La Democracia Israelí
En ausencia de un Papa y de una jerarquía eclesiástica, y en virtud de que los textos y tradiciones del judaísmo creados a lo largo de miles de años ofrecen material suficiente para respaldar cada una de las posibles visiones del mundo, los judíos no tienen forma de determinar cuál es la forma “correcta” ni cuál es la forma “incorrecta” de ser judío. Entonces, a los judíos no les queda más remedio que hacer aquello por lo que se les conoce: debatir.
La definición de Wilf de lo que es el Estado Judío, lo que ella llama “la definición para acabar con todas las definiciones” es esta: El estado judío es el único estado en el mundo donde podemos discutir sobre lo que significa ser el Estado Judío. Y precisamente es en esto que radica la esencia del Estado Judío: el debate permanente sobre su propia naturaleza. Esta ha sido la percepción clave del sionismo. Contrariamente a la opinión común de que los grandes emprendimientos requieren unidad, el sionismo progresó a través de la unidad en la diversidad. Sí, hubo un acuerdo amplio para avanzar hacia alguna forma de autogobierno judío – ni siquiera hubo acuerdo sobre la necesidad de que fuera un estado – pero más allá de eso, todo ha sido puesto a debate.
Se podría agregar que una cultura de la argumentación ya estaba incrustada dentro de la vida judía, porque después de todo, el Talmud es el ejemplo clásico de la canonización del debate, pero el sionismo y el Estado de Israel son ejemplos únicos de un movimiento de liberación nacional y un estado que fueron establecidos bajo la forma de debates permanentes.
El intenso debate que fue el Congreso Sionista se convirtió en el Parlamento del Estado de Israel, la Knesset. Pero la Knesset tenía una marca única que el Congreso Sionista no poseía por ser una asociación voluntaria: trajo al debate a dos grupos que pasaron a formar parte del Estado de Israel de forma muy involuntaria: los árabes y los judíos haredíes. Habiendo pasado más de 50 años debatiendo ferozmente el proyecto sionista, era lógico, si no muy natural, extender el debate a aquellos grupos que se convirtieron en ciudadanos del Estado de Israel, independientemente de sus puntos de vista. Desde su inicio, el Estado de Israel se convirtió en un feroz debate sobre lo que significa ser el Estado Judío, y el debate ahora no solo es entre los judíos sionistas, sino que se amplió para incluir las opiniones de los árabes antisionistas y los judíos haredíes antisionistas. El parlamento electo del Estado de Israel se convirtió en un lugar donde estaban representados aquellos que argumentaban en contra de la existencia misma del Estado de Israel, o al menos dejaban claro que podían perfectamente prescindir de él, y eso es algo que no existe en ningún otro parlamento del mundo.
Lo que hace que Israel sea una democracia es la necesidad. Israel es una democracia, pero no porque tenga una constitución bellamente escrita que garantice la democracia. No la tiene. Israel es una democracia, pero no porque sus padres fundadores leyeron a John Locke o John Stuart Mill. Puede que lo hayan hecho, pero también leyeron a Karl Marx y a León Trotsky. Israel es una democracia porque la democracia era el único mecanismo disponible para mediar y resolver los feroces debates sobre lo que significaba ser el Estado Judío. Quizás la noción de que Israel se convirtió en una democracia por necesidad suene menos inspiradora, como si de alguna manera esa democracia fuera “menos noble” y “menos digna”. Pero con el tiempo, de la misma manera que Israel no tuvo otra opción en la guerra que ganar, el hecho de no tener más remedio que ser una democracia ha significado que, con el tiempo, Israel se ha convertido en una de las democracias más exitosas y eficaces del mundo.
Setenta años después de declarar la independencia, Israel es la décima democracia continua más antigua del mundo. Contó con el sufragio universal desde su primer día – sí, para los ciudadanos árabes también – y hasta el día de hoy ha seguido funcionando sin golpes militares, sin guerras civiles, sin gobiernos de emergencia, sin suspensiones de libertades políticas o civiles básicas, sin líderes de la oposición en la cárcel y sin cancelación de elecciones, sobreviviendo incluso al asesinato de un primer ministro. Israel no es el único estado independiente surgido como secuela de la Segunda Guerra Mundial y que comenzó sus días como una democracia, pero ha sido el único que nunca ha caído, ni siquiera temporalmente, en algún tipo de autoritarismo.
Israel es realmente una democracia. Pero eso no significa que todos los que participan en el sistema democrático sean demócratas. De hecho, muchos tienen visiones decididamente antidemocráticas y ciertamente antiliberales sobre el Estado y la sociedad. Pero dado que ninguna de las fuerzas no democráticas y antiliberales dentro de Israel es capaz de imponer su voluntad, por fuerte que la expresen, la democracia de Israel sigue siendo vibrante. Por eso, el sistema no debe ser modificado. El sistema de Israel no es peor que cualquier otra democracia con la que nos guste compararnos. Pero hemos llegado a creer cada vez más que, en el contexto específico de la sociedad y la historia israelíes, el sistema no solo “no ha sido peor”, sino que ha sido nuestra gracia salvadora. En el sistema electoral de Israel, prácticamente todas las cosmovisiones están representadas y, por lo tanto, tienen voz.
