Políticos, ¿o líderes morales?
Yehuda Kurtzer, The Times of Israel, 19 de febrero de 2021
Sí, me importa cuando el primer ministro del Estado de Israel escribe un tweet afectuoso en memoria del incitador al odio Rush Limbaugh[1], quien se pasó la vida atacando implacablemente a mujeres, liberales y a todo aquel que no estaba alineado con su agenda, degradando el discurso político estadounidense y aplaudiendo la desaparición de sus opositores. Me importa, porque me es moralmente vergonzoso como sionista cuando el Primer Ministro pone énfasis en temas como este, mostrando a quién apoya políticamente y porque tan a menudo – ytan inútilmente – loslíderes judíos olvidan que la discreción, y a veces el silencio, es la mejor manera de evitar una confrontación.
Pero me pregunto si esto no debería ser tan importante, y si el proyecto para todos nosotros es precisamente hacer que nos distanciemos más debido a la culpa (u orgullo) moral por la asociación con nuestros políticos, lo que está – paradójicamente – dañandoenormemente nuestra comprensión de nuestras convicciones morales en general.
He estado argumentando por varios años ya, que nosotros, como judíos, y nuestra sociedad en general, deberíamos tener más claras las diferencias entre “lo moral”, “lo político” y “lo partidario”. Es evidente que el significado de estos adjetivos que caracterizan nuestros compromisos se superpone parcialmente. Quizás sean puntos en un espectro, o quizás tengan sentido como círculos concéntricos que se van estrechando progresivamente. Nuestros compromisos morales son los más amplios y describen nuestras creencias sinceras sobre los principios generales a los que nos adherimos y que consideramos son los más importantes. Nuestros compromisos políticos son las formas – aúnamplias – en que imaginamos que esos compromisos morales toman forma en la plaza pública. Y nuestros compromisos partidarios son las decisiones imperfectas sobre qué equipo creemos que se acercará más a la implementación de nuestros principios morales y nuestras creencias políticas, transformándolas en normas legales y políticas aplicadas realmente.
Cuando estas líneas se tornan difusas, existen riesgos reales. La primera preocupación importante es que cuando estas distinciones colapsan, encerramos nuestra moralidad en marcos partidarios estrechos que son, por definición, imperfectos. Nadie diría que, por ejemplo, la política de inmigración del partido por el que se vota abarca plenamente el compromiso moral de dar la bienvenida al extranjero, o que cualquier política fiscal determinada capta la plenitud de las más profundas esperanzas de vivir en una sociedad sana y santa. ¡La idea de que todos los seres humanos fueron creados a imagen de Dios es mucho más grandiosa que cualquier posible ley aprobada por el Congreso! Colapsar esta distinción destruye la trascendencia.
En segundo lugar, debemos temer la constricción de la comunidad que se produce cuando tratamos a los opositores partidarios como nuestros enemigos morales. Por definición, es realmente difícil – ytal vez incluso peligroso – viviren comunidad con personas que consideras tus opositores morales: hay demasiadas cosas en riesgo. Cuando los opositores partidarios se confunden con los opositores morales, inmediatamente dividimos nuestro mundo por la mitad, entre nuestros amigos y nuestros enemigos. Esto es un veneno para una sociedad o para una comunidad judía que debería ser lo suficientemente amplia como para tolerar un cierto grado de diferencia, incluso en temas que nos ocupan y preocupan mucho.
Esta afirmación es cada vez más difícil de sostener en nuestra época implacablemente polarizada. Demasiada gente que es hiperpartidaria ve un terreno ganable en el avance de la política de suma cero: creen que si elevan la temperatura en un tema político dado, convirtiéndolo en una brecha entre el bien y el mal, ganarán adeptos para su lado y aplastarán al otro. Otros, mientras tanto, argumentan que las distinciones no se pueden analizar de manera eficaz y se cuestionan si el hecho de hacerlo no representa su propia posición política codificada. Y el clima imperante en nuestros medios valora más las diferencias claramente marcadas que los matices, por lo que es probable que lo que vemos públicamente son las representaciones más extremas de los problemas ideológicos, sociales y políticos que nos dividen.
Recientemente, sin embargo, escuché una gran articulación de la diferencia entre política y partidismo que representa un caso sólido para sostener el valor de esta diferencia. En su libro “Bad Religion” (Mala religión), el columnista del New York Times, Ross Douthat, argumenta explícitamente que si ha de haber un renacimiento cristiano estadounidense, esa fe debe ser política sin ser partidaria. En el marco del simposio interreligioso en línea del Instituto Shalom Hartman de la semana pasada, le pregunté al respecto, y si esto sigue vigente a la luz de la cultura del partidismo que se ha apoderado de este país en los ocho años desde que escribió el libro, cuando las imágenes de un Capitolio saqueado después de un elecciones divididas están aún frescas en nuestras mentes. ¿Cómo se ve siquiera algo político no partidario?
