El judaísmo de Pablo Mieres

Martín Kalenberg (*) para TuMeser                                              A mis hijas Luli y Sofi

Bolche para los fachos, y facho para los bolches. Así, en términos coloquiales, es como muchos consideran al ministro de Trabajo y Seguridad Social y líder del Partido Independiente, el Dr. Pablo Mieres. Me siento identificado con él en cuanto a mis vivencias como un judío creyente uruguayo que es practicante -para los estándares de la comunidad judía uruguaya-, pero independiente en cuanto a discrepar con las posturas “oficiales” tanto del establishment ortodoxo como del secularismo judeouruguayo.

Me pasa algo similar a Mieres. Para los judíos laicos soy un religioso, pero para los religiosos no soy lo suficientemente respetuoso de las normas legales que prescribe la ley judía (halajá) como para que me consideren uno de ellos.

Esto bien podría ser parte de un stand up sobre el judaísmo uruguayo, ya que cuando al laico le digo que no uso el celular durante las 25 horas que dura el sábado judío (Shabat), me considera un religioso, pero la ortodoxia no me deja ser testigo en un casamiento judío, ya que mi observancia del Shabat -según esta lo determina- no es plena. El único contrato matrimonial que pude firmar fue en el marco de un casamiento realizado por el rabino masortí/conservador de la Nueva Congregación Israelita (NCI) Alejandro Bloch, en Montevideo, allá por abril de 2005.

Para el judío uruguayo laico y para la gran mayoría de mis correligionarios creyentes se aplica el adagio israelí: “Yo no voy a ninguna sinagoga, pero a la sinagoga que no voy es ortodoxa”. A propósito, recuerdo que un sábado al mediodía en Nueva York estaba con un grupo de judíos uruguayos frente la puerta del Temple Emanuel, una de las más emblemáticas sinagogas reformistas del mundo. Uno de los uruguayos presentes, miró para adentro del templo -de una estructura similar a una iglesia protestante- y dijo: estos no parecen judíos. Respondí: nosotros estuvimos paseando (y comprando) durante toda la mañana del sábado, mientras que ellos rezaron la plegaria matutina, la suplementaria, leyeron un fragmento de la Biblia hebrea y otro de los profetas. Entonces, ¿quiénes son judíos y quiénes no?.

El pensador judío Mordejai Kaplan, fundador e inspirador del movimiento reconstruccionista, decía: “past has a vote, but not a veto”, que traducido al español vendría a ser algo como la tradición tiene valor, pero no puede vetar(nos) la implementación de cambios y la innovación ritual.

Me hace acordar a cuando decidí que comería arroz en Pesaj (Pascua judía), prohibido según una antigua tradición del mundo ashkenazí (judíos provenientes de los países de la Europa Oriental). Conozco a varios judíos ashkenazíes que se horrorizarían al saberlo, pero sin embargo ellos utilizan dinero y conducen automóviles durante el Shabat, y comen carne de cerdo todo el año. Pero arroz en Pesaj, ¡válgame Dios! Esos judíos bien ashkenazíes que, generalmente, no simpatizan con lo sefaradí (judaísmo proveniente de la Península Ibérica, Turquía y los Balcanes, entre otros), y menos que menos con lo mizrají (judaísmo proveniente de países árabes), no pueden aceptar que somos un solo pueblo y que no tiene más sentido privarse de disfrutar e ingerir ciertos alimentos que no están estrictamente prohibidos durante Pésaj, simplemente porque así lo hicieron nuestros antepasados que llegaron a Uruguay desde Europa.

El rabino Marshall Meyer, paladín de los derechos humanos durante la última dictadura argentina, decía que en una mano hay que tener la Biblia y en la otra un diario. Yo tengo en una mano «Las cartas que no llegaron» del ex guerrillero tupamaro Mauricio Rosencof, y en la otra la biografía acerca del último Rebe de Lubavitch, Menajem Mendel Schneerson, de Joseph Telushkin. Por un oído escucho «El violín de Becho» de Alfredo Zitarrosa, y por el otro, «Batzoret» del cantante jasídico Abraham Fried y del judío secular israelí Aviv Gefen. ¿Son compatibles? ¿Se puede leer a un autor de izquierda y al mismo tiempo ser “religioso” y profundizar en el campo de la Torá (Biblia judía) y las mitzvot (preceptos)?

Mi respuesta, claro, es que sí. Esto me hace acordar a que hace muchos veranos, durante un taller de periodismo cultural, dije que me gustaban los tangos del uruguayo Carlos Gardel y las cumbias del argentino Rodrigo. El docente me dijo que esto era incompatible, pero yo lo veía y veo de otra forma. Gardel y Rodrigo me enriquecen desde dos costados distintos de la música y me hacen ser quien soy. Lo mismo ocurre con el judaísmo. Cuanto más realidades judías (y no judías) conozco, más elementos tengo para decidir y elegir cuál es el judaísmo que quiero vivir diariamente con total plenitud.

Así que vivan su judaísmo con libertad (de pensamiento y de expresión). Decidan ustedes, luego de empaparse de nuestra milenaria historia y fuentes (tanto religiosas como seculares) qué tipo de judaísmo quieren llevar adelante. Todos somos lo suficientemente inteligentes para hacerlo solos. Hagámonos cargo de nuestro judaísmo. No dejemos que otros elijan y decidan por nosotros.

(*) Martín Kalenberg es graduado de la Licenciatura en Comunicación por la Universidad ORT Uruguay. Su tesis de grado se titula El secreto periodístico: cuando el derecho y el deber de mantener la reserva entran en conflicto. Integra el Consejo Editor de la revista Coloquio del Congreso Judío Latinoamericano. Fue cofundador de la rama joven de la Confraternidad Judeo-Cristiana del Uruguay. Artículos y notas suyas sobre judaísmo e Israel han sido traducidos al inglés y al ruso.