Promesa y Realidad: Israel bajo la lupa.
en recuerdo de mi padre Iosef ben Pinjas, José Silberstein a dos años de su partida
Soy un ávido lector de la prensa en inglés; sea de los EEUU, de Israel, o incluso del Reino Unido. Tengo una afinidad muy especial por su estilo mayormente conciso, concreto; casi no existe el uso de eufemismos y mucho menos, en general, el lenguaje figurativo. Las disonancias surgen , sin embargo, en torno a los temas, lo cual es lógico: la realidad desde el hemisferio norte se ve muy diferente que desde el sur. El problema es cuando desde el sur tomamos como modelo a los del norte, y estoy considerando sólo el mundo anglosajón. Si en definitiva mi tema es judaísmo, sionismo, y afines, en realidad la cuestión está entre los norteamericanos y nosotros; por “nosotros” me refiero estrictamente, aun en nuestra insignificancia relativa, a los uruguayos.
Hace un par de semanas fui invitado por Janet Rudman a sumarme, entre otros tantos, a una campaña de Twitter en defensa de Israel como reacción a un artículo del New York Times sobre la “sombría” realidad israelí. La consigna era #sadsadIsrael. Entiendo que fue un éxito y me alegro de haber sumado mi granito de arena. El artículo, titulado “Whose Promised Land”, se encuentra en https://www.nytimes.com/2021/10/25/world/middleeast/israel-jews-palestinians-journey.html, aunque puede estar codificado (tal vez a esta altura ya no).
El periodista Patrick Kingsley narra un viaje de norte a sur de Israel y sus conversaciones con diferentes personas o personalidades cuyo rasgo común es que todos, sin excepción, hablan del desencanto que supone la realidad israelí. Como que hubieran sido elegidos adrede; no lo digo como una sugerencia, sino como una acusación. El artículo, además, confunde términos y status y mezcla, por ejemplo, la marginalidad social que se puede encontrar en Israel con los conflictos vinculados a La Ocupación (así se refiere la prensa progresista en inglés a la situación en los territorios, efectivamente, “ocupados”, pero cuyo status legal es bastante más complejo que la simplificación ideológica); además de soslayar verdades históricas, como cuando cierra su recorrido afirmando que el problema “no es la tierra”… cuando todo el problema es precisamente LA tierra.
Me tomé la libertad de puntualizar y proponer alternativas a una visión tan crítica y pesimista del país que es, lisa y llanamente, mi otra casa, o mi otro lugar en el mundo. El artículo, en inglés, se puede encontrar en https://blogs.timesofisrael.com/whose-journey-whose-zionism/ para quien le interese. Lo que quiero hoy, en español, es manifestar mi estupor ante el constante asedio del judaísmo “progresista” norteamericano hacia Israel y su razón de ser; precisamente, creo que es esto último lo que no terminan de aprehender, internalizar, ni comprender en su cabal dimensión. Tal vez sea, como dice Paul Simon en su “American Tune”, “for we lived so well so long…” Son muchos años de bienestar, libertad, y sobre todo integración a la gran sociedad estadounidense desde su condición de judíos que privilegian, por sobre otros valores como la seguridad y soberanía, la ética del Tikun Olam y el rezo puertas adentro en las sinagogas.
Sin embargo, y aun cuando las manifestaciones populares, la presencia en los organismos del Estado, y los atentados antisemitas han ido en aumento, el principal factor de dilución del judaísmo de los EEUU está dado por lo que aquí llamamos el “matrimonio mixto”, donde uno de los cónyuges no es judío (en oposición a los matrimonios donde uno de los cónyuges ha elegido serlo en lugar de nacer como tal). Más del 70% de los judíos estadounidenses está incluido de alguna manera en esa estadística. Es evidente que el Sionismo e Israel no son la solución a ese tema. Lo que no pueden ver es que sin respuestas relevantes en un “libre mercado de ideas” (concepto de Donniel Hartman al que recurro repetidamente) el judaísmo deja de ser atractivo. Denostar Israel, cuestionar su ética, sus medidas de seguridad, para ubicar como víctimas a los perpetuos refugiados palestinos no es Tikun Olam, es morderse la cola. Algo que generalmente los perros no consiguen, pero la opinión pública judía en los EEUU sí.
