Coalición Multicolor en Israel

Soy de la idea de que Israel debía cambiar su rumbo no por un odio acérrimo a Netanyahu, como parece ser en una gran mayoría de los votantes a la luz de los festejos espontáneos ayer, sino porque, visto desde donde yo estoy parado, Israel estaba cayendo más y más en un círculo vicioso abismal. Tengo grandes dudas si la coalición sui-generis que ha conseguido armar como un complejo puzle Yair Lapid conseguirá frenar esa dinámica; sólo espero que, aunque todo siga girando, haya en ella algo de virtuosismo.

Si como parece comprobarse Israel es un país fragmentado en “tribus”, sería bueno que en lugar de un gobierno monolítico basado en una oscura alianza entre el Likud de Netanyahu (pudo haber otro, pero no hubo) y las fuerzas religiosas fundamentalistas, exista la opción de gobiernos variopintos, coaliciones negociadas con cierto grado de lealtad, que conduzcan al país, aunque sea a los tumbos y a los saltos, por los caminos que debe transitar. El poder dividido paraliza, pero el poder acumulado, en Israel, ha dado lugar al statu-quo y la desidia respecto de los grandes problemas de tipo social, cultural, y étnicos que acucian al país. Israel no puede darse el lujo de tener un permanente gobierno transitorio, menos si el gobierno está siempre en las mismas manos.

No se trata tanto de temas de seguridad o economía, aunque en los últimos años y en especial en la confrontación en Gaza parecía difícil encontrar quién diera la cara. El espanto de la pandemia mantuvo a la población en jaque durante un año, pero una vez superada con rutilante éxito esta situación se desataron todos los demonios. Por un momento pareció que la operación en Gaza favorecía políticamente a Netanyahu, pero es evidente que la demanda de un cambio, mandatado mediante el voto, obligó a los políticos a retomar donde habían dejado y terminar la tarea. Hasta acá hemos llegado, sólo resta ver cómo funciona un gobierno de esta naturaleza. Sabemos cómo funcionaron los gobiernos de Netanyahu durante doce años: con todos sus logros, han quedado algunos pendientes que es hora de acometer.

Siempre sostuve que todavía existe, si uno sale a buscarlo por los caminos interiores, por barrios y pueblos, kibutzim e incluso asentamientos, un Israel más idealista, más preocupado por sus valores que por ser solamente una start-up nation y un ejército poderoso. Porque aun en esas áreas, no se trata sólo  del poder en sí mismo sino como medio para mejorar el mundo. Si Israel no está un paso adelante en tecnología y poderío militar difícilmente pueda convertirse en una “luz para las naciones”; si no tiene los recursos que ingresan por exportar start-ups como Waze, no habrá inversión en proyectos no sólo lucrativos sino mejoradores de la calidad de vida de la gente y del medio ambiente. Detrás del Israel exitoso y exitista hay un Israel que, en toda su fragmentación, es lo que Donniel Hartman llamó una value nation. La gran apuesta es que un gobierno como el que encabezarán Bennet y Lapid deba hurgar un poco más profundamente en el acervo de valores de los cuales nos sentimos tan orgullosos. Sin ellos, no hay forma de legitimizar el pluralismo de este gobierno en ciernes, hasta ahora casi inverosímil.

Dejemos correr los días, las semanas, los meses, y por qué no, los años; dejemos que Herzog se mude a Beit Hanasi (eso es un hecho) y que Bennet se mude a Balfour (eso está por verse). Mientras tanto, rescatemos por lo menos los signos y señales que surgieron de los acuerdos de coalición firmados el miércoles. Para empezar, por primera vez una lista árabe-israelí será parte de un gobierno de coalición en Israel; en contrapartida, después de muchos años, no habrá partidos ultra-religiosos (jaredim) en un gobierno de coalición en Israel. Por otro lado, de un gobierno monolítico pasaremos a una oposición monolítica y un gobierno casi colegiado, usando un término uruguayo; cada decisión ejecutiva tomará más tiempo para acordarse. Seguramente habrá un cambio drástico en el perfil del gobierno: la agenda interna se verá priorizada por sobre la agenda internacional. Tal vez, como señala Gideon Levy en su amargo artículo en Haaretz (3-06-2021), Lapid aproveche esta coyuntura para, desde su cargo como Canciller, proyectarse internacionalmente a la vez que ha sido el gran artífice de este acuerdo. A la larga, el gran ganador de toda esta movida debería ser él, llegue o no a ocupar el cargo de Primer Ministro en dos años. Por último, habrá que ver si el repudio de Netanyahu es lo único que mantiene unida esta coalición.

Si este es el único factor aglutinante en lugar de ser sólo un disparador, entonces la coalición durará poco. Sea que Netanyahu siga presionando para quebrarla, sea que no consigan acordar algunos asuntos espinosos, sea que la región una vez más ponga a prueba el poderío militar israelí, no son pocos los factores desestabilizantes. Aun así, quiero creer que pueden encontrarse las ecuaciones que resulten en un win-win para todos, que permitan que prevalezca una diversidad de voces y aspiraciones por sobre una serie de dogmas ideológicos, religiosos, y políticos. Si Israel quiere explorar nuevas opciones, combinaciones, alianzas, esta es la gran oportunidad. Sin embargo, si de toda esta movida no surge un liderazgo firme y confiable, por mejores intenciones políticas que haya, el proyecto será un fracaso. A esta coalición le falta confirmar su líder; parece ser Lapid, pero todavía debe probarlo.