Dizengoff
Las veredas de Dizengoff en Tel-Aviv me son familiares. En esa zona hice mis primeros trámites; a un par de cuadras todavía viven, y aún visito, gentes que amo. En la esquina del atentado trabajé una noche como mozo para no volver a intentarlo nunca más; al otro lado de la calle solía encontrarme con amigos en un café cuando, en aquellos años, los cafés se contaban con los dedos de las manos en Israel. Vi a Arik Einstein Z’L salir de Kassit. Dizengoff creció pero siempre fue esencialmente la misma: la cara cosmopolita, bohemia, progre, laica, diversa, y bulliciosa de Israel. Allí también atacó el terror.
La de los jueves es una noche muy especial en Israel; si el domingo comienza la semana, el jueves termina. En especial, porque los viernes de noche y los sábados es Shabat y buena parte del país auto-limita sus opciones de entretenimiento y movilidad. Jueves de noche y sábado pos Shabat son momentos de ebullición, alegría, encuentro, aventura social. Quien no tenga motivos para quedarse en casa estará fuera, en la calle, en el bar, en el espacio público. Por el contrario, el viernes de noche Israel es casi todo quietud y recogimiento: música israelí en las radios, cena familiar, veladas en las terrazas, calles tranquilas. Los viernes por la noche las gentes están en sus hogares.
Este pasado viernes el concepto de minián (diez individuos judíos para rezar) quedó subvertido cuando poco más de una decena de personas no llegaron nunca a sus hogares. Inexorable como es, el tiempo de recogimiento y reunión llegó pero hubo por lo menos diez hogares donde uno faltaba. Yacía muerto o yacía en la cama de un hospital. La algarabía tradicional de los jueves se vio ahogada por ráfagas de metralla, seguida por una caótica, frustrante, e implacable búsqueda del perpetrador. El viernes al despuntar el día fue hallado y muerto en Yaffo, al sur de la ciudad.
Cuando se supo del atentado muchos iban camino a Tel-Aviv en busca de esparcimiento; todos revirtieron su marcha, todos volvieron, todos se refugiaron en sus hogares. Los que no llegaron, se salvaron; y los que, habiendo estado allí, contarán la historia por años, cumplirán con el mandato ancestral de “contarle a tus hijos”. Así se construye la memoria colectiva que ha sostenido a este nuestro pueblo, el judío, y ahora sostiene a este nuestro Estado, Israel. Las víctimas tienen nombres, todas y cada una; la memoria es común y anónima. Todos nos hacemos cargo, y todos dejaremos caer una gota de vino la noche de Pesaj en el intento de simbolizar los costos de esta libertad.