Carta al Director en Búsqueda publicada Enero 7 de 2021

Señor Director,

Durante las últimas semanas, coincidentes con las fechas que aquí denominamos “las fiestas”, su semanario ha publicado varios artículos de opinión y cartas al lector en relación a temas “religiosos”, a los cuales me gustaría hacer referencia y a su vez volcar mi visión en relación al tema. Vale aclara que soy judío y por lo tanto me inscribo en ese pueblo, religión, y tradiciones; pero como uruguayo no escapo a las generales de la ley y ninguno de los temas en cuestión me son ajenos. Es más: la comunidad judía del Uruguay tiene mucho de uruguaya en su comportamiento en torno a lo “religioso”.

Los autores a los que me estoy refiriendo son, en orden cronológico: Andrés Danza en su número 2102, las cartas al Director de Ignacio de Posadas y Hugo Donner en su número 2103, y Facundo Ponce de León en el reciente número 2104. Todos ellos tratan el tema del vínculo con lo divino en mayor o menor medida, algunos con referencias cruzadas, otras meras coincidencias. Vista esta acumulación de reflexiones en torno al tema en fechas sensibles como las que estamos terminando de atravesar (Nochebuena a Noche de Reyes), no queda sino reconocer, como afirma Danza, que lo “de país laico se parece mucho a una ilusión óptica” que a una verdad absoluta (si tal cosa existiese). En lo personal, gusto de citar, siempre que viene al caso, el cierre del magistral cuento de Mario Benedetti en “Montevideanos”, “Sábado de Gloria”, en el cual acuña la frase “toda mi apática ternura hacia Dios”.

Si una frase resume la religiosidad uruguaya, es esta, porque la apatía y la ternura son dos características de personalidad fuertemente uruguayas. En primer lugar una cierta indiferencia antes los acontecimientos porque “acá no pasa nada” y por otro lugar un afecto sólo posible por el provincianismo y la proximidad que nos definen. Dios es una entidad aparte, “hacia” el cual sentimos algo, nos produce algo, pero no es una entidad por la cual o en la cual vivimos.

Lo que Danza defiende en su columna es la existencia de un sentimiento de fe puesto en diferentes objetos de adoración: José P. Varela, El Estado, el fútbol, o sea, otras “religiones”. Por otro lado, De Posadas y Ponce de León defienden y realzan el mensaje cristiano en medio de fechas donde las celebraciones se han visto desvirtuadas. Ambos apelan, en sus respectivos estilos, al mensaje universalista del Cristianismo. Como judío, valoro que las festividades vuelvan a sus conceptos y ritos más básicos, resaltando su razón de ser, en lugar de transformarse en fenómenos diluidos y hasta confusos. “Navidad con Jesús”, la campaña iniciada hace años por el Cardenal Daniel Sturla, merece todo mi respeto; las balconeras no me ofenden, por el contrario, nos definen, seamos cristianos o no.

Tal vez la postura atea sea la más difícil de sostener y justificar. Hugo Donner sostiene que para creer en algo se precisa evidencia. Queda claro que en relación a Dios es muy difícil reunirla, por lo tanto, como él escribe, “definirse como ateo es más valiente y jugado en un mundo desbalanceadamente irracional”. La valoración es respetable, pero yo sugeriría que es también más cómodo: descartar una idea porque no tiene evidencia puede ser valiente y jugado en ciertos contextos, pero es mucho más cómodo en otros. ¿Cuántas preguntas nos ahorramos, cuánto dolor, cuánta incredulidad? Las posturas seculares o laicistas eligen ignorar el tema de la existencia de Dios porque escapa lo racional, pero eso no significa que el conflicto en torno al tema exista; sólo que algunos eligen no afrontarlo. Mucho menos regir sus vidas por ciertos ritos y mandatos de naturaleza divina.

Creo que los judíos somos un buen ejemplo de cómo se lleva a cuestas un conflicto de esta naturaleza. Si bien para muchos judíos hay un dogma (la Revelación en Sinai, el Pacto, la Torá), al mismo tiempo hay un proceso para aterrizar ese dogma en la vida de los hombres, la tradición rabínica e interpretativa. Si bien, como en cualquier religión, la religión judía gira en torno a Dios, la ley judía gira en torno al hombre. Dicho de otro modo: resulta secundaria la cuestión de la fe en Dios (creer que existe) en el ser judío, cuando es central en el ser cristiano. No por nada ambas religiones siguieron caminos diferentes. Creo que la “apática ternura” a la que hace referencia Benedetti es una de las formas en que muchos judíos nos vinculamos con Dios: nos despierta y nos inspira sentimientos nobles y auténticos, pero nuestro vínculo es un poco indiferente, en parte porque sabemos que hay quienes cuidan de Su Existencia. Como me dijera un amigo profundamente creyente, “si sacas a Dios de la ecuación, nada tiene sentido”; es lo que sucede con muchos de nosotros, judíos, cristianos, o lo que fuere: de a ratos sacamos a Dios de la ecuación.

Por todo eso, y espero haber contribuido al diálogo suscitado en las sucesivas ediciones, creo que poner los temas sobre la mesa con propuestas honestas y francas, ancladas en la fe o ancladas en el convencimiento, es una contribución a nuestra sociedad y opinión pública. Sea derribando ídolos como explica Danza; proponiendo actos de fe como De Posadas; predicando volver a la paz que imagina hubo en Belén  “aquella” noche como escribe Ponce de León; o arguyendo y defendiendo el derecho de no creer pero aun así ser espirituales como afirma Donner, en cualquier caso se trata de confrontar un tiempo y una experiencia que, bajo la sombra de la pandemia, parece ser más necesario que nunca.

En lo personal y en relación al tema estoy en paz conmigo mismo cuando admito que hay cuestiones que me exceden y entonces atribuyo una naturaleza divina a lo que no puedo explicar. Lejos de ser ateo, no me canso de pregonar que la idea de Dios es una metáfora del lenguaje para nominar, precisamente, lo innombrable (prohibición bíblica). Mi judaísmo me ofrece el tiempo y el espacio para, cuando elijo, conectar con esa dimensión que me excede. Celebro que otra fe quiera resaltar el valor de esos tiempos singulares o que un ateo defienda su derecho a serlo y transitar sus tiempos de otra manera. La pandemia no ha hecho distinciones, pero los seres humanos somos bien distintos unos de otros; está muy bien saber cuáles son las diferencias porque cuando nos confundimos o igualamos en asuntos de fe o convicción, nos acercamos más y más a los totalitarismos.

Ianai Silberstein

CI 1412860-4