Seminario Rabínico @NCImontevideo

Sin ser un experto en la historia del Movimiento Masortí (Judaísmo Conservador) en América del Sur, sé que fue introducido por el Rabino Marshall Meyer cuando funda en 1962 el Seminario Rabínico Latinoamericano que lleva su nombre. No mucho antes él había fundado la Comunidad Bet-El en Belgrano. Ya de regreso en los EEUU refunda la comunidad Bnei Jeshurun (más conocida como BJ).

Si algo queda claro de esta escueta reseña es que el espíritu imbuido por el Rabino Marshall Meyer fue precisamente fundar y refundar. Haciendo honor a su legado, las actuales autoridades del Seminario Rabínico han iniciado un proceso de apertura de sedes en América Latina y el mundo hispano parlante, en el seno de las comunidades afiliadas e identificadas con el Judaísmo Conservador. Después de Chile y Brasil, Uruguay, mediante la NCI de Montevideo, se ha sumado al desafío bajo el liderazgo y compromiso de su Presidente Claudio Elkan y su Rabino Daniel Dolinsky.

Como alguien que fue niño y joven en aquellos años setenta y ochenta, supe sentir el peso de las tradiciones que como comunidades arrastrábamos desde el tiempo de nuestros abuelos o padres llegados de Europa. Aun en mi caso, perteneciente a la tradición judeo-alemana (mis abuelos ashkenazíes habían roto todo vínculo con lo religioso), puedo recordar cómo me invadía el aburrimiento y la ansiedad cuando decidía acompañar a mi abuelo y a mi tío a la sinagoga. Lo mío era una intuición que me compelía a estar allí, saber que aquello era parte de mí, aunque yo no lo entendiese.

Fue en esos años que la influencia del Seminario Rabínico comenzó a sentirse en Montevideo con los llamados “servicios juveniles” en Rosh Hashaná y Iom Kipur. Si bien para muchos fue como si el calendario hebreo se redujera a esos días solamente, fue mucho más que nada y mucho mejor que las horas perdidas deambulando de sinagoga en sinagoga, cuando no mejor que el rechazo absoluto a las sinagogas. Aquellos jóvenes seminaristas o rabinos que hacían sus primeras armas daban de sí lo mejor, y lo mejor era que lo daban en español, con un cierto orden, con titulares y explicaciones. Tal vez las prédicas caían demasiado fácilmente en el reproche por no tener una “vida judía” activa todo el año, pero no cabe duda que aquellas experiencias supieron mostrar el camino. El que había iniciado Marshall.

Fue un discípulo suyo quien desembarcó en Montevideo a fines de 1983, el joven y carismático Rabino Daniel Kripper, en una iniciativa magistral de un nuevo grupo de directivos en la NCI. Durante años, no había casamiento que no fuera realizado por el joven rabino; generaciones debemos nuestro hogar judío a su carisma, su prédica, su espontaneidad, y su actualidad. Por supuesto, y por suerte, el mundo judío nunca es uniforme y nunca se resigna a una sola voz. Al poco tiempo desembarcó un jovencísimo Rabino Shemtov fundando Jabad Uruguay y luego la Comunidad Israelita trajo al Rabino Birembaum. Como se dice en inglés, the plot thickens, pero esa es otra historia.

El Rab Kripper había sucedido al Gran Rabino Winter, llegado directamente de Alemania; a él lo siguieron los Rabinos Bloch, Kleiner, y ahora Dolinsky. La NCI siguió un camino sin retorno y se identificó cada vez más con el Movimiento Masortí: el rol y el status de la mujer, las responsas rabínicas sobre diversos temas halájicos, y sobre todo una actitud proactiva hacia las familias y sus circunstancias. En esta nueva etapa, en que el Movimiento revisa sus estructuras y cometidos, desde esta orilla del Plata la NCI ha asumido el desafío de ser un nuevo umbral por donde abordar el mundo judío, su identidad y práctica, sus valores e ideales. Visto así, con perspectiva histórica, no podía ser de otra manera. Sin embargo, es buena cosa detenerse un momento, recordar dónde y cómo empezó todo, y sólo entonces sumarse a este desafío.

El Seminario Rabínico no podía quedar confinado a la realidad de Capital Federal. El propio dinamismo de las comunidades en toda América Latina demanda la diversificación de voces que el Seminario ha decidido escuchar, nutrir, y retro-alimentarse, para seguir creciendo en identidad con conocimiento de causa. En un mundo judío cada vez más diverso y al mismo tiempo, a vece facilista, muchas veces ignorante y supersticioso, la apuesta del Seminario y la NCI se inscribe dentro de las demandas de un mundo a la vez global pero al mismo tiempo arraigadamente localista.

Si algo nos ha enseñado la pandemia, es precisamente esto. Debemos colocar la vara cada vez más alto en pos de una conversación judía cada vez más significativa y relevante. Para eso precisamos líderes. Esa es, y ha sido, la razón de ser del Seminario Rabínico Latinoamericano, y ahora la NCI es parte formal y responsable de ese cometido. Es digno de ser contado. Supone todo un desafío.