Presidente del Estado de Israel
El libro de “Jueces” (Shoftim en Hebreo) finaliza con el siguiente versículo:
En aquellos días, no había rey en Israel; cada cual hacía lo que era recto a sus propios ojos (21:25)
Cuando se habla de “hacer lo recto” se pensaría en un juez, pero el texto habla de un rey; no se persigue tanto justicia como unicidad. El dilema que se planteará desde I Samuel en adelante tendrá que ver con esto: cómo unificar a las tribus que habían conquistado la tierra de Israel y habían ido superando a sus diferentes enemigos. Muerto Iehoshua, pasado el tiempo de los Shoftim, la pregunta en Jueces 1:1 se actualiza: “¿Quién subirá por nosotros primero…?” La respuesta será la institución de la realeza. La realeza en Israel es muy particular: está avalada por Dios, pero no es de naturaleza divina; y está ungida por un profeta: Samuel. Es él quién establecerá la fallida dinastía de Saúl y la posterior y definitiva dinastía de David.
Todo esto viene a cuento porque esta semana ha finalizado el mandato como Presidente del Estado de Israel Reuven Rivlin y ha asumido el cargo Itzjak Herzog. El Presidente en Israel es el Jefe del Estado; el poder ejecutivo está en manos de quien forme gobierno como consecuencia de elecciones parlamentarias directas. El Presidente es elegido, en forma indirecta, por la Kneset, el parlamento de Israel. No podemos decir que es “ungido” como lo fueron los reyes de Israel en la antigüedad, pero hay una suerte de consagración a un cargo; cargo que carece del poder de la época bíblica. Uno puede dar un vistazo a las monarquías europeas modernas, como la de España, Inglaterra, u Holanda (por citar algunas) y, aplicando aquello de que reinan pero no gobiernan, entender la cabal dimensión del cargo.
Revisando la historia de los Presidentes de Israel en sus setenta y tres años de existencia, y sin profundiza en el perfil de cada uno, surgen algunas conclusiones que a la luz del presente resultan relevantes y destacables. En el Israel uniforme y monolítico de su fundación, donde el Laborismo y sus políticas socialistas prevalecieron ampliamente durante treinta años, la Presidencia fue un premio consuelo y devino en una institución absolutamente simbólica. Jaim Weizman fue el primer Presidente del Estado, una forma elegante que tuvo Ben-Gurión para apartar del poder al principal negociador del Sionismo desde la Declaración Balfour. Weizman era un químico reconocido, y el patrón de que los presidentes sean figuras de la ciencia o la cultura se mantuvo muchos años. Tal vez el primer quiebre en este sentido fue Itzjak Navon, que había sido secretario de Ben-Gurion y fue el primer Presidente de origen sefaradí. Con él, de alguna manera muy sutil, el cargo empezaba a “decir” algo.
Rota la hegemonía laborista al final de los setenta la paridad política se trasladó a la Kneset en la elección del Presidente. A Navon lo sucedieron Jaim Herzog y Ezer Weizman; padre del presidente entrante y sobrino del primer presidente, respectivamente. Los tres se ganaron un merecido prestigio, y los tres venían de ocupar cargos políticos. En 2000 es derrotado Shimon Peres y asume Moshé Katzav, nacido en Irán y perteneciente al prevalente Likud; debe renunciar antes del final oficial de su mandato por acusaciones de acoso sexual, por lo cual fue condenado. En 2007 asume Shimon Peres, tal vez el político con mayor trayectoria histórica combinando tiempo y logros, pero cuya carrera política estaba claramente terminada. Fue una salida digna y al mismo tiempo dignificó como ninguno una maltrecha institución. Con Peres en Beit Hanasi la dimensión simbólica y nacional del cargo se consolidó.
Cuando es electo Reuven Rivlin, del cerno del partido Likud y de perfil netamente nacionalista, uno esperaría que el establishment israelí se consolidara en un discurso hegemónico de derecha. Sin embargo, Rivlin confirma su conocida y probada vocación democrática y dibuja nítidamente su perfil como jefe de Estado en contraste al Primer Ministro Netanyahu. En especial en los últimos años, con el estancamiento político, el fraccionamiento social y étnico, y la ausencia de Gobierno estable por más de dos años, Rivlin emerge como una figura unificadora y de valores. Cuando uno tenía dificultad para encontrar inspiración en el sistema político israelí, allí estaba Rivlin para ofrecerla. Tal vez la imagen que represente mejor su posicionamiento y simbolice su rol en la sociedad israelí sea su participación, en 2018, del evento “Koolulam” en el Nokia Arena de Tel-Aviv. Vale la pena verlo en https://youtu.be/oxzR9Z-kG6Q
Cuando publicamos estas líneas Itzjak Herzog ya es el 11º Presidente de Israel. Es un hombre joven, de estirpe y carrera política, que se ha comprometido a bregar por la unidad interna del país y por su posicionamiento a nivel mundial entre judíos y no judíos. Si no me equivoco, es el Presidente que asume más joven en la historia del país. Mientras los políticos están muy ocupados en hacer política, provocar o evitar elecciones, y sobre todo gobernar, es bueno saber que por encima de todo existe esta figura pública, este Primer Ciudadano, que garantiza estabilidad y promueve los valores de unidad por encima de los divisivos; porque los hay de unos y de otros, en abundancia.
Cuando ayer circularon en redes los videos de la ceremonia de asunción en la Kneset, en especial en el momento que suenan los cuernos anunciando la investidura en el cargo, no pude evitar que me invadiera una entusiasta emoción y una profunda noción bíblica e histórica: todavía suenan en Jerusalem, para todo Israel, los ancestrales sonidos del Shofar. Todavía estamos a tiempo de esperar, siempre, tiempos mejores.
“¡Larga vida al Presidente de Israel!”