Observando la insurrección del Capitolio desde Israel
Fania Oz-Salzberger, Moment Magazine, 15 de enero de 2021
Todos los israelíes que conozco, literalmente, observaron el asalto al Capitolio con asombro e incredulidad. Los partidarios de Biden y los creyentes acérrimos en Trump compartieron una sensación similar de un drama agudo en desarrollo, con el espectacular entorno arquitectónico y los llamativos colores pareciendo una remake de Hollywood de alguna calamidad pasada. Quizás el hundimiento del Titanic o el 11-S, o (más apropiadamente) el saqueo de Roma por los visigodos. No en términos de víctimas humanas sino más bien como el hundimiento, la destrucción o la irremediable profanación de un gigantesco símbolo de poder.
Luego vinieron los detalles: la foto de una bandera israelí llevada por uno de los insurgentes pasó por Twitter, Facebook y WhatsApp, alarmando tanto a los patriotas como a los cínicos. Ver la estrella de David azul y blanca en compañía del campo de Auschwitz no fue una experiencia trivial. Mi primera reacción fue publicar la foto en mi perfil de Twitter con el hashtag #NotInMyName (NoEnMiNombre). ¿Quién hubiera pensado, reflexionó un bloguero de derecha, que llegaría el día en que se avergonzaría ver ondear la bandera de su país en el corazón de la capital estadounidense? En los extremos políticos apenas se podía notar un cierto júbilo antinorteamericano por parte de los radicales de izquierda y de los colonos militantes por igual. Sin embargo, esas voces fueron decisivamente eclipsadas por el enorme shock sufrido por la mayoría.
Se destacan dos reacciones específicas que deben ser mencionadas. La primera provino del reportero y comentarista estrella del Canal 12, Amit Segal, pero bien podría tener su origen en los infames muchachos de las redes sociales de Benjamin Netanyahu, el equipo de “asesores” que rodea a su hijo Yair. Un día después del ataque al Congreso, Segal transmitió imágenes de manifestantes frente a la residencia oficial de Netanyahu, en la calle Balfour de Jerusalem, filmadas una semana antes y anunciando dramáticamente que “los manifestantes habían atravesado violentamente un control policial y que el primer ministro y su esposa habían sido llevados a una habitación segura”. Si bien las tres redes principales se hicieron eco de su “flash de noticias”, otros periodistas y líderes de las protestas contra Netanyahu se apresuraron a señalar que eran fake news: el “control policial” era una valla sin usar y nadie había irrumpido en la fortaleza de Balfour.
Sin importar si este invento mediático haya sido o no una creación del primer ministro, hace mucho que reconocemos algo maquiavélico en Netanyahu (o tal vez, como descubrí el otro día cuando preparé las notas para una conferencia, podemos decir que hay algo Netanyahuesco en Maquiavelo). Aquí hubo un intento de pagarles con su propia moneda a los manifestantes en pro de la democracia israelí, presentándolos como los Proud Boys del centro de Jerusalem. No obstante, creo que mi Primer Ministro no se sentía cómodo con este extracto noticioso en particular, sino que preferiría comparar a los manifestantes pacíficos en su puerta con Antifa.
La otra reacción provino de los israelíes que fueron lo suficientemente sensatos como para seguir el conteo de los votos electorales en la sesión conjunta del Congreso mientras se permitió que se llevara a cabo. Solo puedo hablar por mis amigos, parientes y varios cientos de voces digitales cuando digo que los discursos de los líderes mayoritario y minoritario del Senado, unidos en el momento de la verdad en su afirmación de lo que más importa, tuvieron un efecto asombroso. Incluso los israelíes partidarios de MAGA, acostumbrados a vapulear a Nancy Pelosi y ridiculizar a Chuck Schumer, ahora veían a un Mike Pence y a un Mitch McConnell que frustraban decisivamente toda esperanza de un golpe de estado. La Constitución de los Estados Unidos demostró ser una constitución suficientemente buena. Las cosas se vinieron abajo, pero el centro se mantuvo firme.
Esto es enormemente alentador para muchos de nosotros. Israel, una vez más bajo un estricto confinamiento y una vez más enfrentando elecciones, está cambiando su estado de ánimo político y está listo para cambiar su clima político. Parafraseando a William Butler Yeats: muchos de los partidarios de Netanyahu están perdiendo la convicción, mientras que sus oponentes demuestran una intensidad apasionada.
Estados Unidos eligió a Joe Biden y a Kamala Harris y los investirá. El país incluso puede encontrar formas de hacer que su constitución suficientemente buena sea todavía mejor que suficientemente buena. La democracia puede ser deficiente y profanada, pero su poder de permanencia es – en este caso bastante literalmente – algo digno de admiración. Esta lección en línea y el gobierno de Biden-Harris que está por llegar brindan una nueva esperanza y nueva energía a los miles de ciudadanos israelíes respetuosos de la ley protestando en las calles de Jerusalem en una fría noche de enero.
Traducción: Daniel Rosenthal