Las democracias no están marcadas sólo por la presencia de parlamentos o elecciones. Las dictaduras y las teocracias opresivas a menudo también celebran “elecciones” y tienen “parlamentos”. La esencia de una democracia no surge de sus estructuras formales, ni de sus constituciones, ni siquiera de sus leyes. Más bien, emerge, con el tiempo, enla continua demostración del hábito de debatir legítimamente. Esto significa que el debate es un hábito, un músculo que debe ser flexionado con regularidad, y que es considerado legítimo. Significa que los participantes en el debate, habiéndose gritado los unos a los otros, aceptan que son todos miembros legítimos del organismo que debate.
Por mucho que los israelíes puedan anhelar el consenso, es en los períodos de mayor consenso cuando la democracia israelí se ha visto debilitada, y es en los períodos de gran desacuerdo cuando la democracia israelí ha demostrado ser vibrante. Esta es la paradoja de la democracia israelí: es más democrática, más abierta, más inclusiva y más liberal que en cualquier otro momento de su historia, pero hay en ella más voz y representación de las visiones antiliberales, religiosas y supremacistas del mundo, las que en el pasado fueron reprimidas en el debate.
De una forma u otra, Israel se ha despojado de la mayoría de los territorios que adquirió gracias a su asombrosa victoria sobre tres ejércitos árabes en la Guerra de los Seis Días. Israel ha demostrado repetidamente que considera que la ocupación de esos territorios es temporal, y ha actuado conforme a ese supuesto. Cuando no lo hizo, anexó ciertos territorios e incorporó a sus ciudadanos a la democracia de Israel.
En el parlamento de Israel están representadas voces antiliberales, mesiánicas y supremacistas que proponen una visión de un control permanente israelí sobre el territorio, una que negaría el goce de los derechos completos a sus residentes palestinos. Si tuvieran éxito, lo cual, contrariamente al agudo debate, están muy lejos de lograr, de hecho significaría que Israel ya no es una democracia plena de todos sus ciudadanos.
Pero los setenta y tres años de vibrante debate de Israel son el baluarte más poderoso que tenemos contra un escenario así. El parlamento israelí es el lugar de trabajo de mayor diversidad dentro de Israel. Cada uno de los ciento veinte miembros de la Knesset debe enfrentarse diariamente al hecho de reconocer que aquellos que creen que están conduciendo al país por el camino hacia el Infierno tienen el mismo voto y la misma voz para conformar el futuro del país. La democracia de Israel nos obliga a todos a darnos cuenta de que el derecho de todos los participantes a moldear el futuro es igual al propio, aunque lo que realmente nos gustaría es que desaparecieran.
Israel puede presumir de numerosos logros, pero tal vez ninguno se compare con haber mantenido 70 años de feroz debate. Y, al mirar hacia el futuro, el hecho de que cada uno de nosotros tenga la sensación de que todavía “no hay suficiente de mí y demasiado de ellos” significa que todos podemos estar de acuerdo en una cosa, dado que cada uno de nosotros teme que “los otros” se hagan cargo, y es que es mucho mejor que el debate continúe en lugar de llegar a un acuerdo.
Traducción: Daniel Rosenthal
Extractos del Editor sobre la obra de Einat Wilf según Revista Sources 2018, artículo original en:
https://www.cirsd.org/en/horizons/horizons-spring-2018-issue-no-11/democracy-against-all-odds?__cf_chl_jschl_tk__=b25f33a58100dccb719a8ff62b9859d96f3b0382-1624109507-0-AcOU8Km_uObWbRQ6LG7iuAuhQAn15anIE8tpfYeeJKeYvVkWrufRZ6Z4rF6srs798lp31yWgGEMmRP4n6bB1KtmcZ4YhCOmqZImZ8fPdHg_sJGMBCM_RrqPqSJ6h0Tzdx-SM9aiH_eOi_Wq9ixLnndvzyIt_RK4wyPCsUtEWLmhewBlK_h_-BvLTyO8pS_ygkzjyNMOFLW4_DHZF_zMOSxK0iGe49TpK1acUPNlq15CkGktKEO_eFr6sT_ZpAFKsU7mUbNV7GJFmCs61EIEUWqv8pXi5dqi2IR_m2-EGZKECDQkVRH1Eb1oZ9cvcfH9h3-YekHfDqXHvTPNI9TNaRApute02d64g9QiCktMP4DK47xOO-DJJ74r02inkCcYLvehkUQcUlqBMufRbY3IQF_AziYAyyxJbg0k6U_46h_YR18VY7gOUFQWPpWCFeuwVDI0hV8SP0k86nj1ptYpNIwrWNLrGg5Ek0Le4pDSzKTkj#.YM9JULTBT9A