Apartheid y el Absurdo
El reciente artículo de Gideon Levy en Haaretz (3-02-2022) comentando o, mejor dicho, desafiándonos a confirmar las conclusiones del documento de Amnistía Internacional (AI) que denomina Israel como un Estado con régimen de Apartheid, genera dos alternativas: una, ignorarlo por subjetivo, manipulador, y producto del típico y tradicional auto-odio judío que Levy disfraza detrás de su crítica al gobierno israelí de turno; la otra es contestarlo, rebatirlo, y explicarlo. Generalmente opto por la primera opción, pero resulta tan indignante, tan groseramente burdo, que siento la responsabilidad como judío sionista (parece que también hay judíos no sionistas) de ocuparme, a mi modesta manera, del asunto.
Estoy seguro que muchos expertos en estos temas, mucho más entrenados que yo en el área de la “hasbará” (esclarecimiento) podrán contestar punto a punto las no menos de quince preguntas retóricas que Levy plantea en relación a las conclusiones de AI. Todas están formuladas en términos binarios y si las respuestas fueran también binarias siempre serían NO, FALSO, a todo lo que se afirma.
Por ejemplo: Israel NO “fue fundado bajo una explícita política de mantener la hegemonía judía y disminuir la población palestina en sus fronteras”. Lo que votó la ONU en 1947 y se declaró independiente en 1948 era un estado territorialmente fragmentado que sólo incluía las áreas que los judíos habían colonizado por estar vacías o ser compradas a latifundistas árabes que no las explotaban y mucho menos vivían en ellas.
La guerra que se inicia de inmediato y la firma del armisticio en 1949 dan lugar a nuevas y más lógicas y manejables fronteras así como al éxodo de población árabe que elige abandonar el nuevo Estado bajo la promesa de volver prontamente en una reconquista que nunca sucedió. Ari Shavit en su libro “Mi Tierra Prometida” se explaya sobre el episodio de Lod y la orden de Ben-Gurión de tomar la ciudad y la zona como punto estratégico y central del nuevo Estado; nadie niega las consecuencias de la guerra. Esta es la génesis del famoso “derecho de retorno” palestino sobre el cual Einat Wilf ha escrito y explicado exhaustivamente, una de las armas retóricas más tramposas y arteras de la estrategia árabe-palestina. Los árabes que se quedaron en el nuevo Estado son ciudadanos israelíes.
Aun para un judío sionista crítico como suelo ser, la opinión de Gideon Levy es indignante y uno siente la urgencia de gritar una y otra vez “¡no, no, y no!” ¡Esa no es la historia!, aun cuando con el correr de los años la historia se haya complejizado, las víctimas hayan caído en la tentación de victimizar, la soberanía y el poder a veces se confundan con el abuso y la arbitrariedad, y sobre todo cuando ciertas ideologías ganaron, dentro de la dinámica política legítima y democrática del Estado de Israel, un terreno muy difícil de desandar.
Gideon Levy se preocupa, en forma casi exclusiva, por el destino del “pueblo palestino”; así como él denuncia ciertas injusticias, hay judíos que denunciamos otras que tienen que ver con nuestro propio pueblo: los abusos de poder de los partidos ultra-ortodoxos durante décadas en Israel, la carga fiscal que suponen sus votantes, el vacío de judaísmo en la población laica israelí, y tantos otros conflictos internos entre judíos, entre árabes, beduinos, drusos, unos con otros, y poblaciones enteras que no son ciudadanos del Estado de Israel pero habitan en su seno. Israel no es perfecto. Aun así, es un Estado y una sociedad que tiene noción clara de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, y corrige una y otra vez sus propios desvíos éticos.
Lo que parece perderse de vista en el artículo de Levy, y en muchos otros de los defensores de los derechos de “los palestinos”, incluso aquellos que ingenuamente proponen un Estado único entre el Jordán y el Mediterráneo (lo que Amos Oz Z’L denominó una “criatura” que no existe), es la razón de ser del Sionismo y su logro más importante: el Estado de Israel. No hace cien años los judíos europeos (los que fundaron el Ishuv y el Estado) sufrían la culminación de siglos de odio, violencia, y exterminación antisemita mientras que algunas minorías ensayaban un regreso a la tierra ancestral, a una cierta soberanía, una modesta auto-defensa, y una economía que no dependiera de los señores feudales de turno.
El propio Gideon Levy es hijo de sobrevivientes de la Shoá. Nació en el soberano Estado de Israel y fue parte de su ejército y asesor de sus gobernantes, parte del sistema que hoy descuartiza en su análisis. Hay dos opciones: una, que haya sufrido una revelación paulina en relación a los habitantes de los Territorios Ocupados y su interés sea genuino y humanitario, una causa mesiánica; o que simplemente sea un oportunista que desde el confort de Ramat-Aviv se mantenga vigente alimentando el fuego del auto-odio. No está solo en este club de individuos a los cuales el Estado donde eligen vivir les resulta repulsivo.
En su “Historia de los Estados Unidos” Paul Johnson abre su texto con la siguiente afirmación: “All nations are born in war, conquest, and crime, usually concealed by the obscurity of a distant past.” (Toda nación nace en guerra, conquiste, y crimen, generalmente escondidas por la oscuridad de un pasado distante). Agrega: “In the judgmental scales of history, such grievous wrongs must be balanced by the erection of a society dedicated to justice and fairness.” (En la escala de juicios históricos esos graves errores deben ser compensados por la creación de una sociedad dedicada a la justicia e igualdad). Si leemos nuestra Torá podemos ver claramente cómo ambas afirmaciones de Johnson son válidas en nuestra historia como pueblo y nación: no nacemos exentos de “pecado”, pero vivimos en búsqueda de justicia: “Y seréis para mí un pueblo santo y un reino de sacerdotes” (Éxodo 19:6). La historia que recoge el Tanaj desde el libro de Josué en adelante no es muy diferente a lo que ha sucedido desde el siglo XIX con el Sionismo.
Lo que nos diferencia de Gideon Levy es que, con todas sus imperfecciones, y tomando prestada la expresión de Yehuda Kurtzer durante una mesa redonda en 2016, Israel sigue siendo una “experiencia” fascinante, una sucesión de aciertos (de lo contrario no existiría) y errores (menores, reparables, no existenciales) que responden a una lógica judía, la lógica de la redención. En este sentido, el concepto de “apartheid” no es sólo ofensivo e inaceptable, sino flagrantemente falso. Se hace uso del mismo porque está en desuso en el resto del mundo y es más fácil endilgárselo a Israel, como históricamente se endilgaban todos los males y conspiraciones a los judíos. Que el antisemitismo vive, no cabe duda. Pero no es, como afirma Levy, que Israel lo inflame; son judíos como él los que echan leña a la hoguera.