Januca, del universalismo a la singularidad
Por eso cuando nos dicen, con la mejor intención, “ustedes tienen Januca”, tal vez la respuesta sea no, ustedes tienen Navidad. Ambas festividades aluden a milagros y a luces, pero en esencia son absolutamente distintas: mientras una alude al nacimiento de una esperanza universal encarnada en la vida de un hombre, la otra sólo nos recuerda que nuestra misión en el mundo es traer un poco de luz en las noches más oscuras.
Hace un año cerraba mi editorial sobre Januca, que titulé “¿Qué Luces Encendemos?”, con este párrafo acerca de la supuesta equivalencia, sólo sostenida por la poderosa metáfora de la luz, entre Januca y Navidad. Este año 5781, 2020 del calendario gregoriano, cuando sea Navidad, Januca habrá pasado: nos deberemos conformar con esas otras luces devenidas universales. Pero una vez más, como cada año, me he encontrado insistentemente con un mensaje de equivalencia con el cual muchos judíos se sienten más cómodos: el que equipara, valores universales mediante, aquello que tiene poco que ver, por no decir nada, que es un poco incómodo en términos de corrección política. En un mundo globalizado, sobre-conectado, o “helenizado” de tal forma que ni siquiera los griegos hubieran imaginado, creo que vale la pena insistir con el mensaje singular de Januca en oposición al mensaje universal de la Navidad. De lo contrario, la imagen de la pureza del aceite y su milagro de ocho días no es más que un cuento de hadas; el milagro es que sigue sucediendo hoy, la llama sigue ardiendo.
En el artículo de Yehuda Kurtzer que tradujimos para los lectores de TuMeser y que acompaña esta editorial, se alude, aunque en los EEUU, a cómo nos ubicamos frente a esta u otras festividades pasibles de ser universalizadas, exportadas. Vale la pena leerlo.
En el caso de Pesaj, que históricamente explica la Pascua, es el concepto de libertad el que prevalece. Sin embargo, subyace y se ignora el concepto de la singularidad, el hecho que Dios nos saltea (eso quiere decir Pesaj) en su última terrible plaga, la muerte de los primogénitos. Es más, muchos judíos se sienten muy incómodos con esta idea, y no es para menos. Sin embargo, cuestionarla no implica que desaparezca. Después de todo, nuestra existencia, identidad, y razón de ser es por desprendimiento de otros pueblos. Ser judío supone reconocerse como tal respecto de otros; si nuestro afán es ser como otros, nuestro ser judío se ve comprometido. Como sostiene Kurtzer, es un asunto personal y una elección, sea que nazcamos judíos o elijamos serlo. No es juicio de valor, son procesos personales.
Januca tiene el gustito revolucionario que gusta a toda minoría, la posibilidad milagrosa de jaquear, aunque sea por un tiempo, un imperio. Januca no es tanto acerca de la libertad como valor sino acerca de combatir la arbitrariedad, también un valor universal. Los judíos no eran esclavos del imperio seleúcida, eran meros súbditos gravados por impuestos y seducidos y obligados por una cultura mucho más liberal y universalista que la tribal y territorial que centralizaba el culto en el Templo de Jerusalém. La rebelión macabea es una guerra de guerrillas entre facciones fanáticas y el establishment imperial de turno, que seducía y asimilaba a los judíos en un culto que se mezclaba con el paganismo más básico. De hecho, el celo judío no murió con los macabeos (que a su vez se convirtieron en una dinastía – la asmonea) sino que resurgió con los zelotes y con Bar-Kojba, en los siglos I y II EC. Entre Yehuda Macabeo, los suicidas de Massada, y la rebelión de Bar-Kojba sólo hay una distancia de tiempo, pero no de ideología.
Por eso los libros Macabeos I y II no integran el canon judío y por eso la tradición rabínica reduce la festividad a un milagro en torno a una gota de aceite puro (el tema de la pureza es inequívocamente rabínico) y la luz que emanó del mismo y que se nos mandata diseminar. Por eso los mitos nacionalistas son retomados por la narrativa sionista, y no antes. Cuando la posibilidad de un Estado Judío moderno, en la época de los nacionalismos del siglo XIX, comienza a ser pensable, entonces recurrimos a esos episodios históricos y los recuperamos; no antes. Antes, durante 1800 años, fuimos milagro.
En lo personal no tengo problema en que judíos se sumen al significado universal de la Navidad, ni que Januca sea nuestra oportunidad de regalar, juntarnos en torno a la luz, estar en familia; después de todo, son todos valores universales, los nuestros y los del entorno. Lo que sí me perturba es no comprender las diferencias, porque en el facilismo de igualar pierde el pueblo judío, no la sociedad donde habita. No son lo mismo la estrella de Belén que la gota de aceite que duró ocho días como símbolo de luz; ambas son luz, pero cada una representa otra fe y su comunidad.
Es bueno vivir en un mundo no sólo de tolerancia sino de diversidad manifiesta. Pero ser diversos supone conocer las diferencias. Que las minorías se respeten no las hace mayorías, y la lucha de las minorías en aras de ser “como todos” puede derivar si no en su desaparición como tales, sí en la distorsión de su naturaleza y su razón de ser. En el reciente video ecuménico grabado por diversas religiones en la rambla montevideana, fue bueno saber, inequívocamente, quién era el rabino; le dio más fuerza al mensaje.
En este 2020 que se cierra yace por delante una esperanza llamada “la vacuna”, que es absoluta, universal. Pero hay otra esperanza, la que trasciende esta pandemia y el devenir de la Historia, y esa tiene diferentes nombres para diferentes comunidades humanas. Saberlas, reconocerlas, y saber a dónde cada uno pertenece, es una bendición. A cuarenta años de la muerte de John Lennon podemos seguir cantando “Imagine”, pero sabemos que hay y habrán países (cada vez más) y religiones (si no más, más variadas en su propia diversidad); lo que sí podemos imaginar, como una suerte de milagro, como el aceite puro que duró ocho días, es que podemos “vivir la vida en paz”. Así sea.
Januca Sameaj!