70 Años de Jazit Hanoar Uruguay
Probablemente uno de los códigos semánticos más cerrados del judaísmo sea el de los movimientos juveniles sionistas de Uruguay. Sin ánimo de compararlo con códigos cabalísticos hay un “ser”, un status existencial que todos quienes atravesamos la adolescencia en esos marcos reconocemos; y quienes no tuvieron el privilegio o esa suerte, no.
Al mismo tiempo, es un código que atraviesa generaciones y resiste el paso del tiempo. Si para muestra hace falta un botón, el festejo ayer de tarde (sábado 18) los 70 años de Jazit Hanoar en Uruguay (antes La NCI) es el botón de la muestra. De otra manera no se explica que cuando se convoca a un mifkad la formación sea inmediata y eficiente; y que cuando se convoca a gritar el slogan tradicional, la consigna sea inequívoca. Si “Jazak VeAlé” sigue vigente o no, es otro tema. Sin ánimo de blasfemar, es como “Osé Shalom aleinu”, todos sabemos decirlo, y todos lo decimos. Sin dudar y sin preguntas. Es el acto de fe por excelencia.
Si me ha acompañado hasta aquí en la lectura y no fue a una Tnuá o si sus hijos tampoco fueron, a esta altura ya hay varios términos que merecen explicación. Por ejemplo, “Tnuá”, que literalmente es “movimiento” pero en este contexto se refiere a “movimiento juvenil sionista”; y no entraremos en las connotaciones del término en hebreo, sería extenso aunque no irrelevante. O “mifkad”, que es una formación en círculo o cuadrado con toques militaristas (“dom”, “noaj”, o sea “firmes”, “descansen”) pero que en realidad viene del verbo “leitpaked” que es algo así como numerarse o contarse o hacerse presente, decir aquí estoy. La lista de terminología de naturaleza “tnuatí” (que es de la “Tnuá”) es extensísima, y ese es el código cerrado, y me refiero sólo al verbal, al que aludimos al principio. Basta con leer cualquier manifestación de sus protagonistas, los chicos, para comprender hasta qué punto hablan otro idioma. He ahí la principal virtud del fenómeno: su autonomía.
Puede afirmarse que, si existe un hilo conductor que sostenga el judaísmo institucional en Uruguay, ese hilo es el de los movimientos juveniles sionistas. Desde el establecimiento formal del Estado de Israel en 1948 nadie escapó al hechizo sionista. O mejor dicho, las mayorías sucumbieron al hechizo de la ideología y el movimiento sionista. Las agrupaciones, en todas sus ideologías y orígenes, partidarias, deportivas, sociales, religiosas, o simplemente comunitarias (La Agrupación Juvenil de la NCI, hoy Jazit Hanoar), abrazaron el ideal sionista y de esta forma construyeron un puente (para nada angosto, más bien lo contrario dada la cantidad de opciones que se generaron a lo largo de los años) entre el pasado reciente y remoto (Shoá, pogromos, expulsiones) y el futuro inmediato, concreto y lleno de esperanza. Como todo fenómeno, tiene sus límites: siempre hay quienes quedan fuera. Pero no cabe duda que pasado un siglo de vida judía institucional en Uruguay, la historia no sería la misma sin los movimientos juveniles sionistas.
Ayer estábamos en “la cancha” de Jazit “gentes de cien mil raleas”; vale decir: todos habíamos pasado por ese patio, bajado esas escaleras, lustrado el piso del “ulam” (salón) con nuestros traseros, pero la vida nos había llevado a todos por diferentes derroteros, éxitos y fracasos, logros y decepciones. Algunos estaban allí con hijos, otros con nietos, otros porque sí, porque alguna vez ese espacio, ese tiempo resumía nuestro pasado: la pandemia finalmente desembocó en celebrar en la forma más auténtica: “peulá” (actividad) un sábado de tarde al aire libre. Aquello que, semana a semana, nos catapultaba hacia la siguiente, sabiéndonos parte de un proyecto mucho mayor que la suma de los individuos que allí nos congregábamos.
Con el correr de los años uno ha aprendido que todo lo vivido como adulto ha sido más fácil, aun cuando no sea sencillo, precisamente porque tenemos un pasado “tnuatí”. Conocemos códigos, tenemos noción de colectivo, de congregación, de consensos, de escucharnos, respetarnos, y reconocer, a veces a regañadientes, los caminos y las opciones de otros. Por eso hubo, y todavía se sostienen, opciones para casi todos. No sin dificultad, por momentos con carencias ideológicas, por momentos rendidos ante los ídolos de barro de la tecnología y la posmodernidad, pero todavía auténticos e idealistas. Después de todo, ¿qué es el judaísmo sino la expresión múltiple y multiplicada de una ideología, una forma de entender el mundo? O, como dijeran nuestros sabios en el Talmud (¡mirá si alguien iba a citar el Talmud en la calle Rivera en los años setenta!), “estás y aquellas son palabras del Dios viviente”.
Esta semana comenzamos a leer el libro de “Shemot”, Éxodo. Comienza enumerando los nombres de los hijos de Israel… Sería imposible listar los nombres de los hijos de Jazit Hanoar en sus setenta años, o a tales efectos, de todas las “tnuot noar” de Uruguay. No es un número infinito pero sin duda, como el libro de “Shmot”, una lista establece una noción de pueblo. Todos quienes estuvimos este sábado en “la cancha” de la calle Rivera somos parte una larga lista, una genealogía de la palabra (sí, los Oz otra vez) cuyo relato nos trae hasta nuestros días. Seguramente, nos llevará a los días por-venir. No tengo duda que Jazit Hanoar cumplirá ciento veinte años. Desear más sería presuntuoso.
Jazak VeAlé!