Arroz a la Pésaj: las divisiones sinsentido del pueblo judío
Martín Kalenberg para TuMeser
Comer, comer, comer y más comer. Es como si fuera el tema central del judaísmo uruguayo (y mundial), incluso superando al antisemitismo y al sionismo.
Y hablando de lo culinario, hay dos festividades judías que se prestan a dialogar sobre el tema: Rosh Hashaná y Pésaj, aun cuando para el judío muy tradicional también las comidas de Shabat son todo un asunto.
Ahora bien, la gastronomía pascual es súper interesante. Tal como lo expresé en otro artículo, incluso judíos no observantes (aunque creyentes) de origen ashkenazí evitan comer arroz (aun cuando sí ingieren otras legumbres también prohibidas en Pesaj, denominadas kitniot) para mantener viva una tradición milenaria, pero también -y en menor medida- para diferenciarse de sus pares sefaradim y mizrajim (estos últimos descendientes del judaísmo árabe) que sí lo comen.
Pero ya en el año 1909 el rabino Abraham Itzjak Hacohen Kook, uno de los padres del sionismo religioso y primer gran rabino ashkenazí de la Palestina británica, sostuvo que el aceite de sésamo (uno de los alimentos pascuales prohibidos hasta ese momento por ser considerado kitniot) era apto para su consumo, lo cual desató un debate con el tribunal jasídico ultraortodoxo de Jerusalén.
Por su parte, y mucho más cerca de nuestro tiempo (1989), el rabino David Golinkin, principal teórico del movimiento Masortí (Conservador) en Israel, y una referencia para sus pares masortíes estadounidenses, publicó una responsa (dictamen rabínico) muy interesante al respecto. En resumen, el experto señaló que los ashkenazim podemos comer legumbres en Pésaj, ya que de lo contrario nos estaríamos privando del disfrute inherente a la festividad (por prohibirnos de ingerir alimentos permitidos) y pagaríamos por comidas más caras, ya que tendríamos vedados productos baratos como el arroz.
Además, siempre según Golinkin, esta regla genera una división étnica innecesaria entre diferentes grupos de judíos. Y yo agrego:
- Con la prohibición del consumo de arroz, lentejas, garbanzos y choclo, entre otros, lo único que hacemos es fomentar el consumo de carne, cuyo costo -en el caso de ser kasher- es elevadísimo, y además complejizamos sobremanera la alimentación en Pésaj de celíacos, veganos y vegetarianos.
- Para quienes venden su jametz antes de la festividad, esta transacción no incluye las kitniot, por lo cual claramente estas no se consideran alimentos prohibidos.
- Muchas veces las kitniot te llevan a olvidarte de la prohibición real, que consiste en no consumir productos derivados de cinco granos (al final, a veces le das más importancia al arroz que a la harina de trigo).
- Además, en una comunidad judía de más de 100 años de existencia como la uruguaya, ¿podemos seguir hablando de sefaradim y ashkenazim? Considero que no.
Es claro que sí podemos referirnos a un judaísmo uruguayo o una forma de ser judío a la uruguaya más que de un judío sefaradí o ashkenazí. Por tanto, al menos en mi visión, pesa más lo nacional uruguayo que lo étnico tradicional al definirnos como judíos. Prueba de esto es la cantidad de socios que tiene la Nueva Congregación Israelita (NCI), originalmente integrada por judíos de origen alemán o austríaco y sus descendientes, cuyos apellidos son sefaradíes.
Desde hace ya algunas décadas los judíos uruguayos que optan por afiliarse a una comunidad (y cada vez son menos) lo hacen por aspectos ideológicos judaícos y no tanto (como antaño) por los étnicos o tradicionales.
Cuando le conté que estaba redactando un artículo sobre las kitniot, mi padre conjeturó una razón que yo no había pensado: hace más de 60 años la costumbre mayoritaria era que los ashkenazim y sefaradim no se casaban entre ellos. Hoy la realidad es que estos matrimonios interétnicos son más que comunes en la comunidad judía uruguaya, y serían aun más si la comunidad judía sefaradí no se hubiese reducido numéricamente.
El arroz es, en definitiva, el jamón de la semana de Pésaj para aquellos judíos ashkenazíes que evitan comer cerdo en el resto del año, aun cuando ingieren otros alimentos prohibidos que tienen el mismo status que la carne porcina.
El rabino y médico psiquiatra Mordejai Maarabi decía en tono de broma, y jugando con las palabras del tradicional saludo religioso pascual: que sea un Pésaj kasher (dietéticamente apto) para los ashkenazim y sameaj (alegre) para los sefaradim (en referencia a que estos pueden consumir una mayor variedad de productos alimenticios).
Es interesante notar que en el actual Estado de Israel ya casi no existe una brecha entre ashkenazim y sefaradim (o más precisamente mizrajim), tal como lo consignó recientemente el doctor en historia del pueblo judío, Pinjas Bibelnik, en una entrevista en español que le realizó la radio estatal israelí Kan.
Pero sí las hubo hace más de 50 años atrás. Las panteras negras fueron un movimiento social israelí de judíos de origen mizrají (básicamente marroquí y surgido en el barrio jerosolimitano de Musrara) que luchó por los derechos de este grupo étnico a comienzos de la década del 70 del siglo pasado. Luego de sus intensas e incluso violentas manifestaciones callejeras, la panteras fueron recibidas por la primera ministra Golda Meir quien las calificó de personas no agradables (el original en hebreo em lo nejmadim quedó impregnado en la cultura popular israelí, a tal punto de que uno de los callejones de la actual Musrara -barrio cuyo nombre oficial es Morashá- se llama de esta forma).
La película Sallah Shabati de Efraim Kishon, que cuenta con la actuación estelar de Jaim Topol (sí, el mismo de El violinista sobre el tejado), narra las peripecias de un inmigrante judío de un país árabe (no mencionado en todo el transcurso del audiovisual) que llega a Israel en la década del 50 del siglo XX con su esposa y siete hijos, y es enviado a morar en una vivienda precaria. Allí se muestra la burocracia de la joven Israel, los estereotipos de la sociedad, y la influencia del establishment político y kibutziano (y por qué no estatal) que quería convencer a los mizrajim de que se vuelvan seculares y de izquierda.
Esta obra está basada en la realidad. Los judíos yemenitas que llegaron luego de creado el estado fueron convencidos de todas las formas posibles de que abandonaran la religión de sus ancestros y dejaran de estudiar Torá. Todo esto impulsado por la élite ashkenazí de izquierda y laica que consideraba como bárbaros a sus hermanos árabes, puesto que estos últimos no tenían una educación secular como ellos, sino que solo sabían de la ley religiosa judía.
Por todo esto, considero a las kitniot como un símbolo de una división étnica, cosa que hace ya mucho tiempo perdió todo su sentido.