Después de Shavuot 5781
Pasada la festividad de Shavuot quisiera compartir dos imágenes que me resultan muy poderosas por lo sugestivas; como todas en la tradición judía, estás imágenes surgen desde el discurso y son válidas en la medida en que hacemos nuestro el relato. La primera imagen es la de Klal Israel recibiendo la Torá de pie frente al Monte Sinaí, acto que revivimos cada año en Shavuot. La segunda imagen es la frase que muchas sinagogas colocan por sobre su Arón Kodesh, donde guardamos los rollos de la Torá: “da lifnei mi atá omed”, sabe delante de quién estás parado (Brajot 28b). Hay en ambas imágenes connotaciones muy fuertes: una, en relación al lugar que elegimos ocupar en el colectivo, la comunidad (dónde nos ubicamos entre quienes renovamos el pacto una y otra vez), y otra a cómo nos paramos frente a la noción de Torá, sabiduría o verdad. En ambos casos partimos una noción axiomática: en terminología de Pesaj, no concebimos un “hijo malvado”, uno que se auto-excluye y por lo tanto no será redimido.
Los mismos que recibimos la Torá este pasado Shavuot de 5781 somos quienes, expectantes (cuando mengue la pandemia volveremos a), volveremos congregarnos en torno al Arón Hakodesh en nuestras sinagogas; también somos quienes estamos pendientes y atentos de lo que sucede en Israel y derredor en torno a las múltiples crisis y conflictos que se han desatado allí. Vale entonces la misma pregunta: dónde elegimos y cómo nos paramos frente a los hechos. Si en cada generación debe uno verse a sí mismo como si él salió de Egipto, con más razón en cada situación, cada uno debe preguntarse: ¿cuál es mi lugar dentro de mi colectivo? ¿Cómo me ubico frente a los acontecimientos?
Hacerse preguntas respecto a lo que sucede no supone auto-excluirse; escuchar voces disonantes al respecto, tampoco. Ni siquiera aquellos que osan cuestionar, discrepar, o lisa y llanamente oponerse al discurso oficialista o dominante pueden ser obligados a callar. Si así hubiera sido, si la tradición rabínica (que se inició mucho antes de la destrucción del 2º Templo) no hubiera instituido el recurso de la discusión, el Judaísmo no hubiera podido sobrevivir. Cuando el Judaísmo ahoga, pierde: ideas, creatividad, y sobre todo, judíos.
El Shabat pasado comenzamos a leer del libro de Bamidbar. De alguna manera muy metafórica hoy estamos “en el desierto” cuando transitamos estos tiempos de inestabilidad, zozobra, temores, e incertidumbres. En 3333 años hemos recorrido, literalmente, un largo camino; a esta altura deberíamos haber aprendido algo de nuestra historia y nuestro legado. Somos un colectivo que dice “haremos y escucharemos” pero también somos un colectivo hecho de tribus, liderazgos, y voces complementarias.
Nuestra propia historia tal como la recoge la Biblia nos enseña que, apenas entrados en la tierra, Josué sostiene un tiempo una unidad militar para transformarnos enseguida, como recoge el libro de Jueces, en una suma de tribus y liderazgos que buscarán afanosamente una forma de unirse bajo la monarquía. Con todo su brillo y esplendor de ochenta años, que en términos históricos no son nada, ya sabemos cómo termina esa historia: cisma, desaparición, y finalmente dispersión. ¿Vamos a seguir persiguiendo las voces disonantes en relación a las mayorías, o seremos capaces de hacernos cargo de la tradición rabínica que nos sostuvo los siguientes dos mil años?
Dice el Talmud en Eruvin13: “estas y aquellas son palabras del D-s viviente”; no sólo hay diferencias o divergencias (la máxima refiere a la discusión entre la casa de Hillel y la casa de Shamai), sino que estas construyen significado. En coyunturas que nos amenazan, desafían, y ponen a prueba, todos estaremos al pie del monte, todos sabremos frente a quién estamos parados, o qué lugar ocupamos en torno al centro de nuestra existencia (el Tabernáculo en la Torá, Israel hoy); pero por el mero hecho de ser muchos y diversos serán diversas las voces, será diferente el modo en que percibamos y entendamos la realidad que se despliega delante nuestro.
Amalec no ha sido borrado; ni de la realidad (como lo vemos en Oriente Medio) ni de la memoria (como nos lo recuerdan las redes sociales). Podemos creernos tan omnipotentes como nos lo sugiere el texto, sea en Éxodo o en Deuteronomio, pero en los hechos nos vemos obligados a enfrentarlo una y otra vez. Si Amalec es el paradigma de EL enemigo, lo combatiremos con los ojos bien abiertos y con esa noción de lo complejo, ambiguo, y contradictorio que tan bien hemos aprendido de nuestros textos fundacionales. No por nada hemos pasado más de dos mil años interpretándolos y discutiéndolos. Tal vez esas sean las verdaderas y profundas razones no sólo de nuestra supervivencia, sino de nuestra vigencia y razón de ser.