La coalición de traidores patrióticos
Bret Stephens, The New York Times, 14 de junio de 2021
Issawi Frej es árabe y musulmán y solía trabajar para el movimiento Paz Ahora. Ahora es el ministro de cooperación regional de Israel. Pnina Tamano-Shata es negra: el Mossad la rescató, junto con miles de otros judíos etíopes, del hambre y la persecución cuando era una niña pequeña. Es la ministra de inmigración y absorción. Nitzan Horowitz es el primer hombre abiertamente gay en liderar un partido político israelí. Es el ministro de salud. Se espera que al menos un viceministro, aún no designado, sea miembro del partido Ra’am, que es un vástago del principal grupo político islamista en Israel.
En cuanto a Benjamín Netanyahu, el “Rey Bibi”, finalmente dejó el cargo, groseramente, con amargura y pomposidad, pero respetando el proceso democrático normal. Se enfrenta a acusaciones penales en múltiples casos. Su predecesor inmediato en el cargo de primer ministro, Ehud Olmert, pasó 16 meses en prisión por cargos de corrupción.
Menudo estado fascista que somete a sus líderes al estado de derecho y a los veredictos de un tribunal. Mientras tanto, Mahmoud Abbas, presidente de la Autoridad Palestina, “pospuso” las elecciones de abril. Está transcurriendo el 17º año de su mandato, para el cual fue elegido por 4 años. Un nuevo gobierno, incluso uno tan frágil y problemático como este de Israel, siempre es una oportunidad para corregir el rumbo. Pero la corrección de rumbo que Israel más necesita no es la que generalmente suponen sus críticos.
La razón por la que Netanyahu duró en el cargo todo el tiempo que lo hizo no fue porque los israelíes querían un hombre fuerte o a alguien que aplastara a los palestinos. Duró, porque, en muchos sentidos, fue bueno haciendo el trabajo. A lo largo de sus 12 años continuos en el cargo, la economía israelí casi duplicó su tamaño. Los Acuerdos de Abraham del año pasado llevaron el conflicto global árabe-israelí casi a una conclusión, incluso si el conflicto israelí-palestino permanece sin resolverse. A pesar de las periódicas batallas con Hamas, no hubo guerras totales. Los israelíes se sintieron personalmente más seguros durante los años de Netanyahu que en la década anterior. Y la campaña de vacunación contra el Covid-19 de Israel fue la envidia del mundo.
Contra Irán, Israel llevó a cabo la campaña de operaciones encubiertas posiblemente más exitosa de la historia moderna. Con respecto a los palestinos, Netanyahu evitó tanto las concesiones territoriales exigidas por la izquierda como la reocupación de Gaza deseada por la extrema derecha. En cuanto a los Estados Unidos, Netanyahu desafió a Barack Obama y obtuvo lo que quería de Donald Trump: la embajada estadounidense en Jerusalén, el reconocimiento de la soberanía israelí en los Altos del Golán y la retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán de 2015. Posiblemente nada de esto cuadre con los deseos de las élites o los progresistas de Occidente, cuya obsesión es la creación de un estado palestino. Pero lo que los israelíes querían en las últimas elecciones no era un estado palestino, lo cual es una buena idea en teoría, pero (por ahora), una idea terrible en la práctica.
Lo que quieren los israelíes es una mejor forma de política, la única área en la que Netanyahu fracasó notoriamente. Es una política liberada de sus hábitos de demagogia, denigración, sordidez y pura mezquindad, una política que finalmente lo derribó. Esa es la promesa del nuevo gobierno. Está dirigido por Naftali Bennett, un derechista y exdirector del consejo de colonos que es el primer judío ortodoxo religiosamente observante en ser primer ministro. Su ancla es Yair Lapid, un centrista y ex periodista de televisión que personifica al Israel secular. Llegó al poder gracias al apoyo de Mansour Abbas, del partido Ra’am, un musulmán religiosamente conservador que implícitamente ha dado un sello de respaldo a un gobierno a cuyas políticas, especialmente en lo que tiene que ver con los palestinos, seguramente se opone. Incluye miembros que están a la derecha del Likud y a la izquierda del Laborismo.
Es difícil pensar en un gobierno de coalición, en cualquier país, que sea tan ideológicamente diverso. También es fácil suponer que nada lo mantiene unido más allá del odio compartido hacia Netanyahu, quien permanece como líder de la oposición. No se necesitaría mucho para derribar al nuevo gobierno y devolverlo al poder.
Pero también hay una oportunidad en el nuevo gobierno, y éste ofrece lecciones para otras democracias occidentales atrapadas por el partidismo y la parálisis. Para hacer posible esta nueva coalición, casi todos sus miembros tuvieron que sacrificar algún punto de sus principios políticos o morales, romper filas con algunos de sus propios electores y ser calificados como traidores a sus respectivos movimientos. Son traidores ideológicos, al menos para aquellos que piensan en la pureza ideológica como una virtud.
Estar dispuesto a abandonar una convicción feroz en aras de un compromiso pragmático solía considerarse una virtud democrática. La traición ideológica también puede ser una forma de patriotismo cívico. En lo que se supone que es uno de los países con más facciones, tribalizaciones y divisiones internas en el mundo libre, con judíos, árabes, laicos, nacionalistas religiosos, ultraortodoxos, mizrajíes (judíos orientales), rusos, drusos, etc., un gobierno israelí está intentando darle una chance al nacionalismo cívico. Puede que funcione o puede que no. Pero como tantas otras cosas en Israel, merece más respeto del que probablemente reciba.
Traducción: Daniel Rosenthal