Estoy furioso.
Donniel Hartman, The Times of Israel, 12 de mayo de 2021
Estoy furioso.
Estoy furioso porque Hamás, que me quiere muerto y a mi país desmantelado, puede atacar una y otra vez con impunidad, en el momento que elija, para infligir dolor y sufrimiento y dar la forma que quiere al discurso entre israelíes y palestinos y, ahora también, al discurso entre israelíes judíos e israelíes árabes.
Cuando nuestras ciudades están siendo atacadas, israelíes asesinados y nuestra vida trastornada, el protocolo requiere que nos concentremos en condenar las acciones de nuestro enemigo y nos unamos en torno a nuestro derecho a vivir y a ser un pueblo libre en nuestro hogar. He aceptado este protocolo durante la mayor parte de mi vida. Recuerdo, como comandante de un tanque, luchando en la Guerra del Líbano de 1982, mi enojo contra los manifestantes que estaban en casa y condenaban la guerra. “No es el momento”, grité, como si sintiera que su deslegitimación socavaba mi resolución, una resolución a la que necesitaba aferrarme para seguir con vida y superar el día.
Una parte de mí todavía acepta este protocolo. Es importante para mí reafirmar que sé que este último ataque no tiene nada que ver con la Puerta de Damasco, Sheikh Jarrah o la policía que ingresa a la mezquita de la Cúpula de la Roca. Hamás manipuló brillantemente estos eventos para sacarle el liderazgo palestino a la Autoridad Palestina, en el momento en que se le había negado su posibilidad de hacerlo a través de las urnas, debido a que las elecciones palestinas fueron pospuestas una vez más. Es importante reafirmar la validez de la narrativa israelí de que Hamás, al igual que Hezbolá e Irán, solo estará satisfecho cuando el último judío haya sido arrojado al mar Mediterráneo o esté de regreso en Europa “de donde provino”. Estamos en guerra con un enemigo desprovisto de normas morales básicas, una organización terrorista para la que cualquier sufrimiento de sus propios ciudadanos es legítimo siempre y cuando se derrame algo de sangre judía. Para Hamás, la victoria se mide por la extensión del dolor que puede infligir y no por cualquier avance estratégico que logre para su pueblo.
El protocolo israelí exige que cualquier crítica a Israel sea pospuesta hasta mañana. Rechazo las críticas que aplanan el debate y que culpan a Israel por las acciones de Hamás. Dicho esto, no podemos permitir que el protocolo reprima la reflexión seria e incluso la autocrítica sobre las políticas que implementamos. Aunque no hayan sido la causa de los ataques con misiles, contribuyeron de manera significativa a la efectividad de la acción de Hamás y a la violencia entre israelíes judíos e israelíes árabes. La historia nos ha demostrado que cuando la crítica se retrasa hasta “mañana”, a menudo se olvida, de forma que uno se encuentra alineado con las comodidades del statu quo en lugar de con las aspiraciones que uno tiene.
Estoy furioso porque podemos hacerlo mejor.
Hemos aceptado como un hecho que no existe un socio para la paz y, en consecuencia, que Hamás no es peor que la Autoridad Palestina. Esto nos ha permitido apuntalar a Hamás con dinero, solidificar su control sobre Gaza, mientras constantemente deslegitimamos a la Autoridad Palestina, negándoles cualquier logro. La Autoridad Palestina es kosher como nuestros «colaboradores» que trabajan entre bastidores para prevenir ataques contra Israel, pero no son nuestros socios en el avance de la causa y los derechos de los palestinos. La asociación entre los partidarios de un solo estado, que creen que Israel debe aferrarse a toda Judea y Samaria porque es nuestra, independientemente de las circunstancias, y aquellos que en principio favorecen el compromiso pero creen que la paz es inalcanzable, ha entregado efectivamente el manto del liderazgo palestino a Hamás. Hemos creado una profecía autocumplida en la que cualquier avance es imposible, porque ahora es real que no tenemos un socio para la paz.
Nos hemos enamorado tanto de nuestro poder, que hemos olvidado la enseñanza rabínica de que quien es verdaderamente poderoso es quien sabe controlar el uso de ese poder. Podemos detener a los palestinos para que no se sienten en las escaleras cerca de la Puerta de Damasco. Podemos entrar a la Cúpula de la Roca a voluntad. Tenemos una gran cantidad de granadas aturdidoras a nuestra disposición. Incluso podemos escondernos detrás de argumentos legales que nos permiten expulsar a decenas de palestinos de sus hogares en Jerusalén Este y asentar a judíos en su lugar. Después de todo, somos el soberano. Ganamos la guerra, y al vencedor es el que se queda con el botín. Pero ¿qué pasa con la enseñanza rabínica de que es sabio quien puede ver lo que está por venir? El mes sagrado del Ramadán no es el momento de demostrar el alcance de nuestro control sobre los musulmanes, sino de mostrar nuestra capacidad de autocontrol. Ciertamente no es el momento de intervenir en el culto y la celebración, salvo en las condiciones más extremas, condiciones que estaban lejos de cumplirse.
Dado que la mayoría de los israelíes cree que no existe un socio para la paz, hemos eliminado el proceso de paz de nuestras agendas públicas y políticas. Pero, ¿por qué razón hemos eliminado todo discurso sobre nuestras responsabilidades morales hacia los palestinos de estas agendas? “Ofrecimos y dijeron que no”, es la narrativa aceptada y, en consecuencia, todo el sufrimiento que puedan experimentar es su propia responsabilidad. Liberados de cualquier responsabilidad, estamos exentos de culpa. La crítica a Israel o es antisemita (cuando la hacen desde otras tiendas), o es traición (cuando surge de las nuestras).
Estamos consternados por las protestas de los árabes israelíes, lamentando la pérdida de una década de trabajo de convivencia. Nos sentimos traicionados por ellos, por ponerse del lado de Hamás, nuestro archienemigo. Y, sin embargo, prácticamente no hemos realizado ningún trabajo de coexistencia real, escalable y sostenible. Creación de empleo que ayuda a la economía israelí, sí. Coexistencia, respeto genuino, comprensión de dónde vienen y cómo viven la realidad, eso no. Después de todo, somos los vencedores y, como tales, controlamos la narrativa. Hemos permitido que los israelíes árabes vivan en una zona autónoma sin ley cimentada en el abandono. Siempre que no representen un riesgo de seguridad para “nosotros”, pueden matarse unos a otros a voluntad.
Hay partes de la narrativa que no podemos controlar. La realidad es que con enemigos como Hamás y Hezbolá, la paz es imposible. Pero estoy furioso porque no nos esforzamos por ser mejores: más inteligentes, más justos, más esperanzados, más visionarios. Estoy furioso porque una y otra vez elegimos narrativas que contribuyen a nuestra mediocridad moral y colocan en una posición elevada un statu quo malo e insostenible. No puedo dejar mi enojo para mañana. Nuestro destino es tener que pagar siempre un precio por nuestra existencia. Nuestra responsabilidad es bregar por alcanzar la grandeza dentro de este destino.
Traducción: Daniel Rosenthal