Efemérides
No hay forma más auténtica de vincular hechos aparentemente inconexos que la experiencia personal. Tampoco hay nada más auténtico a lo que podamos referirnos que no sea nuestra propia experiencia. Hay semanas, a veces días contados, que parecen agruparlo todo en su finitud; cuando a pesar de tiempo y distancia, como diría Felipe de “Mafalda”, todo sucede aquí. En uno. El tiempo se ha detenido y los hechos se han conjugado y el mero intento de expresarlo ya lo hace fútil porque supone ordenarlo, quebrar el hechizo de la simultaneidad, esa ficción que a veces conduce a la epifanía.
Este domingo 6 de diciembre de 2020 los uruguayos amanecimos con la noticia de la muerte del ex Presidente Tabaré Vázquez. No por esperada, la noticia causó menos consternación. Los sentimientos oscilaron entre el profundo y silencioso respeto hasta el aplauso cerrado y el discurso heroico, dependiendo de las tiendas políticas. Todo el país tuvo la certeza de que se estaba cerrando definitivamente un ciclo. Con estos octogenarios se va yendo la historia reciente de un país. Cuando escuchábamos ayer testimonios de otros líderes ya entrados en años era imposible ignorar el paso del tiempo aun en vida: el cansancio, el discurso moroso sobre viejas batallas, la renuncia a la revancha política en aras de los ideales comunes.
La semana pasada recordábamos la prematura muerte natural de Arik Einstein, cantante israelí fallecido el 26 de noviembre de 2013. Recibí la noticia desde Israel, desde lejos, inesperada y remota: primero, el aviso de su hospitalización, luego, el anuncio de su muerte. Arik calló pero su voz profunda nos seguirá acompañando para siempre; será, como escribió Bialik y él cantó tan bien, “el refugio de nuestras plegarias postergadas”. Hoy, martes 8 de diciembre, recordamos el asesinato de John Lennon en 1980. Amanecí con la noticia en la voz de un locutor de “Kol Israel”, con la sobriedad y gravedad que se estilaba en aquellos años. Fue súbito, tan terminante como el balazo que lo mató. Recuerdo el momento como si fuera hoy. No sé si alcanzó a gritar “Help” o “Run for your Life” o simplemente pudo murmurar “Imagine”.
Se cumplirán este miércoles dos semanas de la muerte natural pero no inesperada de Diego Maradona, a sus jóvenes sesenta años. Pudo haber muerto muchas veces, pero murió ahora. Sabíamos que podía ser, pero todos alentaban su recuperación. De inmediato despertó la pasión de un pueblo y el homenaje de la Humanidad, aun cuando buena parte de ella se dedicó a denostar todo lo que hizo fuera de una cancha de fútbol. En lo personal, el fenómeno Maradona me excede, pero el hombre Maradona me sensibiliza. Tanto talento, tanta desdicha, tanto exceso, tanta desolación. Como metáfora, Maradona será siempre más grande que sí mismo.
Desde un cantante israelí ignoto para el mundo pero adorado en su pueblo al mayor ícono de la música popular de todos los tiempos; del Presidente de una pequeña y muy democrática República al este del río Uruguay a un ídolo de masas de la gran República Argentina que deslumbró al mundo. Por estos hechos luctuosos han estado signados estos días. La memoria parece activarse de inmediato, los flashback de nuestras vidas atravesadas por la suya. Sea que fueran cercanos, o sea que no, al momento de caer la última hoja en su calendario (la cita es de un muy temprano Serrat) todo parece igualarse y confundirse porque no hablamos sólo de sus vidas y la circunstancia de sus muertes, sino de la nuestra y la circunstancia de nuestra existencia.
Por cada uno de ellos, recordados y celebrados, cuyo legado será perpetuado por buenas causas y otras no tanto, hay cientos de miles de anónimos sepultados cuya memoria vive en unas pocas, contadas personas para quienes su paso por la vida no fue un cruce sino un camino en común. Esos son los recuerdos más difíciles de plasmar, el mérito de los grandes artistas, inspirados en su pérdida. Uno quisiera, en tiempo de pandemia y plaga, que estas figuras universales también inspiren y unan a las multitudes que supieron amarlas. De eso tratan las efemérides.