El argumento de Douthat fue de naturaleza activista y agradablemente poco sentimental. Dijo que “para ser político sin ser partidario… debes buscar las cuestiones en las que tu propia tradición religiosa te enseña algo diferente a lo que defiende tu partido y alzar la voz sobre esos temas”. Para él, la separación entre compromisos morales y compromisos religiosos por un lado, y expresiones partidarias por otro, obliga al individuo a pensar sobre la política de manera instrumental, siempre y de forma permanente. A veces, un político en particular será el mejor representante de las opciones disponibles para lograr lo que deseas para el mundo desde el punto de vista moral o religioso. Pero más frecuentemente todo lo que es, es simplemente “la mejor de las opciones disponibles”. Yo iría un paso más allá: cualquier político que encarne todo lo que quieres como líder moral probablemente no sea un político sino un mesías, y si ese es el caso, realmente debes tener mucho cuidado. Para Douthat, esto facilitó bastante su negociación con la presidencia de Trump, y sentí, a pesar de mis inclinaciones partidarias personales, que su enfoque fue admirable. Pudo apreciar y aprovechar las formas en que un presidente republicano podía hacer las cosas que eran de interés para su iglesia, cuidándose al mismo tiempo de no venerar al presidente como una figura religiosa y, por cierto, de no caer en la trampa de alinear sus compromisos morales y religiosos en torno a un presidente profundamente defectuoso desde el punto de vista moral.
Douthat habló de manera bastante cómoda y abierta tanto sobre su desdén por las fallas morales del presidente como sobre las formas en que el compromiso de separar lo político de lo partidario lo obligan – comocristiano – atomarse más en serio los momentos de levantar la voz en contra del poder en nombre de su fe que los momentos de apreciar las formas en que su fe está siendo apuntalada por ese mismo poder. No hay ningún argumento cristiano, dijo Douthat, para poner a niños en jaulas en la frontera, y es precisamente en la apologética en defensa de tal política, especialmente cuando se trata de quienes se ven beneficiados de otras formas por los que están en el poder mediante la implementación de una política así, que los compromisos morales de una persona colapsan confundiéndose con sus compromisos partidarios, para luego colapsar por completo.
Este es un criterio que podríamos utilizar para valorar a los líderes religiosos, distinguiendo a aquellos que pueden funcionar como críticos afectuosos de sus comunidades, sus sociedades y sus políticos, con conciencia del abismo entre el mundo coherente de sus convicciones morales y las esferas limitadas de las plataformas partidarias, de aquellos que pueden pasar rápidamente de disentir de una administración a disentir de otra, incluso si protestaron por la elección de la primera e hicieron proselitismo a favor de la segunda. La religión es aburrida si se limita al brillo textual en una plataforma política, y nunca llegará a niveles tan elevados como debería.
Al mismo tiempo, es por eso que nuestros políticos, y la mayoría de nuestras figuras públicas, siempre nos fallarán. Donald Trump es el ejemplo obvio de nuestro tiempo: un ser humano moralmente reprobable que siempre iba a obtener los votos de millones de estadounidenses que no son seres humanos moralmente reprobables ellos mismos, en virtud del partido político que representaba. Y luego, esta semana, también tuvimos el ejemplo de Rush Limbaugh y el miserable apoyo que recibió por parte de Netanyahu.
Quizás estos momentos de “realpolitik” y de oportunismo político también sean una oportunidad para que veamos con precisión quiénes son y quiénes no son nuestros líderes morales. Nuestros políticos tienen mucho que ganar personalmente al difuminar las distinciones entre lo que es bueno para ellos políticamente en sus lealtades y alianzas, y cuán bien, en última instancia, están haciendo su trabajo.
Nuestro judaísmo debería obligarnos a hablar en contra de los Rush Limbaugh y a criticar a los políticos que lo elogian al servicio de su partidismo, sin importar nuestras propias inclinaciones políticas. Hacerlo es un acto de lealtad y amor por el Estado de Israel, porque el trabajo de separar lo moral, lo político y lo partidario nunca recaerá en los políticos: dependerá de nosotros, los ciudadanos como soberanos, quienes creemos en trascendencias mayores que las mercantilizadas en nuestros pasillos del poder. Somos más, como judíos, como estadounidenses, como seres humanos con sensibilidad moral, que las estrechas cajas similares a prisiones que construyen para nosotros aquellos que se benefician de nuestras divisiones y de la corrupción de nuestros valores. Alcemos nuestras voces contra ellos.
[1]Nota del editor: Rush Limbaugh fue un conductor conservador de programas radiales de entrevistas, que falleció este mes de cáncer de pulmón después de minimizar públicamente, y durante muchos años, los peligros de fumar. También negó los hechos sobre el Covid-19, usando todos los argumentos imaginables, desde teorías de conspiración que involucran al renombrado Dr. Anthony Fauci (Director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos) hasta aquellas que sugieren que no es más que un truco creado por personas que se oponían a Donald Trump. Sus programas se caracterizaron por un estilo divisivo de burla, agravio y lenguaje denigrante, convirtiéndolo en un bastión de la remodelación del conservadurismo estadounidense para que se inclinara más hacia la extrema derecha.
Traducción: Daniel Rosenthal