Comunidad & Liderazgo: una mirada desde la Torá.

Cuando la NCI de Montevideo fue fundada un domingo 7 de junio de 1936 la porción semanal de la Torá era “Shlaj-Leja”; cuando cumple ochenta y cinco años el pasado lunes 7 de junio, la porción semanal es “Koraj”. Estos dos textos refieren a dos temas centrales: congregación y liderazgo. Cuando hemos conmemorado un nuevo aniversario de nuestra comunidad la coincidencia y la relevancia del asunto parecen no sólo provocativas sino relevantes.

Tanto el episodio de los “espías” como el que sucede en torno a la figura de Koraj son significativos por su complejidad y los asuntos en juego. ¿Cuál es la fuerza del colectivo, cuál es el rol del líder? ¿Cómo se procesan los cambios, el tránsito de un estado a otro del espíritu? Ambos episodios suceden a poco de salir de Egipto, ya pactados en Sinaí, en medio del desierto. ¿Cómo se construye el camino hacia el futuro, la noción de nación? Estos episodios han sido recreados a lo largo de la historia judía al tiempo que han sido una enseñanza en los procesos que nos han sostenido hasta nuestros días.

En el episodio de los espías se oponen dos corrientes “populares”, en el sentido que surgen del colectivo. Moshé elige “de cada tribu… un hombre” (Números 13:2); su elección los convierte en jefes porque asumen una responsabilidad. Una vez regresados a Cadesh, surgen las dos versiones: una realista y otra idealista. La versión de los diez es que la tierra está habitada y que sus moradores son gigantes e invencibles; como si fuera poco, es una tierra que si bien mana leche y miel, también “devora a sus moradores” (frase sugestiva y misteriosa si las hay). Por el contrario, dos de los doce, Caleb y Iehoshua, afirman: “Hemos de subir para heredar la tierra porque podemos hacerlo” (13:30); esto es no sólo una manifestación de fe, sino una alineación con el plan mayor: avanzar hacia la tierra y tomarla.

Nadie ignora el plan divino; Moshé lo ha venido predicando desde que se presenta en Egipto por primera vez. Sin embargo, la visión del líder no es la visión del colectivo; y dentro de este, nunca las mayorías son las dispuestas a arriesgarse. La dinámica que se da entre los “espías”, Moshé, y Dios equivale a la que suele darse entre un colectivo, sus líderes de opinión, y quien por algún motivo tiene la capacidad de vislumbrar una realidad todavía lejana, como una suerte de intuición.

Moshé es un líder mucho más pragmático que el idealismo entusiasta y voluntarista que expresan Caleb y Iehoshuá. En consecuencia, Moshé negocia con Dios un recurso sin el cual generalmente no se consiguen los objetivos: tiempo. Cuarenta años en el desierto asegurarán que entrar en la tierra sea posible. Con estos israelitas de “Shlaj-Leja”, tal cosa no era posible. En términos modernos, es una cuestión de “timing”; llegar a ciertos estadios precisa tanto de factores desencadenantes (la liberación de Egipto) como de tiempo para los procesos. Si miramos los ochenta y cinco años de la NCI será fácil apreciar cómo se dio este patrón de conducta a lo largo de las generaciones y en función de sus prioridades.

Por otro lado, sin liderazgos un pueblo puede deambular eternamente en el desierto hasta desaparecer; también eso hemos visto suceder. El desierto, como imagen, es un entorno muy peligroso; sin visión de futuro el presente será sumamente breve. Si Dios no interviene y promete un destino para Ismael, no cabe duda que Hagar y su hijo no hubieran sobrevivido. No se trata del agua solamente, se trata del propósito. Dios provee una y otra vez, pero esto no es suficiente; saciadas la sed y el hambre, se precisa una visión más inspiradora. Más aun: no alcanza con obtener agua de la roca; lo importante es cómo la obtenemos. Pegarle a la roca en lugar de hablarle fue una conducta inapropiada que supuso un castigo para Moshé.

El levantamiento de Koraj es el de un líder sin visión, sólo ambición. Su razonamiento tiene cierta lógica: “Toda la congregación es santa… ¿Por qué entonces os encumbráis sobre el pueblo…? (Números 16:3) En otras palabras, como se dice vulgarmente, “¿vos quién sos?”. El problema es que Koraj no ofrece una visión, un destino, mucho menos un propósito; eso está en manos de Moshé, Aarón y sus hijos, y los líderes que van surgiendo a su alrededor, como Iehoshua o Caleb. Si Moshé subió a la montaña para recibir la Torá, a Koraj y los suyos (no eran pocos) se los traga la tierra; no dejan rastro, porque tampoco tenían qué dejar. Koraj representa un liderazgo caprichoso, matón, un liderazgo que busca el poder por el poder en sí mismo. Tal vez en nuestros tiempos Koraj se hubiera convertido en un líder del tipo populista y mediante algún recurso electoral hubiera llegado al poder; pero en los tiempos bíblicos el poder tiene un fin y cuando se abusa, se lo condena. El Rey David será reprendido por el profeta Natán por el episodio en torno a Batsheva.

¿Podemos afirmar que un liderazgo inspirado e inspirador debe ser un liderazgo como el de Moshé? Después de Moshé, Dios habla cada vez menos con los hombres y estos hablan cada vez más entre ellos.

Moisés recibió la Torá del Sinaí y la transmitió a Josue; Josué la transmitió a los Ancianos; los Ancianos la transmitieron a los Profetas; y los Profetas la transmitieron a los integrantes de la Gran Asamblea.                  (Pirkei Avot 1:1)

El propio Moshé  precisó no sólo un cayado mágico sino la locuacidad de Aarón; el suyo no fue un liderazgo iluminado sino trabajado, aprendido, permanentemente confrontado, por Dios y por los hombres. Acaso lo que podemos entender de la imaginería bíblica es que Moshé tenía una intuición, una percepción, de las demandas hacia ese pueblo tan singular y su destino final producto de su particular conexión con Dios, pero siempre precisó terceros para ejercerlo: Aarón, Itró, Iehoshua, o el gesto de Najshon arrojándose a las aguas.

Un liderazgo virtuoso, en oposición a un liderazgo vicioso (como en “círculo vicioso”), es un liderazgo que, desde el pragmatismo más extremo (Moshé no duda en eliminar a Koraj), desde un humanismo por momento feroz (cuando rompe las tablas de la Ley, cuando le pega a la roca, cuando mata al egipcio), es un liderazgo mosaico en la medida que tenga claro un propósito, y en la medida que pueda resolver los problemas de la gente con un sentido de lo ético y lo moral, lo justo y lo recto.

Entre ambas dinámicas, la colectiva y la de el o los líderes, se construye lo que hoy, en la diáspora, llamamos comunidad, mientras en Israel llamamos el Estado, el espacio público judío. Está claro que es un esfuerzo de generaciones, de tiempos de espera y tiempos de avance vertiginoso, entre la tierra que nos traga y el cielo que nos redime. Somos tan fuertes como la cohesión que podamos mantener y el liderazgo que sepamos seguir, y tan débiles como cualquiera enfrentados a la magnitud y desolación del desierto sin que nadie nos muestre un camino.