Sinagogas y Púlpitos
Hace muchos años un amigo me enseñó: en las sinagogas pasan cosas.
El Rabino Marshall T. Meyer, fundador del Movimiento Masortí en América Latina, decía que la prédica debía hacerse con la Torá en una mano y el diario en la otra.
Una sinagoga es una casa de reunión. Un púlpito pudo haber sido, hace siglos, un altar de sacrificios; hoy, es el espacio por donde se transita entre lo prosaico y lo sagrado.
Sagrado, en un sentido judío del concepto, es aquello que hacemos especial y distinto pero siempre, y es condición excluyente, con noción de responsabilidad y propósito de superación.
Por todo esto, así me enseñó un rabino amigo, la experiencia religiosa es presencial. La pandemia nos obligó a la virtualidad, pero esta no sustituye el rito colectivo, social y espiritual. Si nos dejamos de ver dejaremos de reconocernos como integrantes del colectivo que nos une.
Espero volver a sentir mi sinagoga llena. Aun con tapabocas. Aun si todavía por un tiempo evitamos el tumulto. Me consta que streaming mediante los mensajes desde el púlpito llegan a más y más pantallas (cabe la pregunta: ¿pantallas son hogares?).
Sin embargo, yo quiero sentir el silencio que se instala cuando la prédica toca la fibra de las personas congregadas; quiero sentir el suspiro contenido cuando un tema disruptivo es propuesto frontalmente; quiero sentir el alivio cuando se cierra el discurso con propuesta y desafío.
Quiero la catarsis colectiva que inventaron los griegos. No nos congregábamos porque antes no había tecnología; nos congregamos porque es lo que dota de sentido a la vida.
La alienación del hombre-pantalla o el la soledad de la interface son una compleja y casi infinita combinación de logaritmos, pero nada podrá sustituir la sutileza del contacto real, lo que un individuo produce en el otro mediante la mera noción próximo prójimo.
A veces caigo en el error de creer que Twitter puede conmover al otro. No podría saberlo. Aun si mi posteo se viraliza, nada me garantiza que haya tocado la fibra de nadie. Sólo la experiencia presencial colectiva nos da la oportunidad de sentir. Todo lo demás es incertidumbre, por más pantallas que estén sintonizadas.
La soledad ante la pantalla genera temor. ¿Acaso no estaremos viendo y oyendo uno de tantos mensajes facilistas, agitadores, inquietantes, como los que llenan nuestras pantallas 24/7? Las palabras que nos llegan por streaming se pierden en su tránsito, se escuchan fuera del marco para el cual fueron concebidas: el que nos contiene a través de la mutua presencia de unos y otros, la certeza de las tradiciones, y la noción de permanencia que una comunidad representa.
Durante años algunos socios reclamaron lo que hoy ha sucedido: la trasmisión en vivo de los servicios religiosos. Tal vez la pandemia nos haya hecho sucumbir ante la fuerza de los hechos y el camino no tenga retorno.
No nos equivoquemos: en las sinagogas pasan cosas. Hay que estar. Es tiempo de ir volviendo.