No soy precisamente un sionista complaciente ni mucho menos nacional-chauvinista. He recibido duras críticas por cuestionar políticas o coyunturas en Israel. Incluso, he elegido callar cuando la disyuntiva está entre cuestionar a Israel o sensibilizarme con situaciones en las cuales Israel, por su seguridad, está ingratamente involucrada; entre mis aspiraciones éticas y mi defensa de Israel y su razón de ser, prevalece esta última bajo la forma de un prudente silencio. Sólo soy crítico con Israel en círculos íntimos y de confianza, y sobre todo, cuando no ejerzo opinión pública; las pocas veces que lo hice lo pagué caro a nivel personal. Es por ello que no puedo entender la miopía de ciertos judíos en el contexto del Judaísmo más privilegiado del mundo y de la Historia. Hasta 1967 la causa sionista era víctima y por lo tanto justificable; desde entonces y tras largos y complejos procesos históricos, la causa sionista, para ese tipo de ideologías, se ha convertido en victimaria. Cuando en realidad nada ha cambiado excepto que por primera vez en 1900 años los judíos tenemos fuerza y poder, bajo la forma de un Estado moderno.
Hace años que brego, en mi reducido ámbito de acción e influencia, por una conversación judía más relevante, profunda, y creativa. Me resisto a las discusiones halájicas o denominacionales y prefiero proponer conversaciones éticas y morales acerca de nosotros mismos, nuestra relación con el prójimo, con las sociedades en que vivimos, y con nuestro último propósito de mejorar el mundo (ahora sí, Tikun Olam) en aras de un tiempo “mesiánico” (o digamos, simplemente, mejor). En ese contexto, Israel y el sionismo no escapan a la norma: Israel fue creada para refugio y para la auto-determinación de los judíos, para terminar para siempre con “los Egiptos”, pero no para “ocupar” u oprimir otros pueblos. Ahora bien: en un orden de prioridades, necesariamente, para poder ejercer los estándares éticos a los que está llamado por su propia literatura fundacional (la Torá en su sentido más amplio) primero debe existir, ser. Era muy fácil predicar conductas éticas en una coyuntura diaspórica; ahora es momento de probarla.
A diferencia del periodista Kingsley del New York Times, que Israel no sea el crisol de diásporas que sus ideólogos y padres fundadores soñaron (“melting pot” en inglés) no me inquieta; me conformo con el término en hebreo, “kibutz galuiot”, reunión de las la diáspora. Nadie habló de mezclar o mucho menos “fundir” en una suerte de alquimia. El “nuevo hombre” judío, el “sabra”, que en cierto modo simbólico sí existe, es sobre todo un recurso retórico de quienes procuraron introducir, e introdujeron, una nueva forma de entender ser judío cuando Europa y su Modernidad, por separado y en conjunto, se convertían en una amenaza a la existencia y continuidad judía. Israel no surge por la Shoá, pero su infraestructura y por entonces todavía escaso poderío estaba allí, pronta, cuando la tragedia finalmente sucedió. Al cabo de casi ochenta años, dio respuesta a la suerte de judíos de todo el mundo. Es de esperar, y es mi deseo, que los EEUU de Norteamérica sigan siendo el otro gran refugio para una vida judía libre, plena, y diversa. Al mismo tiempo, me queda claro que cuestionando y condenando a Israel esas posibilidades se reducen. Uno puede ser todo lo “snob moral” que quiera (tomo prestado un término del crítico literario judío George Steiner), pero no puede ser tan ingenuo como para no comprender la diferencia entre un estado de vulnerabilidad y un Estado soberano y poderoso.
En todo caso, concentrémonos en aprender a usar esa fuerza y poder bajo las premisas de justicia que pregonaron nuestros profetas. El mundo ama a nuestros profetas precisamente por su prédica universalista. Sin embargo, su mayor admonición era en relación a la pérdida de nuestra identidad nacional. El Sionismo y su producto, Israel, son la gran oportunidad histórica de conjugar los grandes valores con las complejas realidades. Nos toca ser protagonistas.