Los Desafíos de Januca
Yehuda Kurtzer, Religion Dispatches, 11 de diciembre de 2020
Janucá no es para todos. Esto ha sido así desde sus inicios, ya que celebra la victoria en un conflicto militar interno y el triunfo sobre la asimilación. Aun así, la mayoría de los 15 millones de judíos en el mundo celebrarán el Festival de las Luces durante esta semana y la próxima, lo que hace que sea extraño que probablemente escuchemos reflejos de la festividad en los lugares públicos más concurridos por parte de quienes son más ambivalentes al respecto y ni siquiera se identifican como judíos. A veces parece que Estados Unidos es un país profundamente religioso que no sabe cómo hablar sobre la sinceridad religiosa en público sin expresar unaqueja, con un relato sobre su pérdida o a través de una lente política.
La mayoría de nosotros, los judíos estadounidenses, sabemos dos cosas sobre nuestra tradición: que todo el tiempo estamos resolviendo nuestras luchas con ciertos aspectos de ella – incluso mientras vivimos dentro de ella – y que si y cuando nos encontramos nosotros mismos dentro de la vida y de la comunidad judía, es porque hemos tomado la decisión de hacerlo. En gran medida, Estados Unidos ha convertido al judaísmo en una asociación voluntaria, una identidad que uno puede elegir heredar de sus padres o elegir forma parte de ella, una identidad que puede asumirse parcialmente a través de las relaciones familiares y ser rechazada en otras ocasiones.
Por lo tanto, esto significa que incluso cuando tenemos que reconocer que la atracción de una vida judía vivida ricamente no es para todos, y que debemos otorgar a quienes optan por salirse de ella el derecho a hacerlo, también debemos tomarnos más en serio lo extraordinario que es el hecho de que tantos judíos sigan optando por participar en ella. El camino de salida de la religión no tiene un monopolio sobre el discurso de la autonomía personal.
¿Tiene la religión la culpa cuando pierde un adherente? La modernidad nos inclina a pensar que así es, ya que la religión parece estar constantemente a la defensiva contra sus encantos. También vivimos en un mercado de identidades, por lo que no es sorprendente que cuando la gente opta por no participar, imaginemos que la religión ha “perdido” a alguien por acogerse a una opción de vida diferente. Las religiones y denominaciones evangélicas capitalizan esta mentalidad y cuantifican sus éxitos y fracasos con la recolección de almas. Todos los que trabajamos en religión somos susceptibles a esta mentalidad que genera un doble golpe cuando leemos este tipo de texto: una sensación de pérdida que nosotros – losde adentro – debemos sentir por esta persona que “se escapó”, y un sentimiento de culpa que se supone que debemos tener porque no logramos mantenerla “adentro”.
De hecho, a menudo me preocupa que mi comunidad le falle todo el tiempo a la gente que está en los bordes de la misma, las personas cuyas identidades u opciones no encajan con los sistemas normativos para los que está diseñada la mayor parte de la infraestructura organizativa judía o que no pueden beneficiarse de manera justa de los recursos disponibles a través del vasto ecosistema educativo y de identidad judía. Esta es una queja que tengo muy cerca de mi corazón, especialmente cuando veo que mi comunidad gasta más dinero en tratar de engendrar un apego al judaísmo a través de expresiones (políticas) de identidad que en construir vidas con significado y propósito por sí mismas.
Pero cuando hablamos de religión, a menudo no diferenciamos entre quienes están en los bordes y que quieren formar parte, pero se sienten invisibles o desatendidos, y quienes están en los bordes, o aún más allá de ellos, porque es el lugar donde eligen estar. Veo a mucha gente cautivada por tratar de evangelizar a otros para que se adhieran a sus propias elecciones religiosas, y considero que a veces eso es una falta de respeto por las elecciones autónomas de los demás.
La presión que siento como persona religiosa es que soy consciente de que es más fácil para el judío en el mundo moderno optar por salir del enredo de tradición y modernidad y que es difícil seguir tratando de permanecer en él. A veces, obsesionarse con quienes están en los bordes también constituye una falta de respeto por uno mismo. Nos obsesionamos tanto con servir a quienes en realidad quieren irse que terminamos invirtiendo recursos en ellos de manera desproporcionada en comparación con los muchos que todavía están aquí, abocados a una búsqueda, y que necesitan un conjunto diferente de recursos: no los que tienen que ver con dar respuesta a “¿por qué ser judíos en realidad?” sino a “¿qué es este judaísmo que he elegido?”.
Los judíos estadounidenses tienen una multitud de identidades e ideologías, y yo personalmente me congratulo por ese desorden. Las elecciones que hacen los demás no siempre se ajustan a las mías, pero la aceptación de esa diferencia es esencial para que yo quiera que mis propias elecciones autónomas también sean tomadas en serio. También estoy cautivado por las vastas expresiones de diferencias entre los judíos que buscan una relación con el judaísmo. En mi trabajo dirigiendo una institución educativa judía, tengo una relación constante con judíos que han tomado y continúan tomando decisiones diferentes a las mías: decisiones sobre con quién se casan, cómo o si observan, qué eligen enfatizar de nuestra tradición o nuestros rituales o nuestra ética o nuestros otros compromisos apasionados. Pero el único momento en que la religión en el mundo moderno puede sentirse obligada por las elecciones razonadas de los demás, es cuando esas personas vienen buscando lo que tiene para ofrecer: un marco conceptual de significados y propósitos para quienes deseen acceder a ella.
Janucá es una oportunidad tan buena como lo ha sido siempre celebrar la competencia por la identidad judía como una preocupación pública. Los sabios imaginan que el ritual central de Janucá – elencendido de las luces – esuna oportunidad para publicitar el milagro (haga usted mismo su propia elección: una victoria militar improbable, el aceite que dura ocho días, el triunfo de la luz sobre la oscuridad). La ley judía ordena que encendamos nuestras luces desde dentro de nuestros dominios de manera que sean visibles para los transeúntes en la calle.
Es una festividad que valora la autoconfianza de los judíos en los espacios públicos y que narra la contienda entre ideas contrapuestas sobre cómo eso debe ser en la práctica. Las luces de Janucá señalan algo hacia afuera, pero también espero que puedan atraer a los curiosos hacia el calor y el bullicio, como la invitación que recitamos al comienzo del Séder de Pésaj, diciendo que “todos los que tienen hambre, vengan y coman”.
Este no es el mejor año para recibir a otros en nuestros hogares, pero en este Janucá los tengo en mi corazón. Janucá es un recordatorio ideal de que no todos los judíos siempre quisieron – o siempre querrán – participar en nuestros ritos o apropiarse de nuestras historias. Janucá seguirá marcando las complejidades de la asimilación y de los tipos de sincretismo que los judíos estadounidenses creen que solo nosotros inventamos, pero que han estado allí desde el principio. Escuchemos los ricos debates sobre fe y política dentro de la comunidad judía:ellos son tanto un testimonio de la modernidad como de las ambivalencias de quienes eligen irse debido a ellos. Estos son los fuegos, aún encendidos, que iluminan el camino de entrada a todos quienes eligen celebrar.
YehudaKurtzer es el Presidente del Instituto Shalom Hartman de Norteamérica.
Traducción: Daniel Rosenthal