Conversaciones Judías
A lo largo de los años he acuñado la frase “la conversación judía”. En otras palabras, “¿de qué hablamos cuando hablamos de judaísmo?”. En una primer instancia yo tenía bastante claro, aunque más como intuición que como certeza, que había temas sobre los cuales no me interesaba extenderme: halajá (qué está permitido y qué está prohibido) y consecuentemente todo lo vinculado a denominaciones, pertenencia, y legitimidad; Shoá; y antisemitismo. No me cerraba que hablar sobre judaísmo fuera siempre una confrontación o una defensa.
Han pasado muchos años. Tuve la suerte de encontrar ámbitos dónde desarrollar el discurso que estaba buscando, centrado en valores, confrontando las fuentes con la actualidad. También aprendí que hay múltiples conversaciones judías, y cada uno puede elegir a cuál se suma, cuál lo representa mejor o lo desafía más. Una buena conversación judía, sobre el tema que sea, nunca debería ignorar dónde está parado cada interlocutor, y hasta dónde puede llegar la conversación. No necesariamente debe tener consecuencias concretas. Si bien partimos del mismo relato, la diferencia radica en cómo lo contamos; esa es la riqueza del judaísmo.
Como toda la Humanidad (el Diluvio vino antes de Abraham Avinu) hemos padecido la pandemia del covid-19. A diferencia de la historia de Pesaj, esta plaga no nos salteó. No hubo señales sobre las puertas de las casas judías que oficiaran de protección. Todos quedamos a merced del virus y la esperanza puesta en nuestras capacidades; la “luz al final del túnel” parece cobrar mayor intensidad cada día.
No veo nada de milagroso en todo el proceso, así como tampoco lo visualizo como apocalíptico. A lo largo de 2020, y en 2021 también, nos enfrentamos a coyunturas que debemos resolver; se pone a prueba nuestra capacidad de crear, dar esperanza, y aprender. Ha sido un punto de quiebre, literal, como en quebrarse, para todos. ¿Qué hemos aprendido, cómo será el futuro?
La semana pasada me llegó un anuncio de un panel en Zoom desde Israel sobre el tema “¿Volver a lo de Antes, O Crear un Mundo Nuevo?”, liderado por el Rabino Richard Kaufman y la participación de los Rabinos Garzón, Stawsky, y Diament. Cuando uno se sabe inmerso dentro de ciertos marcos de referencia, perteneciente, representante, y hasta difusor de ciertas ideas, posturas, y lecturas, parece prudente escuchar al otro; como dice el “Desiderata”, “ellos también tienen su historia”. De modo que me dispuse si no a participar por lo menos a escuchar sobre qué, y especialmente cómo, encararían estos rabinos los grandes desafíos que nos dejará la pandemia.
Yo no ignoraba la filiación religiosa que los reúne; no en vano eran ellos y no otros. Aun así, no pocas veces me he enriquecido con los aportes y las miradas de rabinos o intelectuales con cuyas ideas no comulgo. Aprehender las sutilezas de la compleja realidad es imposible sin por lo menos escuchar; cuando el otro se torna transparente, actitud que muchos judíos adoptan frente a otros judíos, unos y otros perdemos. El judaísmo no prosperó desde el dogma sino desde el disenso. Estaba claro que el panel no era una discusión sino una exposición de tres rabinos y un moderador; mi participación fue desde el respeto.
Sin embargo, cerrada la actividad, agradeciendo el aporte de todos, y una vez salido del Zoom, no pude sino volver a pensar en mi tema recurrente: ¿de qué hablamos cuando hablamos de judaísmo?
Es evidente que para las más de ciento cincuenta personas reunidas allí la conversación que se dio era la que estaban buscando. Tal vez no para mí, pero sí para todo el resto. Lo delataba la mera presencia, la actitud, las expresiones de genuina alegría y devoción que trasmitían algunos rostros. Los expositores hablaron sobre aquello que los participantes querían escuchar. No era la mía, pero era sin duda una genuina conversación judía.
Si me guio por lo que escuché, desde un país como Israel, exacerbado por su éxito con la vacunación, la dimensión trágica de la pandemia, sanitaria y económica, parecía quedar diluida en expresiones de fe, en la confianza en la intervención divina, en los planes de la Torá, y en una actitud entre voluntarista y chauvinista del pueblo judío y su Estado. Si bien se admitió y lamentó la pérdida de vidas, el determinismo que permeaba la percepción de lo ocurrido insistía en verlo como una oportunidad en lugar de la grave crisis que ha sido. La mención constante del “kadosh baruj hu” me hizo pensar si la prohibición de nombrar a D-s en vano aplica sólo al tetragrama, o sería más prudente no siempre responsabilizarlo por todo lo que nos sucede.
Rescato del panel la idea de “crear”; como fuente permanente de superación me parece inspiradora. Las vacunas son una creación humana, y las vacunas para el covid-19 son un nuevo record en la capacidad creadora del hombre. Si, siguiendo una cierta lógica, D-s nos creó, nos dio la Torá, si nos permitió hacerla nuestra e interpretarla, es porque confió en nosotros, sus criaturas, su pueblo. Pero la pandemia es consecuencia de las acciones de hombres y mujeres abusando de su poder en el planeta; un poder salido de cauce. Así como entramos en ella, así saldremos: por nuestra ignorancia y por nuestras capacidades, respectivamente.
El Rabino Donniel Hartman publicó un libro con el provocador título “Poniendo a D-s en Segundo Lugar”. Parafraseándolo, me pregunto en qué lugar pone, cada uno, a D-s en nuestra existencia. En la conversación judía que escuché quedaba sobreentendido que D-s es la gran respuesta; en mis modestas conversaciones judías, D-s se convierte en mi refugio cuando no las encuentro. En su abstracción, para mí representa los grandes vacíos y misterios que no podemos poner en palabras. Cuando lo nombramos en demasía, estamos arriesgándonos a eludir nuestras propias responsabilidades.
Quienes tendemos a intelectualizar y verbalizar la experiencia judía a veces perdemos de vista que hay una vivencia mucho más atávica y estructural, sostenida en la esperanza. Tal vez sea que uno, simplemente, no sepa hablar de eso. Tal vez esa sea la conversación judía que ofrecen otros, mientras uno sigue afanándose en lo que Borges llamó “las porfías” (“El Remordimiento”), en este caso de la espiritualidad. Mientras unos porfiamos desde la duda, el misterio, y el sobrecogimiento, otros eligen hacerlo desde la certeza, la fe, y la devoción. ¿Quién es uno para juzgar?
En todo caso, sería bueno admitir de una vez por todas que “éstas y aquellas son palabras del D-s viviente” (Tratado de Eruvin 13b). Tal vez una de las respuestas posibles a la pregunta propuesta al panel sea “crear” un mundo donde verdaderamente podamos escucharnos mutuamente. Que existan varios niveles de conversación: el familiar, el que nos protege y consuela, y uno más colectivo que nos desafía y alimenta la esperanza que en definitiva nos une.