Judaísmo Pos Hartman
Después de una intensísima semana en el Instituto Shalom Hartman en Jerusalém abocados al tema de un sionismo “aspiracional” (traduzco literalmente del inglés aunque creo que el adjetivo no aplica en español, menos aún para lectores uruguayos en particular y latinoamericanos en general); después del vértigo de las conferencias plenarias y magistrales (literal y metafóricamente, magistrales), el trabajo de discusión en grupos, y los paneles con propuestas desde ingenuas a francamente hostiles; y habiendo recibido el artículo de mi amigo el Rabino Alejandro Bloch sobre el destino del pueblo judío en mano de las corrientes liberales en oposición a las ortodoxas, no puedo sino remitirme a la idea más básica y original del Instituto, formulada por su fundador David Hartman y repetida por su hijo Donniel: si el judaísmo tiene que competir en el mercado libre de ideas que inunda nuestra realidad en esta era, entonces debe ser no sólo atractivo, sino relevante.
En lo personal, hace mucho tiempo que he renunciado a reducir el judaísmo, o mejor dicho, MI judaísmo, a una discusión estéril acerca de validez, reconocimiento, legitimidad, y similares calificaciones que los judíos nos endilgamos unos a otros. En gran medida influenciado por mis maestros en Hartman, desde el inolvidable David Hartman Z’L y su famosa frase “just give me plain kosher”, hasta la ascendente Mijal Bitton y su discurso plural (planteado desde su ortodoxia sefaradí), pero sobre todo por mi noción personal y profunda de que el judaísmo no puede reducirse a una discusión sobre etiquetas. Hace veinte años que afirmo que judaísmo es mucho más que saber qué dijo el rabino, qué está permitido o no, o qué kashrut uno elige; tampoco creo que el judaísmo se reduzca al concepto de “tikún olam”, abrazado por los judíos liberales; o que pueda concebirse un judaísmo sin Israel (el Estado) cuando el pacto al respecto es tan claro y contundente.
El judaísmo es mucho más que una sumatoria; en realidad, es una ecuación eterna a la que siempre le falta una variable. La vida judía es el intento permanente de resolver esa ecuación. Por eso me resisto a los dogmas, las respuestas cerradas en sí mismas, la devoción incondicional a cualquier rabino, o a una literatura judía que se cierre en el Shuljan Aruj. La tradición interpretativa, concepto hartmaniano si los hay, sigue vigente y poderosa. No por nada miles de judíos siguen buscando respuestas. Lo que Mijal Bitton denominó “neemanut” (una suerte de lealtad y compromiso irracional, sentimental, hasta intuitivo) hacia el Sionismo (más allá de las críticas que uno quiera o pueda hacer a Israel) aplica también respecto del Judaísmo: muchos judíos sienten esa afinidad, fidelidad, lealtad intuitiva a pesar de que no encuentren en él las respuestas que buscan o el estilo de vida que desean de acuerdo a sus valores y prioridades.
Como directivo de una comunidad afiliada al Movimiento Conservador (Masortí) no puedo negar que dicho movimiento, como defiende elocuentemente Alejandro en su artículo, es una respuesta válida para una vida judía relevante y significativa. No siempre es fácil compatibilizar los puntos que Alejandro enumera; para muchos es más fácil presentar, y para otros entender, los asuntos en términos binarios, reduccionistas, excluyentes. Hay quienes optan por tomar elementos puntuales de su tradición para mantenerse unidos a ella: Iom Kipur, Tzedaká, o la defensa exacerbada de Israel. Cualquiera sea la opción, todas son válidas, aunque algunas impliquen más peligros que otras. Está claro que un judío ortodoxo y dogmático aferrado a sus normas y calendario tiene más chance estadística de preservar la identidad judía de sus descendientes; seguramente paga un precio que muchos no queremos pagar.
Por todo ello la causa por la cual bregar no es una corriente u otra del judaísmo, sino EL judaísmo, en toda su variedad y riqueza, pero siempre como un componente integral de la persona. Hoy nadie nos obliga a usar una Estrella de David ni identificarnos como judíos en un documento, pero cada judío debería saber que entre sus principales identidades está la de judío. Para ello debe integrarla en su vida, su agenda, sus valores, sus costumbres, su discurso, su acción. Cito a Donniel Hartman en su apertura del seminario el pasado 22 de junio: “la asimilación no es producto de los casamientos mixtos, sino de que otra identidad ocupe mayor espacio y tiempo en nosotros que nuestra identidad judía”.