Duelo

Ayer aprendí, ya no de mi rabino sino que por la vía de los hechos, que la vida judía también tiene que ver con morir. Cómo sea que la hayas vivido, cuando llega la hora todos somos el mismo polvo, y también esto habrá sido tu elección. Cuando viviste hiciste lo que pudiste, lo que quisiste, o lo que la circunstancia deparó; cuando has muerto, tu legado también está allí, a tu lado. Aquellos que quedamos como testimonio del tránsito entre la existencia y la ausencia, somos también aquellos que crearemos para ti ese momento: de lo que fuiste y de lo que serás.

Temprano este domingo sepultamos a un judío entre tantos, amado por los suyos, que traía consigo historias de resistencia, dictadura, riesgos, e ideologías universales abrazadas por elección, más allá de su condición de judío. En él, su familia y sus amigos recordaron viejas causas que muchos todavía abrazan, convencidos que un mundo mejor tiene que ver con la lucha, los dogmas, y la inmutabilidad de las grandes ideas. Antes de caminar hacia su sepultura, escuchamos la Marcha de los Partisanos; en idish, acaso el último eslabón que une a algunos judíos con su judaísmo. En un cementerio todavía vacío, el audio resonó con una acústica conmovedora. Me emocionó. Luego, el ritual tradicional se hizo cargo de que ese judío que la plaga se llevó cerrara su vida como todos los judíos: en la tierra, con la recitación del Kadish, y la bendición del misericordioso que habita en las alturas.

Una hora más tarde el cementerio estaba desbordado. Otro judío, figura pública, traía consigo todas sus elecciones de vida: la vocación de servicio, la pertenencia política, su identidad, y sobre todo, sus amigos. Afuera habían quedado las flores, los símbolos partidarios, y su vida pública; adentro, a metros de su tumba, todavía se mezclaban las múltiples dimensiones de quienes como él, sabiendo lo que eligen, no eluden abrazar todas las causas. Así fueron las palabras que despidieron a este judío que, también la plaga, nos quitó a destiempo: diversas, atravesadas, emotivas, retóricas, quebradas. Sobre ellas, sonaron los terrones de tierra que iban cubriendo el ataúd y que todos quisieron sumar. Luego, el ritual tradicional permitió que ese judío cerrara su vida como todos los judíos: en la tierra, con la recitación del Kadish, y la bendición del misericordioso que habita en las alturas.

Entre este y aquel, otros acompañaron a un tercer judío a su lugar de descanso. No fuimos parte de esa ceremonia. Como haya sido, con su historia y sus variantes, el ritual tradicional se habrá hecho cargo de que cerrara su vida como todos los judíos: en la tierra, con la recitación del Kadish, y la bendición del misericordioso que habita en las alturas.

Así es la vida del judío: diversa y personal. Así es su muerte: universalmente judía. Sería bueno que todavía en vida tuviéramos más clara la noción de aquello que nos une en lugar de aquello que nos divide. Porque acá quedamos los que todavía buscamos la misericordia.