Los Caminos del Sionismo
Hay un dicho milenario acerca de que todos los caminos conducen a Roma.
No puedo siquiera imaginar una expresión semejante respecto de Jerusalem. Tal vez por esquiva haya sido tan codiciada. De ser una ignota ciudad jebusea pasó a ser la capital de los reinos davídicos y, desde el exilio paradigmático, el babilónico, centro de la devoción geográfica judía para siempre. Siglos más tarde, y sólo siglos más tarde, la ola del Islam imperial la conquistó para los siguientes trece siglos, incluyendo infructuosos intentos cristianos de recuperarla. En 1967 vuelve a ser judía. Acceder a ella jamás fue sencillo. Al día de hoy, el esfuerzo constante es agilizar el acceso: la autopista 1 que no cesa de ensancharse, el tren rápido que atraviesa la montaña, y ahora el proyecto del aero carril para llegar al Muro desde la Vieja Estación de Tren al sur de la ciudad. Jerusalém es cada vez más accesible pero la noción, siempre, es de ascensión y superación. No son los rectos caminos romanos sino el tortuoso devenir judío.
Extrapolando la metáfora vial, la pregunta sería: ¿a dónde conducen los caminos de Israel?
En esta visita difícilmente he transitado en caminos de una sola vía; todo se transforma en doble vía, bulevares, autopistas. La geografía se atraviesa con líneas que unen puntos inimaginables, y los inversionistas arriesgan en proyectos inmobiliarios a la espera de la conexión con la autopista; saben que llegará. Caso Jarish, sobre la autopista 6: vivienda accesible (en términos israelíes) hasta tanto el Estado no haga la conexión. Dejando atrás estos guetos judíos, me tocó visitar “aldeas” drusas al sur y al norte del Carmel; de “aldeas” sólo les quedó la mística. Si alguien quiere medir el nivel de la democracia israelí lo desafío a que compare la accesibilidad, el desarrollo, y la prosperidad de estas ciudades drusas con algunas míticas ciudades en desarrollo puramente judías; tal vez, después de todo, no se trate tanto de políticas de Estado sino de un Estado que es arrastrado por la dinámica demográfica. En este caso, en un círculo virtuoso; en el caso de las ciudades beduinas del Neguev, en un círculo vicioso.
Dentro de algunos años toda la costa de Israel desde Naharia a Ashkelon estará conectada, además, por el riel: al tren israelí se sumará el tren liviano en el cono urbano de Tel-Aviv y el ya existente tren liviano en Jerusalém. Si algo he aprendido en esta visita, es que las vías de tránsito democratizan la sociedad: la noción de acceso, de literal, se convierte en simbólica. Así, vi salir decenas y centenas de árabes en la sala de arribos en el aeropuerto Ben-Gurion, llegando de vaya a saber cuáles de las decenas de procedencias en la pizarra. En la estación de servicio Dor Alon sobre ruta 6 en Magal docenas de vehículos y cientos de personas se detienen por un café o desayuno, departiendo con sus conciudadanos árabes detrás del mostrador. En las exposiciones caninas que fui invitado a juzgar a la mayoría rusa, que ya he destacado, se suman no pocos drusos y árabes orgullosos de sus canes. En otras palabras: aquello que tanto Jana Beris como Fania Oz resaltaban acerca de los servicios médicos en Israel como irrefutable demostración de un crisol étnico se puede apreciar en otra cantidad de niveles. El factor común es la dinámica: tiempo y demanda son dos variables que echan por tierra cualquier prejuicio.
Cuando supe ser joven y estudiante en esta misma tierra, a finales de los años setenta del siglo pasado, trabajé dos años como chofer de un conjunto de música folclórica judía de Marruecos y Yemen. En aquel entonces la doble vía de la ruta 2 sobre la costa era flamante; la ruta 1 todavía era de sólo dos sendas en cada mano y adornada en su trayecto con tanques y camiones herrumbrados, memoria de la guerra de 1948; se accedía a Beer Sheva era por la vieja ruta 40, de una vía, con árboles en sus banquinas como estilan las viejas rutas. Ayalon era el nombre de un wadi, no una autopista; si había ruta 5, no recuerdo, no llevaba a ningún lado; conocí los rincones más remotos, las poblaciones más postergadas. Estudiaba los caminos en los mapas, memorizaba lugares icónicos, y confiaba en el conocimiento de mi empleador. Por mi experiencia en aquellos años pude por un tiempo darme el lujo de no usar ayudas cuando visitaba Israel, hasta el día que un GPS que no había sido actualizado no supo que, donde él decía doblar a la izquierda, había ahora un trébol que suponía salir a la derecha.
No sé a dónde conducen los caminos de Israel, pero sí sé es que siempre hay un destino. El cruce de rutas en la zona de Yoqneam, otrora ruta de caravanas entre África y Oriente, hoy es, además, un centro inagotable de incubadoras de alta tecnología. Más escondidos, en derroteros menos utilitarios, subyacen caminos milenarios y místicos, incluso polémicos: tramos del Camino de Israel que atraviesa el país de norte a sur, o el Camino de los Patriarcas en el desierto de Judea al sur de Jerusalém. En definitiva, ésta siempre fue una geografía de tránsito, y nosotros los judíos somos el pueblo de esta geografía dónde sea que estemos. Todavía transitamos el mundo, pero ahora también nos hemos abocado a construir los caminos de nuestra soberanía en esta tierra. Eso se llama Sionismo y tiene su recorrido propio. Nos ha llevado por derroteros insospechados. Sigue siendo tan desafiante como el primer día.