Sobre la Inauguración de Biden en los EEUU
Admiro profundamente a los EEUU de Norteamérica. La concepción del Estado y las libertades individuales me parecen incomparables. Sé que son discutibles. Sólo establezco claramente y sin ambages el punto desde el cual escribo mis reflexiones sobre la inauguración del Presidente Biden. Como en muchos otros asuntos, ser admirador no me impide ser crítico. Creo que los puntos más bajos de la historia de los EEUU son la Guerra Civil y la inesperada elección de Trump como 45º Presidente de la Unión.
Algunos conocidos, ciudadanos estadounidenses, desconsolados por el inesperado revés, acérrimos detractores de Trump, se consolaron en 2016 pensando que su mandato sería una buena oportunidad de poner sobre la mesa algunos de los temas más sensibles de la sociedad estadounidense, algunos “pendientes” históricos: el odio racial, el rol de la mujer, la inmigración. Así fue; la cuestión ha sido el costo. Tan así fue que hoy los EEUU tienen no sólo UNA Vice-Presidenta, sino que es afro-indio-descendiente e hija de inmigrantes. Si obviamos (si tan sólo fuera posible) las manifestaciones del #metoo o los disturbios producto del asesinato de George Lloyd, deberíamos alegrarnos por el resultado de estos cuatro años: Trump no renovó su mandato y en su lugar el electorado estadounidense eligió una figura no sólo paternal sino todo un abuelo patriarcal. Un hombre que a sus desgracias familiares responde, a sus setenta y ocho años, haciendo de todo el pueblo estadounidense su familia. En una mirada semiótica, la elección de Biden-Harris no podía ser más simbólica.
Sin embargo, el precio ha sido altísimo: cuatrocientos mil muertos y sumando… Un mandato no se mide tanto por la concreción de sus promesas y proyectos sino por cómo actúa respecto de lo inesperado. Lo único “bueno” de la pandemia en los EEUU es que contribuyó a la derrota de Trump. El problema de corto plazo de los EEUU (como todo el mundo) es dominar la pandemia y reencauzar la economía; el problema de mediano y largo plazo son los setenta y cinco millones de votos de Trump. No por nada fue elegido, no por nada fue tan difícil derrotarlo.
Soy de los que creen que sin la pandemia no hubiera sido Biden el candidato, y fuera quien fuera, perdía. Porque si bien han pasado cuatro años desde que fue elegido por primera (esperemos que única) vez, los desvalores que él representa son valores para una porción muy grande de los votantes. Su destrato, su grosería, sus limitaciones intelectuales, su ego feroz, su voracidad, son sólo anécdota; el tema es que él cree en la supremacía blanca, él cree en el uso de la fuerza (bullying), él cree en la mujer como objeto. Sobre todo, él cree en la supremacía y auto-suficiencia estadounidense; no es un mero recurso retórico de campaña política. No haber llevado al país a una guerra no es mérito; como dijera Biden, lo llevó a una “uncivil war”.
A la luz de los acontecimientos de estos últimos cuatro años y escuchando los discursos de Biden ayer, es buen momento para repasar los primeros párrafos de Paul Johnson en su “Estados Unidos. La Historia”. Si no lo leyó, léalo; hoy más que nunca. Dice: “La historia norteamericana plantea tres preguntas fundamentales”. Y ellas son, resumidamente:
- “¿Puede una nación sobreponerse a las injusticias que marcaron sus orígenes y, merced a su decisión y empeño moral, repararlas? Todas las naciones han nacido como producto de guerras, conquistas y crímenes que suelen quedar ocultos en las sombras de un pasado remoto. ¿Ha expiado sus pecados originales?
- En el proceso de creación de una nación, ¿es posible mezclar con éxito los ideales y el altruismo – el deseo de construir la comunidad perfecta – con la codicia y la ambición, sin las cuales es absolutamente imposible crear una sociedad dinámica?
- En un principio los norteamericanos se propusieron erigir una nueva “ciudad sobre una colina”, pero se descubrieron construyendo una república basada en la soberanía del pueblo que se convertiría en un modelo para todo el planeta. ¿Tuvieron éxito sus audaces metas? ¿Han demostrado realmente ser ejemplares para la humanidad? ¿Seguirán siéndolo en el nuevo milenio?”
Siempre que vuelvo a este texto de Johnson me maravillo ante su universalidad; cualquier nación sobre la tierra puede hacerse estas mismas preguntas.
Recurriendo a imágenes del poeta español Miguel Hernández en su “Elegía”, todos caminamos sobre “rastrojos de difuntos” pero a la vez queremos “desamordazarte y regresarte”, volver a los valores que supieron unirnos en primer lugar. No cabe duda que las preguntas de Johnson, como la poesía de Hernández, son universales y atemporales. En un acto político, electoral, estudiado en el detalle, sin nada librado al azar, el mundo fue testigo ayer de cómo una nación intenta volver sobre sus pasos, volver a encontrar las voces amordazadas y escuchar un lenguaje, como dijera Amos Oz, para “curar heridas”. Probablemente sólo los estadounidenses tengan los recursos para montar espectáculos de esta naturaleza y grandiosidad, de brillantes colores y fanfarria aún en un día invernal, aún en pandemia, aún con tapabocas; pero sin duda tienen la vocación Es un show, pero está lleno de significado.
Nadie sabe cuál será el futuro. Cómo podrán Biden y su gobierno procesar los enormes desafíos que heredaron de la administración Trump. Nada sabemos, pero muchos queremos creer. Ayer se trató de volver a creer. La realidad es mucho más compleja que lo que el lenguaje puede expresar. Cuando la realidad se torna tan compleja que resulta difícil asimilar, lo que siempre queda es la esperanza. A eso apeló Biden desde el principio, y sobre todo ayer.
Biden no leyó a Johnson; más bien éste estudió la historia de los EEUU. No por nada los mensajes de Biden en el día de su inauguración como 46º Presidente de los EEUU de Norteamérica coinciden con las tres preguntas del historiador cuando acomete la historia de aquel país. Así como se mantiene la injusticia y la codicia, se mantienen vigentes el empeño y el altruismo. Por el bien de todos, deseemos éxito y criterio a la gestión de este casi octogenario Presidente.