Luces y Sombras en Jerusalém
Rachel Sharansky Danziger, The Times of Israel, 14 de mayo de 2021
El sol se está poniendo sobre Jerusalén y las calles a mi alrededor se tornan doradas. Normalmente, esta hora me hace tararear “Jerusalén de oro” y salir a mi terraza para disfrutar de un momento de paz. Normalmente, dejo que la brisa nocturna me atraiga hacia una forma de felicidad más suave, más apacible.
Pero hoy, la puesta del sol hace que tenga un nudo en el estómago, con temor y tensión. Esta noche, veo la luz del día desvanecerse y siento miedo de la oscuridad que vendrá. Nunca antes temí a la oscuridad. ¿Por qué iba a hacerlo, aquí, en Israel, a donde pertenezco? Nos hemos reunido en casa después de milenios de exilio, revivimos nuestro antiguo idioma y llevamos agua al desierto y prosperidad a lo que antes eran pantanos infestados de malaria. ¿Por qué tener miedo de un poco de oscuridad cuando nuestros logros arden con tanto brillo?
Pero ahora, homo homini lupus – el hombre es el lobo del hombre. Allí afuera, en la oscuridad, los lobos están aullando, aullando, aullando. Veo cómo las sombras se alargan y me pregunto qué turbas saldrán a marchar esta noche y dónde. ¿Qué hogares judíos serán atacados con piedras o cohetes, con ladrillos o palabras, con fuego o con puños?¿Y veremos a más de nuestros compatriotas judíos perder de vista lo que representamos y dedicarse a hacer daño a gente inocente?
¿Recuerdan esa escena en La Bella y la Bestia, cuando Gastón reúne a la gente del pueblo para atacar? Esa escena me hace quedar sin aliento cada vez que vemos la película. Mis hijos la miran ansiosos, preocupados por la Bestia ficticia. Pero yo escucho a Gastón, propagando el miedo e incitando el sentido de justa indignación de la gente, y no puedo pensar para nada en la Bestia. En cambio, todo lo que puedo ver son generaciones de mi gente, asesinadas y expulsadas de shtetl tras shtetl, vez tras vez en medio de un horrible pogromo. Mientras los personajes de ficción gritan en la pantalla, todo lo que puedo escuchar es a aquellos que nos mataron. “Mataron a nuestros hijos”, gritaron antes de agarrar sus horquillas y sus antorchas. “¡Nos robaron! ¡Envenenaron los pozos de agua!”, justo antes de salir a buscar nuestra sangre.¿Se volverán a reproducir escenas como ésta durante esta noche, aquí, donde se suponía que finalmente –¡de una vez por todas! – íbamos a estar a salvo de los pogromos? (¿…y algunos de mis compatriotas judíos se convertirán en gente así, aullando de odio en la oscuridad?)
Pero no es solo la violencia física lo que me asusta. Siento temor por nuestro mañana, por los días venideros. Lo que ha estado ardiendo en nuestras calles estas últimas noches es más que bienes físicos. Lo que se está derrumbando, lo que se está quemando, es nuestra capacidad de confiar. Lograr tener confianza lleva años y años. Pero no se tarda tanto en convertirla en cenizas. Lo que está ardiendo es la confianza habitual entre vecinos. Es la simple y sencilla confianza cotidiana entre las personas que comparten espacios y lugares de trabajo y tiendas y la imagen de Dios que tienen dentro de sí. Es esa confianza básica que significa que no dudaré en detenerme y ayudarte si te has caído, y esa que hace que tú no dudarás en decirme cómo llegar al lugar que estoy buscando. ¿Veré más de esta confianza quemarse esta noche, de forma que no quedarán nada más que cenizas amargas en la boca de tantas personas a las que aprecio? Lloramos, dicen, por la convivencia que estábamos construyendo. Estamos de duelo, dicen, y puedo saborear su dolor.
Mañana tendremos que levantarnos y recoger los pedazos, y no tendremos el lujo de ignorar la desconfianza entre nosotros, pero tampoco permitir que subsista. Porque la verdad es esta: ninguno de nosotros se irá de este lugar al llegar la mañana. El amor nos ata– tantoa judíos como a árabes – aesta tierra, y la historia nos ata los unos a los otros. Y ya sea que nuestros intereses estén alineados o no, cuando llegue el mañana todavía estaremos aquí juntos, compartiendo nuestro futuro y nuestro espacio.
¿Significarán los horrores de esta noche que no podemos construir una vida juntos, en paz? Esta es una conclusión que simplemente no puedo aceptar. Pero a medida que la oscuridad se convierte en temor dentro de mí, temo que si el sol mañana amanecerá sobre aún más desconfianza y cenizas, nos sentiremos faltos de esperanza.
No me preocupa nuestra supervivencia como nación judía. Después de todo, sobrevivimos a todos esos pogromos en los shtetls, y regresamos a casa después de milenios, y trajimos agua al desierto; así que sí, también sobreviviremos esta vez. Pero, ¿qué pasará con el país que nosotros, judíos y árabes, intentamos construir aquí? ¿Qué pasará con el futuro que – de buena gana o no – compartimos?
Las estrellas aparecen sobre mí y susurro: “Aunque camine por el valle de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo”. El rey David dirigió estas palabras a Dios, pero yo, en cambio, estoy pensando en toda la gente de este bienamado país. Y yo susurro: Espero que encontremos una manera de caminar juntos a través de esta oscuridad. Espero que, después del amanecer, encontremos una manera de volver a confiar.
Traducción: Daniel Rosenthal