El Kotel es de todes

Martín Kalenberg, para TuMeser

Jóvenes con camisetas de Peñarol y de Nacional rezan y besan las piedras del Kotel (Muro Occidental) en plena Ciudad Vieja de Jerusalén, pero mujeres y hombres que intentan rezar en un espacio igualitario del santo muro una vez por mes son agredidos por quienes no piensan igual a ellos.

Todos vemos con emoción la imagen del soldado israelí al lado de ese antiguo y significativo muro, con el casco militar pegado a su corazón (por lo cual su cabeza permanece descubierta), cuando en aquel junio de 1967 recuperamos el Kotel. Recuperamos, sí, porque el Kotel es de todos los judíos (y está abierto a todo aquel -judío o no- que quiera visitarlo). Está bien y es sano que haya dos sectores claramente divididos: uno para hombres y otro para mujeres que quieren rezar separados, según la forma más tradicional que se remonta a tiempos ancestrales.

Pero también está bien que haya una tercera sección para quienes quieran rezar de forma igualitaria: para mujeres y hombre que, juntos, se quieran poner los tefilín (filacterias), el talit (manto sagrado) o que deseen leer la Torá (rollo de la ley) sin molestar a otros y ubicados en un lugar independiente.

Más allá de que este no sea un tema vital para el Estado de Israel ni prioritario para tratar en la Kneset (parlamento israelí), sería bueno que el establishment gubernamental y religioso dijera claramente y a viva voz que la libertad religiosa en Israel no solo se aplica a cristianos y musulmanes, sino a las diversas corrientes dentro del judaísmo. Esto parecería ser una obviedad, pero hay quienes no lo quieren entender. El Kotel, último remanente en pie luego de la destrucción de los dos Templos de Jerusalén (586 AEC y 70 DEC) y espacio emblemático de la capital israelí, conmueve a cada judío de forma diferente; cada uno se acerca a este símbolo de la historia judía (y también israelí) a su manera.

En el moderno Estado de Israel la lucha por el status quo del judaísmo comenzó ni bien declarada la independencia del novel estado en mayo de 1948. Siempre se pone de ejemplo al primer ministro David Ben Gurión, quien aceptó que no hubiera transporte público en Shabat, salvo en la mixta ciudad de Haifa.

El problema con el Kotel más que religioso es de poder. Y no deber atribuirse a los ortodoxos judíos como una generalidad, sino que sería bueno ser más específico y señalar a la ultraortodoxia como la responsable del conflicto, ya que su rabinato (el Gran Rabinato de Israel) y sus partidos políticos quieren evitar a toda costa perder el dominio del Kotel, para lo cual no permiten que haya expresiones de religiosidad, espiritualidad y misticismo distintas a las de ellos.

Las Mujeres del Kotel es un grupo integrado por judías (y también judíos) liberales (en el entendido anglosajón del término): reformistas, conservadoras e incluso ortodoxas modernas, cuyo único objetivo es llevar a cabo sus plegarias una vez al mes, durante todo el año judío, coincidiendo con el principio de cada mes hebreo. Este grupo surgió allá por 1988, por lo cual es muy anterior a la ola feminista de este siglo XXI y cuenta con presencia latinoamericana, ya que una de sus miembros es la rabina paraguaya Sandra Kochmann, graduada en el Seminario Rabínico Latinoamericano de Buenos Aires en el año 2000.

Pero el ideal igualitario o feminista tiene larga data en el judaísmo. Más allá de las primeras ordenaciones de rabinas por el movimiento reformista o conservador, e incluso una rabina alemana asesinada en la Shoá, es interesante notar que en Estados Unidos, más precisamente en Somerville, Massachusets, está presente la pequeña comunidad Havurath Shalom, fundada en 1968 entre otros por Reb Zalman Schachter Schalomi, el fundador del movimiento Jewish Renewal (la más liberal de las corrientes religiosas judías estadounidenses). Según lo especifican en su sitio web, en la javurá (pequeña comunidad) modificaron el libro de rezos tradicional judío para que sus plegarias reflejen sus valores respecto a la igualdad entre todas las personas, por lo cual usan tanto el femenino como el masculino para referirse a Dios. Incluso emplean una amplia variedad de nombres, que se encuentran en las sagradas escrituras, para referirse al Eterno. Por ejemplo a la clásica denominación de El Santo, Bendito Sea, utilizada -por ejemplo- en la Hagadá de Pesaj, la combinan (usan indistintamente) con La Santa, Bendita Sea.

Por otra parte, cuestionan la idea del judío como el pueblo elegido; donde la liturgia tradicional dice “que Nos elegiste de entre todos los pueblos”, el libro de oraciones de la javurá propone “que Nos elegiste con todos los pueblos”.

El rabino ortodoxo moderno Daniel Sperber, docente de Bar-Ilan University y defensor de la lectura de la Torá por parte de las mujeres, trabaja dos conceptos respecto a la participación activa de las mujeres en los servicios religiosos (esto también se aplica al Kotel): kevod habriot (respeto por la creación y por lo creado) y kevod hatzibur (respeto por la congregación). Si privilegiamos el respeto por lo creado, entonces deberíamos entender el deseo de las mujeres que quieren leer la Torá en el Kotel. Pero si tomamos en cuenta la sensibilidad de quienes rezan en el Kotel (léase congregación), tendríamos que decirles que no. La pregunta es: ¿cuánto debemos dejar de hacer por (respetar) la sensibilidad de los demás?

Considero que el límite es, justamente, cuando la sensibilidad de los demás nos impide ser nosotros mismos. Como dijo el rabino Abraham Iztjak HaCohen Kook, uno de los padres del sionismo religioso: “no debe haber preocupación alguna en permitir algo que está enmarcado dentro de la ley judía, aun cuando -en la práctica- no exista una costumbre anterior de haberlo autorizado”.

Pero el problema no es solo con las mujeres liberales sino con todos los que no se precien de ser ultraortodoxos. Meir Porush, legislador del partido ultraortodoxo Iaadut HaTorá, dijo en una sesión parlamentaria sobre finales de diciembre de 2021 que su colega, el legislador por el laborismo y rabino reformista Gilad Kariv, solo iba al Kotel para provocar a los judíos ortodoxos ya que, según aseguró Porush, los reformistas no tienen ningún vínculo con Jerusalén (se refería al reformismo primigenio, el más radical de todos, que dejó afuera de sus libros de oraciones toda referencia a Sión y al retorno a Israel).

Pese a lo que uno puede pensar, los enfrentamientos en Israel entre ultraortodoxos y reformistas tienen larga data. El propio Porush recordó cuando su padre, el también legislador Menajem Porush, durante una sesión de la Knesset en marzo de 1970, mostró un libro de rezos reformista, indicó que en este faltaban la referencias a Sión (Jerusalén) y lo arrojó al piso con lo cual generó un revuelo en el parlamento israelí. Kariv le contestó: pobre de aquel que se enorgullece de las repugnantes actitudes de su padre.

En definitiva, el actual gobierno del Estado de Israel, garante de un sinfín de libertades y derechos, fiel a sus ideales democráticos, debe ser claro y contundente: en el Kotel se reza y se pide a Dios, pero nadie debe decirle a otro cómo rezar ni cómo pedir.