Quiebres y Anhelos

Los cinco libros de Moisés o Pentateuco marcan tres quiebres profundos en su relato.

El primero es en Génesis 12:1, el mítico y fundador mandato “Lej-leja” a Abram que devendrá en nuestro primer patriarca. Los primeros once capítulos del texto están dedicados a la Creación, el vínculo del Hombre con Dios (incluido el Diluvio), y la conformación de la sociedad (Babel). De allí en más, es todo sobre nuestra singular génesis como nación.

El segundo quiebre es en Éxodo 1:8, el texto que leeremos este Shabat: “Se levantó en Egipto un nuevo rey, que no había conocido a José”. Los patriarcas han quedado atrás; “los hijos de Israel fueron fecundos y se multiplicaron”. El nuevo faraón ya no conoce nombres; sólo percibe un pueblo que se “engrandece cada vez más y se vuelve más fuerte que nosotros”. No alcanza con que lo diga el narrador omnisciente, también lo dice “el otro”. Es el otro, con sus decretos, que desencadena la trama. Si no estamos entre quienes atribuimos la causalidad de los acontecimientos posteriores a lo divino, daría para pensar si los hijos de Israel hubieran buscado la forma de abandonar las bondades de Egipto.

El tercer quiebre coincide con el quinto libro: Deuteronomio 1:1. Comienza un repaso de lo sucedido e instruido desde Génesis, pero esta vez el relato será de Moisés y sufrirá modificaciones respecto al “original”. El relato cambia algunos términos, aunque nunca la sustancia; sobre todo, organiza el material en forma diferente.

En términos fundacionales, sugeriría que Génesis es mito, Éxodo, Levítico, y Números son “historia”, y Deuteronomio es pacto, el contrato final. Todos los libros contienen preceptos, y en todos ocurren hechos, por lo tanto la clasificación no es tajante ni absoluta.

Lo relevante de visualizar estos (u otros) quiebres es percibir los quiebres contemporáneos. La Biblia hebrea seguirá regida por este ritmo de quiebres que nunca terminan de desvincularse del pasado, a la vez que permiten acometer el presente y el futuro. Josué da su lugar a los Jueces, el pueblo demanda a Samuel unidad bajo los Reyes, la unidad desaparece con la muerte de Salomón, y en el concierto de la confusión, la desazón, el exilio, y los Imperios, surgen las voces de los Profetas.

Como bien escribiera Paul Johnson, también hay un quiebre cuando nuestra tradición se desinteresa de la Historia y se concentra en la conducta, los valores, y la supervivencia de las comunidades a través de la literatura profética y rabínica. Volvemos a escribir Historia cuando volvemos a ser protagonistas: Sionismo e Israel.

Preguntaría un rabino: ¿qué podemos aprender de esto? Pero quien esto escribe no es rabino. El afán no es enseñar sino reflexionar. ¿Sabemos reconocer los quiebres nuestra historia? Sea como individuos, sea como colectivos. ¿Sabemos que las palabras y las voces se multiplicarán como antaño? Ya lo dice el Shofar en Rosh Hashaná: así como somos “Teruá” (triunfalismo), también somos quiebres, “shevarim”.

No por nada Leonard Cohen escribió acerca de su “broken Aleluya”. La nuestra es una historia de quiebres y alabanzas. Así empieza “Shemot”: el obstinado intento de un faraón de borrarnos de la Creación; de allí en más, desierto traviesa, la construcción de una identidad accidentada por los quiebres y sostenida por los anhelos.