Sionismo Siglo XXI

Este año la Organización Sionista del Uruguay (OSU) premia con el Premio Jerusalém al Presidente de la República Oriental del Uruguay, Dr. Luis Lacalle Pou. El premio Jerusalém reconoce la adhesión a la causa sionista.

Quisiera aprovechar la notoriedad del evento para proponer algunas nuevas consideraciones sobre aquello a cuya adhesión se premia. Bien entrado el siglo XXI, ¿qué supone el Sionismo?

El Sionismo nace política y formalmente en 1897 en el 1er Congreso Sionista en Basilea. Allí se instituye como movimiento nacional del pueblo judío. El Sionismo, que ha cumplido ya ciento veinticinco años, de ellos setenta y cinco como Estado soberano, ha sufrido no pocas transformaciones. ¿Cuál es el rol del Sionismo en los próximos cien años? Si los primeros cien fueron fundacionales, ¿qué serán las próximas décadas?

El reciente encuentro convocado por el Instituto Shalom Hartman para líderes comunitarios y rabinos en su sede central en Jerusalém se ocupó de este tema. Bajo el título en inglés “Aspirational Zionism” diferentes académicos y otros protagonistas propusieron sus visiones sobre el tema. Si bien en Uruguay nadie se plantearía la relevancia del Sionismo (no en vano somos una de las comunidades más sionistas del mundo), que los judíos de los EEUU deban afrontar el tema nos ofrece una invalorable oportunidad de repensar el asunto.

Los judíos uruguayos hemos sido educados de tal modo que criticar a Israel sea equiparable, en términos religiosos judíos, al pecado de idolatría: merecedor de la excomulgación. Así fue para mi generación y en buena medida así sigue siéndolo. Sin embargo, la complejidad de las coyunturas y los profundos cambios sociales y por lo tanto políticos de Israel nos obligan, muchas veces, a por lo menos pensar dos veces antes de rechazar de plano cualquier crítica, del mismo modo que no pensamos dos veces antes de responder a cualquier acusación. Ser Sionista, y lo digo con propiedad porque me considero incondicional y esencialmente tal, se ha vuelto mucho más desafiante y demandante.

De las varias ponencias que escuchamos durante una semana en Jerusalém quisiera compartir dos cuya profundidad, pero sobre todo sensibilidad histórica, me parecen especialmente inspiradoras, renovadoras, e inclusivas. Inspiradoras porque nos permiten seguir siendo profundamente sionistas aun cuando Israel como Estado atraviese períodos y coyunturas que despierten nuestra crítica; renovadoras porque nos permiten ver el a Israel no como un fenómeno excepcional sino como el nuevo estado del judaísmo en el mundo; e inclusivas porque habilita la diversidad, la contradicción, el conflicto, sin por ello cuestionar todo el proyecto. Sionismo es sinónimo de soberanía judía: en Israel sin duda, y en la diáspora como consecuencia; cuestionarlo no es una opción.

La Dra. Mijal Biton propuso, en un sesgo muy personal y humanista, el concepto de “neemanut” como forma de vincularnos con el Sionismo. “Neemanut” puede ser traducido como “lealtad”, “fidelidad”, “adhesión”. Sin embargo, el uso del concepto en hebreo y no su traducción al inglés (o al español) suponen que hay algo intransferible en el original, una connotación que sólo el idioma sionista (el hebreo) puede ofrecer. Mijal Biton definió “neemanut” como una categoría moral en sí misma, que nos permite vincularnos con Israel más allá de que otros valores estén cuestionados. Israel es parte de nuestra gran familia; aun cuando tenemos grandes desacuerdos con padres, abuelos, o primos, “familia” es un valor en sí mismo. Si la vida está llena de situaciones con las que no estamos de acuerdo o que nos interpelan, sólo elegimos desvincularnos de alguien cuando no hay otro valor que pueda sostener el vínculo. Eso no sucede con Israel y el concepto sionista.

Por otro lado, el escritor Yossi Klein-Halevi, a partir de una investigación en curso sobre los refugiados judíos en Europa en 1945 (su padre entre ellos), construyó un andamiaje arduo y complejo vinculando Auschwitz con el Sionismo. Digo arduo y complejo porque no se trata de una relación causal: Klein-Halevi, niega rotundamente que el Estado haya sido creado a causa la Shoá; el Estado, bajo la forma del “Ishuv”, ya existía previamente. En todo caso, Auschwitz casi aborta el proyecto. Lo que el Sionismo aporta es un sentido de reivindicación histórica: “no somos el pueblo que padeció la Shoá, somos el pueblo que la derrotó”, dice este autor. Me permito citarme a mí mismo en mi ponencia en la Cámara de Diputados en 2018 en el homenaje a Eli Wiesel: el Sionismo es la respuesta que el Judaísmo tenía pronta cuando ocurre la Shoá.

Otros académicos abordaron el Sionismo desde otras miradas: el uso y las responsabilidades del Poder (Hartman); el Sionismo como normalidad en el concierto de las naciones (Beker); el Sionismo como “idea” o ideal (Kurtzer), tal vez el enfoque más distante de todos, precisamente de un judío neoyorkino por excelencia; el Sionismo como pacto con Dios (Elana Stein-Hain); y el desafío del Sionismo de crear una identidad israelí que incluya minorías y etnias mucho más allá de lo judío (Masua Saguiv). Sin duda fue una semana cuyas ideas reverberarán durante mucho tiempo, en especial cuando cada día Israel, en lo interno y en lo externo, se ve enfrentado a nuevos desafíos.

El evento de OSU es una oportunidad para, como no me canso de repetir, introducir una conversación judía (y ahora también sionista) relevante, actual, y desafiante. Si la creación del Estado de Israel supuso un desafío, en su momento cuasi-onírico, su concreción supuso no poco sacrificio y no pocas renuncias; podemos mirar hacia atrás e identificar cada amenaza y cada hito de la vida judeo-sionista durante más de un siglo; podemos, a través de reconocimientos como el Premio Jerusalém, reconocer el apoyo de justos entre las naciones ayer, hoy, y siempre.

Sin embargo, la conversación judía siempre debe incluir un elemento de profecía: rumbo, derrotero, destino. Nuestra saga fundacional fue el camino de la esclavitud a una tierra prometida; nuestra saga actual es nada menos que la concreción de aquel mito. Llevamos algo más de tres mil años, como titula Simon Schama, “buscando las palabras”; hasta que finalmente acuñamos el término Sionismo. Sólo resta actualizar su significado, del mismo modo que supimos actualizar el Judaísmo durante milenios.