Tal es el caso con la muerte de la Reina Isabel II de Inglaterra esta semana.
Si la reina circuncidó al actual Rey Carlos III con un “mohel” ortodoxo, el más popular en su época, lo hizo por una razón en todo caso médica, cristiana, anglicana, y monárquica. Por lo que he leído estos días lo único judío del hecho es la persona que lo hizo; por el contrario, el Príncipe Guillermo de Gales fue circuncidado en el sanatorio donde nació porque su madre se oponía a la operación en primer lugar. Las razones de la realeza británica de circuncidar a sus herederos a la corona (a propósito, nadie mencionó al príncipe George) es suya y sólo suya. No tenemos la exclusividad de atribuir significados profundos, tribales, y genealógicos a ritos arcaicos. Con todo lo que hay para decir sobre una mujer (una institución) que mantuvo su rol más de setenta años casi sin pestañear, buscar su vínculo con lo judío es casi una falta de respeto a su investidura y una banalización de lo judío.
Dicho esto, la relación de Inglaterra respecto a los judíos ha sido por lo menos ambigua. Lo particular es que en el lado del “haber” del balance hay mucho más que en el “debe”. Para empezar, tenemos que recordar que Inglaterra no fue excepción a la costumbre europea de desterrar a sus judíos; de hecho, fue precursora: en 1290 son expulsados y no habrá judíos en el Reino Unido hasta 1657. Treinta años más tarde la monarquía británica deja de ser absoluta para convertirse en constitucional; no es coincidencia que en este contexto el judaísmo haya florecido en el Reino Unido, al punto de tener un Primer Ministro judío (convertido al cristianismo), Benjamin Disraeli (1868). Tal como lo describe Paul Johnson en su “Historia de los Judíos”, el regreso de estos últimos inicia un proceso concatenado que, con la creación de los EEUU de América (desmembramiento del imperio británico) y la mayor concentración de judíos pos 2ª Guerra Mundial, habilita la creación del Estado de Israel en 1948. La explicación de Johnson puede ser un poco manipulada, pero es válida e interesante.
El gobierno de su Majestad es responsable de la Declaración Balfour de 1917 que le dio un sustento legal e internacional al pujante movimiento sionista, pero también es autor del Libro Blanco de 1939, así como de la restricción de la inmigración judía a la tierra de Israel entre 1945 y 1948. Entre los políticos ingleses los hubo grandes adeptos a la causa judía y grandes antisemitas. Al tiempo que el sistema constitucional inglés respeta los derechos de todos sus ciudadanos, y por lo tanto así actúa su monarquía, no en vano varios medios de prensa han destacado el velado boicot de la difunta reina al Estado de Israel, no habiéndolo visitado nunca en su reinado record; de hecho, nunca hubo una visita oficial de la familia real al Estado de Israel.
La comunidad judía en Inglaterra ha florecido y vive con las libertades que garantiza cualquier régimen anglosajón, donde el individuo está por encima de su condición étnica o religiosa. El Rabino Zacks de bendita memoria supo capitalizar con su sabiduría y prestigio las cualidades del régimen británico para demostrar cómo los judíos podían ser súbditos tan fieles como cualquier cristiano. Nadie pone en tela de juicio las bondades del Reino Unido para con sus ciudadanos judíos ni las demostraciones de sensibilidad acerca de la Shoá que, por ejemplo, ha manifestado el rey Carlos III en diferentes oportunidades.
Sin embargo, no confundamos: al César lo que es del César. La monarquía británica representa un sistema de credos y valores muy particular y único, inherente a “esas islas”, y su capacidad de auto-preservación se sostiene por sí misma, y sólo por sí misma. Ni siquiera algunos ingleses de estirpe entienden todavía la vigencia de una familia real de tales dimensiones y privilegios; al tiempo que es difícil concebir esa unión de territorios sin el concepto de “reinado” (United Kingdom). No por nada los EEUU de Norteamérica son los United States, en un expreso y fundacional rechazo a la monarquía.
Los judíos tuvimos una efímera y no muy exitosa etapa monárquica cuya época más gloriosa se hunde en la leyenda (los reinados de David y Salomón) y su época más oscura (el cisma Israel-Judea) va escribiendo la historia del judaísmo que conocemos hoy. Como sostuvo el profeta Samuel (I.Samuel 8) cuando el pueblo le demanda un rey, no hay nada monárquico en lo judío; sostengo que no lo hubo ni lo habrá. Como tampoco hay nada judío en la circuncisión del rey Carlos III. Ser judío supone, cada tanto, tomar verdadera consciencia de nuestra singularidad entre las naciones, los valores que nos definen, aun cuando se hayan difundido más allá de nuestras tiendas, y las fronteras donde termina lo judío y comienza el mundo noájico.
En lo personal la cultura británica me cautiva y fascina, pero sé a ciencia cabal que nada tiene que ver con mi judaísmo. Ser testigo de este momento histórico del Reino Unido es un privilegio fascinante. Entender las razones e intrigas que han movido a la corona británica, un desafío intelectual (por algo “The Crown” ha sido el éxito que es). Ahora bien: yo no soy ellos. Los leo, veo su cine, visito sus museos, y disfruto de una buena cerveza; pero el que se va a su casa al final del día es un judío más que, así como transita su existencia, transita el mundo. Es ancestral; tan ancestral como es la corona británica para sus súbditos.