Oz
Adonai OZ l’amo yiten, Adonai y’varech et amo vashalom. El Eterno dará fuerza a Su pueblo. El Eterno bendecirá a Su pueblo con la paz. (Salmo 29)
Cuando uno ha leído la gran novela de Amos Oz, “Historia de Amor y Oscuridad”, resulta obvio porque eligió cambiar su apellido de Klaussner a Oz. Quería ser una persona con fuerza y coraje; y así fue. Sin embargo, no deberíamos leer “Historia de Amor y Oscuridad” como una biografía sino como ficción. No deberíamos buscar explicaciones sobre la vida de los autores en sus novelas, por más autobiográficas que sean; a lo sumo, a veces, alguna pista.
Una novela es un intento de organizar personajes y hechos en el tiempo, a la vez que entretener. Como Oz escribe en la novela de referencia en su capítulo 5 (omitido por entero en la edición en inglés), el asunto es aquello en el espacio entre el texto y el lector, no entre el texto y el autor.
Como lectores, como admiradores de Amos Oz, y como seguidores de su ideología, posturas políticas, filosofía, literatura, Sionismo, y sobre todo, su Judaísmo en el sentido más amplio concebible, no deberíamos detenernos en el espacio entre su obra, cualquiera sea el género (ficción, ensayo, conferencia, documental), y su vida. Esto es lo que sucedió recientemente cuando su segunda hija, Galia, publicó su libro acusándolo de abuso verbal y violencia física. Parecería que todo el mundo corrió a apiñarse a ese espacio, entre el autor y su obra.
No solamente el secreto no nos pertenece, no solamente no debemos erigirnos en jueces; no deberíamos cambiar nuestra opinión o actitud sobre su obra a causa de los alegatos de su hija. Tal vez uno no pueda evitar volver a leer por enésima vez su obra y estar, de alguna manera, perversamente influenciado por esos alegatos; si es así, debería servir únicamente para sumarle todavía más niveles de significación. Tal es la densidad de “Historia de Amor y Oscuridad”. La oscuridad está allí a la vista de todos, mientras que el amor es la gran búsqueda del narrador. Galia escribe su historia desde la oscuridad y el profundo odio. “Algo disfrazado de amor” no puede ser leído como un título inocente; está diseñado para ser un best-seller.
Nunca conocí a Amos Oz, pero tuve el privilegio de conocer a su hija Fania y a su yerno Eli. Estoy con ellos. Leí el post de Fania en Facebook la semana pasada y me conmovió profundamente. Me conmovió que una mujer adulta tenga que hacer públicos sus recuerdos, su pasado, el de su madre anciana, y de su padre fallecido. El affaire Oz, que se convirtió en un asunto nacional el día que él murió, se ha transformado de nacional en un sentido ideológico a nacional en un sentido sensacionalista, de prensa amarilla. Se ha convertido en el affaire “Meghan-Harry” pero en Israel. Los artículos en la prensa, entrevistas en televisión a Galia, la exposición, los poemas y libros publicados apoyando sus afirmaciones, todo esto ha sido demasiado.
Poco me importa cómo era Amos Oz en su casa. Tal vez su búsqueda de “oz”, fuerza y coraje, su amarga y cruda aproximación a la realidad, tal vez su propia historia mudándose de Jerusalém al kibutz cuando todavía cargaba consigo el tránsito de sus padres de Europa a Palestina, tal vez todo eso lo hizo un hombre más duro; pero también estoy seguro, porque Fania y Daniel Oz así lo afirman, y porque he leído y escuchado su obra y sus conferencias, que era un hombre de contradicciones, compasión, y arrepentimiento. Amos Oz no elude los amargos matices ni sutilezas de la vida; de hecho, se nutre de ellas y desde ellas crece. Lea cualquiera de sus tres grandes obras: “Mi Querido Mijael”, “Historia de Amor y Oscuridad”, y “Judas”: en todas ellas un tono de dureza convive sutilmente con un enorme, profundo, y oscuro sentido de búsqueda y noción de amor.
Galia dijo en una entrevista: “titmodedu!”, lidien con eso, o como diríamos hoy, “háganse cargo”. En un tono de desprecio duro y típicamente “sabra” casi que escupió las palabras. También escupió sobre la obra de su padre, su icónica figura, y sobre todo, sobre su familia. Probablemente sea ella quien deba lidiar, hacerse cargo ahora. En esas historias, tal como ella las narra, no queremos adentrarnos. No inspiran, no conmueven, ni siquiera entretienen; puede que en cierto punto sean posibles, pero no son verosímiles.
Porque el asunto se ha sobredimensionado; porque desde el primer momento en que las afirmaciones de Galia aparecieron on-line me fueron retwiteadas (probablemente por ser considerado promotor de “Historia de Amor y Oscuridad” como una obra mayor de la literatura hebrea y judía entre lectores de habla hispana), porque todo el asunto apesta a odio, porque jamás deberíamos dejar de leer a Amos Oz, pero sobre todo porque se ha vuelto tan público, decidí escribir esto ahora. No para defenderlo; ninguno de los Oz precisa que este remoto y humilde lector sudamericano los defienda.
Necesitaba escribir porque si permitimos que lo “fake” envenene la ficción el mundo será un lugar mucho peor. La vida es, está, difícil de por sí; la literatura, los escritores, artistas, pensadores, todos ellos tienen sus vidas pero también nos dejan su legado. No permitamos que ese legado sea empañado (dicho delicadamente) por los conflictos internos y las tragedias que son parte de la vida de cualquier persona, familia, o país. Admiro muchos artistas, en cualquier campo, cuyas ideologías o posturas no defendería un minuto. Admiro a Amos Oz no por su postura sobre la “solución de dos estados” sino por su uso del lenguaje para explicar por qué.
“Escribo sobre familias infelices”, solía decir; “si quieren saber más, lean mis libros”. Una vez más, insto a todos a hacer precisamente eso.
¿Qué es Amos Oz? ¡Lean sus libros! El resto es comentario. Vayan y estudien.