La bala perdida
En relación a la muerte por una “bala perdida” de la periodista palestina Shirin Abu Aqla (Al Jazeera) dentro de un tiroteo durante una operación militar en Jenin debo tristemente coincidir con nuestra querida Ana Jerozolimski en su editorial: “inclusive si Israel logra dar pruebas fehacientes de que no fue una bala suya la que mató a la periodista, ello ya no cambiará demasiado la situación en el terreno.” La bala doblemente “perdida” (primero en el tiroteo y ahora irrecuperable para los investigadores israelíes) se ha convertido en munición estratégica, del mismo modo que Shirin pasó de víctima a mártir. No importa cuánto y cómo quisiera llorarla su familia, la brega por su ataúd fue el punto culminante de una serie de insucesos de los cuales Israel jamás saldrá bien parado.
Esta mañana de domingo me he puesto a leer la prensa israelí en inglés, tratando de aquilatar toda la situación en su contexto: el que marca el calendario (Ramadan, Naqba, Iom Ierushalaim), el que marca la región (Irán, los Acuerdos de Abraham), el que marca el mundo (Rusia-Ucrania-EEUU), y el que manda la política partidaria israelí (léase, la fragilidad de Bennet en una hora como esta). Honestamente, conjugar todos estos vectores me excede ampliamente. Israel está en su barrio, pero nunca fue querido en el mismo y probablemente eso no cambie en muchos siglos; de hecho, la humanidad se había acostumbrado a que los judíos no habitaran su tierra. Poco más de un siglo no es tiempo para que algo haya cambiado. Por lo tanto, cuando una bala perdida encuentra un destino oportuno, puede desatarse un infierno.
Los tales como Gideon Levy en Haaretz dirán una y otra vez que la culpa de todo, el pecado original, es “la ocupación”, como si Israel fuera una suerte de Esparta diseñada para conquistar, ocupar, y luchar, sin otros valores que la sostengan. Cuando es exactamente lo contrario: una bala perdida desvela a la casa de Israel. Si esa bala demuestra ser palestina, en algo disminuirá la culpa o la responsabilidad; si resulta ser israelí, culpa y responsabilidad serán asumidas. Como sugiere Ana, ¿qué cambia? Shirin ya está muerta y enterrada y las consecuencias de su muerte ya sucedieron. Este episodio no es acerca de justicia, es acerca de la guerra y sus consecuencias. Como dice el refrán: cuando duermes con niños, amaneces mojado.
Lo que Gideon Levy nunca dice, pero está implícito en su condena permanente a Israel, es que “la ocupación”, una anomalía de la historia judía si las hay, sin ser la madre de todos los males, sí nos coloca en posiciones insostenibles e indeseadas. Como escuché decir al Rabino Eliezer Shemtov en un programa en la TV fernandina (Maldonado, Uruguay), los judíos no estamos mandatados a conquistar, sólo a defendernos. No es parte de nuestra razón de ser subyugar a otros pueblos. Por el contrario, “No oprimirás al extranjero porque extranjero fuiste en la tierra de Egipto” (Éxodo 22:21). Las instrucciones bíblicas respecto de la guerra y los enemigos tienen que ver con supervivencia, no con dominio. Situaciones como la del pasado 11 de mayo en Jenin, o las confusiones o mal manejo de los funerales, son todas consecuencia de una situación que debería estar ya largamente solucionada. Israel nada tiene que hacer controlando la vida de los palestinos, excepto defenderse.
La bala perdida es para Israel una cuestión moral. No de mera justicia, sino de moral. Saber qué y cómo sucedió es un aprendizaje. La cuestión moral es, simplemente, querer saber: sin consecuencias posibles, porque ya nada cambiará, porque las responsabilidades, en el fragor de una batalla, se desdibujan. El valor de saber es una obligación moral y ética a la que Israel no quiere rehuir porque esa sí es en su esencia. Si para algunos Israel es Esparta, también es Atenas y su búsqueda de la verdad. Tal vez la bala perdida nunca sea encontrada (por Israel); encontrarla no cambiaría nada “en el terreno”; pero seguramente sí en nuestra auto-percepción. Tal vez no se haga justicia, pero como cuando enterramos a nuestros difuntos, tal vez podamos, todos, perdonarnos un poco.