Israel y yo
1960-1972 1972-1985 1985-1997
Nací en Afula un muy caluroso día de julio de 1957. Crecí unos meses en un kibutz de aquellos en que los niños no dormían con sus padres; luego crecí en Beer-Sheva, donde dormía en el mismo piso que ellos. Nuestro apartamento limitaba con el desierto, era la última línea urbana. En 1960 volvimos a Uruguay. Israel fue a la vez origen y mito, identidad y diáspora.
Volví en febrero de 1972. Éramos mis padres, mi hermana nacida en Uruguay, y yo. Nos recibieron nuestros entrañables amigos, los mismos que nos habían acogido en nuestra “ieridá” años antes, ahora “olim” (inmigrantes), ya no tan nuevos: habían emigrado en 1968 sobre la cresta de la ola que supuso la Guerra de los Seis Días. Recorrimos Israel de norte a sur, guiados por mi padre, que había recorrido esos caminos como funcionario del Ministerio de Esclarecimiento (sí, hubo tal ministerio en Israel): desde el flamante Hermón a la pueblerina Eilat de entonces. Entré, por única vez en mi vida, en la Cueva de los Patriarcas en Hebrón, y en las Mezquitas del Monte del Templo. Dormimos a los pies de Massada contemplando el paisaje lunar. Busqué afanosamente la mujer de Lot a orillas del Mar Muerto. Visitamos amigos: en el kibutz de mis padres que se había “mudado” al sur y los vecinos de Beer-Sheva que supieron cuidarme de bebé. En suma, recorrimos hitos nacionales y personales combinando, como los doce espías que envió Moshé, realidad e ideología.
El 12 de julio de 1976 aterricé en Ben-Gurión como inmigrante. No exactamente “olé jadash” sino aquel status que te obligaba poco y beneficiaba bastante: residente temporario. En otras palabras, tu deuda con el país, el servicio militar, quedaba, y quedaría, pendiente. Antes de comenzar mis estudios en la Universidad de Tel-Aviv viví dos etapas muy intensas: me sumé a mis compañeros del movimiento juvenil (“la NCI” de entonces) en el kibutz Sde-Boker; y luego volví a Tel-Aviv a trabajar en el negocio de mi familia adoptiva, la misma que nos había recibido en 1972: peón de carga. En el kibutz vivimos en cabañas precarias a metros de dónde había vivido y muerto David Ben-Gurión; en Tel-Aviv conseguí una cama en un centro para inmigrantes donde terminaba entonces la ciudad de Holón. Atravesar Tel-Aviv de sur a norte para llegar a Tzahala, donde vivía mi familia adoptiva, era hora y media de ómnibus con escala en la vieja Estación Central. Debí haber dicho, como escribiría Amos Oz de su abuela Shlomit años más tarde, “el Levante está lleno de gérmenes”. La reunión de las diásporas era algo muy sucio, desordenado, cacofónico, y hasta expulsivo en aquel laberinto de andenes y calles, cines porno, especias, y tipos humanos.
Después de cinco años y un título universitario volví en febrero de 1983; mi hermana había decidido quedarse y construyó allí su vida. Di inicio a lo que fue mi rutina de regresos nostálgicos, visitando los claustros y la cafetería que había frecuentado como estudiante en el edifico Guilman del campus de la Universidad de Tel-Aviv, y mi ritual peregrinación a mis familias sustitutas. Dos años más tarde volví para casamiento de mi hermana y fui, como mi padre trece años atrás, el guía de mi esposa en tierra extraña. De norte a sur, metódicamente, desandamos aquellos, mis caminos. Por entonces nunca imaginé que no volvería por tantos años.
Trece años transcurrieron desde que dejé Israel como bebé y volví como adolescente; trece años pasaron desde que llegué como adolescente en 1972 y terminé de irme como adulto en ciernes en 1985; casi trece pasarían hasta que volví como padre de familia en 1997, para conducirlos por aquellos caminos de mi juventud.
Mi sionismo no fue realizador porque nunca terminé de quedarme, pero sobre aquella tierra está asentada, en períodos simbólicos de trece años, la base de mi judaísmo: porque nunca terminé de irme. Sobre fines del siglo XX, cuando mi hijo llegaba a las mitzvot, empecé un nuevo proceso hacia las fuentes. Sin embargo, tal vez por aquello de que “de Sión saldrá la Torá” (Mija 2:3), he abrevado en ellas siempre desde aquel rincón del mundo.
To be continued…