De Legados y otras Reflexiones

La reciente y repentina muerte del Rabino Jonathan Sacks ha dejado sin voz  a cientos de miles de judíos en todo el mundo que seguían su articulado, profundo, y amablemente británico relato del ser judío. Cuando estos grandes pensadores desaparecen físicamente dejan en primer lugar un vacío en su familia y en sus círculos más íntimos; en eso no son diferentes a cualquier pérdida. La trascendencia, sin embargo, deviene de su discurso, ahora acallado para siempre, pero no enmudecido; porque si bien nos veremos privados de nuevas propuestas, han dejado un legado al que podemos volver para inspirarnos e iluminarnos; una y otra vez. Ese es el mérito de un gran intelectual: más allá de su breve epitafio, si lo hay, yace su obra.

No puedo jactarme de ser uno de aquellos que seguían el relato de Sacks, pero soy consciente y he percibido la influencia de su paso por Montevideo en 2013, que resuena hasta hoy en la memoria de la mayoría de nuestra comunidad. También aquí dejó su huella y es un privilegio que así fuera. Su mirada universalista y compasiva desde un judaísmo profundo y comprometido, así como su locuacidad y su capacidad de vincularse dieron al mundo, como alguien supo decir, un judaísmo para todas las estaciones. El Rab Sacks era el interlocutor judío válido en cualquier contexto.

Su prematura muerte me ha hecho pensar acerca de la pérdida de voces como la suya, voces que encarnan lo que muchos no pueden o no saben decir. Cuando surge un intelectual de esta talla, muchos de nosotros reconocemos en ellos las preguntas que nos hacemos, los desvelos que nos motivan, los ideales que nos inspiran. Tener la capacidad de hablar por voces anónimas es un desafío, una responsabilidad, pero sobre todo una bendición; porque es hablarle al corazón de la gente. Es conectar entre lo humano y lo inefable. Es, casi, profético.

Mis dos “voces” judías que siento hablan por mí son, entre otros pero sobre todo, Oz y Hartman. Cito sólo los apellidos porque en ambos casos tenemos el privilegio que sus hijos se hayan hecho cargo de su legado, cada uno a su manera y en su campo de acción. Más allá de la obra que dejan, todavía vive su genealogía tanto biológica como intelectual. En el caso de Amos Oz Z’L su hija Fania es muchas veces su portavoz; en el caso de David Hartman Z’L es su hijo Donniel, como director del Shalom Hartman Institute (SHI) que su padre fundó, quién recoge el guante. Estamos de acuerdo, sin embargo que escuchar a los hijos no sustituye escuchar a sus padres. Son voces nuevas, otra generación, y este es un tiempo al que sus padres no debieron enfrentarse.

David Hartman murió en febrero de 2013 a los 81 años, tras un pronunciado deterioro de su salud. Si bien no fue sorpresiva o inesperada, su muerte fue tan prematura como la de Sacks u Oz; con un poco de suerte, a los ochenta un intelectual todavía puede producir su mejor obra. Tuve el privilegio de escucharlo en tres oportunidades en 2009, 2010, y 2011 en Jerusalém, y cada vez resultó ser una experiencia más enriquecedora que la anterior. No por ser la última, la de 2011 fue especialmente significativa porque me acompañó mi hijo; ¿qué más puede legarle uno a un hijo que el discurso que habla por uno y lo dice tanto mejor?

David Hartman, su hijo Donniel, y el staff del SHI se convirtieron para mí desde aquellos años si no en una revelación, en una voz reveladora. En ellos encontré, como tantos han sabido encontrar en Sacks, el lenguaje con el cual yo quería abordar lo judío: qué nos constituye; cómo actuamos; cómo resolvemos los grandes temas que nos toca atravesar; cómo las fuentes nos dan, si no respuestas, al menos señales acerca del rumbo a seguir.  Su repetido latiguillo “just give plain Kosher”, no por repetido, confirmaba, año a año, que lo esencial del judaísmo no yace en su detalle sino en su esencia, no en lo que nos divide sino en los que nos une. El paso de los años ha demostrado que el mensaje de Hartman se mantiene vigente, sobre todo en vista de la creciente tribalización y fanatismo que permean al pueblo judío en todas sus variantes; no por ser Reformista o Laico se es más liberal.

Amos Oz murió en diciembre de 2018 a los 79 años de edad. Su muerte sí fue inesperada (al menos para muchos), y sin duda fue demasiado prematura. Lo demuestra su última conferencia en la Universidad de Tel-Aviv en Junio ese mismo año (https://youtu.be/rwrW71Q3Z8U), llena de ironía, realismo, y esperanza.

¿Cómo escuchar hoy, más de dos años después, su referencia a aquel “que camina entre nosotros pero aun no sabe, ni él ni nosotros, que será él quien llegue a un acuerdo de paz”, en el contexto de los Acuerdos de Abraham? No importa que “La Paz” hoy se llame “normalización”, ni que el que “camina entre nosotros” sea Netanyahu o Trump o Kushner, no importa nada, sólo la imagen, casi mesiánica (digo casi para no ofender a quienes creen honestamente en el Mashiaj), de la esperanza. Pasaron sólo dos años, el escenario es otro. Acaso aún falte lo que él llamó “el lenguaje de curar heridas” por sobre el prevalente lenguaje un tanto pragmático y comercial. Amos Oz nos habló de esperanza.

Pero sobre todo, nos faltará el Amos Oz escritor. Sus personajes complejos y torturados; las epifanías de felicidad y esperanza;  Jerusalém revivida en sus inviernos, sus piedras, su oscuridad; su kibutz habitado por seres solitarios y rodeado de aldeas árabes abandonadas y chacales aullantes; la feroz sátira costumbrista; el crudo revisionismo histórico; los grandes dilemas éticos en torno a las causas y la traición; y esa precaria noción de lo judío implantado en una tierra levantina y hostil. ¿Quién nos contará esas historias?

Cuando “cayó la última hoja en su calendario” (la cita es de Serrat), estos grandes judíos, enormes personalidades, nos han dejado aparentemente mudos; pero, parafraseando a León Felipe, “nos han dejado la canción”. Sacks, Oz, Hartman, son sólo algunos de muchos grandes judíos que han construido la “genealogía de la palabra” que muchos de nosotros sentimos que nos sostiene, nos justifica, nos da razón de ser. Su legado nos pertenece a todos. Siempre estamos a tiempo que aparezca una nueva voz que nos articule como Sacks, nos desafíe como Hartman, y nos conmueva como Oz. Entre todas las voces que se atraviesan se sigue construyendo este relato de vida y esperanza: Judaísmo.

En memoria del Gran Rabino Lord Jonathan Sacks Z’L