Trovadores Judíos
El pasado 7 de noviembre se cumplieron cuatro años del fallecimiento del cantautor canadiense Leonard Cohen (Z’L), a los ochenta y dos años de edad. Ese mismo año el cantautor estadounidense Bob Dylan había sido galardonado el Premio Nobel de Literatura. Cohen, que había ganado el premio Príncipe de Asturias en 2011, se despidió de la vida en un sueño, como diciendo: no será en esta generación que otro poeta popular lo vuelva a recibir. Recuerdo que cuando sucedieron estos hechos pensé para mí: podía haberlo ganado cualquiera, pero Dylan fue siempre más popular, más masivo, y más universal. Como sea, el homenaje a la cultura “no culta” estaba hecho, y ha sido ubicada en el pedestal que largamente tenía ganado.
Una cosa, entre varias, que estos dos artistas tienen en común es su identidad: ambos son inequívocamente judíos. Sus nombres lo delatan, pero ellos nunca lo negaron. Tal vez Dylan (Robert Zimmerman) haya hecho un recorrido más de ida que de vuelta, a diferencia de Cohen, pero su herencia judía, su genealogía de la palabra, usando el término acuñado por Fania y Amos Oz (Z’L), es indiscutible. A ellos sumo también a Paul Simon, acaso de menor talla poética pero por momentos mucho más popular que sus colegas; tampoco Simon, y por si fuera poco “Simon & Garfunkel”, pueden negar su origen. En cualquiera de los tres, está presente en muchas de sus letras.
Se podría realizar un trabajo exhaustivo, casi una tesis, acerca de la poética judía en cada uno de ellos. Me atrevo a creer que nos sorprenderíamos. Baste por hoy señalar algunos versos suyos cuyo contenido judío resulta no sólo indiscutible sino absolutamente indispensable como recurso significante.
En el caso de Leonard Cohen, su “Haleluya” adquiere mayor popularidad cuanto más versionado es; sin embargo, pocos se han detenido en su letra, que recrea la pasión del Rey David por la música, la poesía, y Betsavé. Ni que decir su tema póstumo, “You want it darker”, o su conmovedora versión de la plegaria “Unetané Tokef” en “Who by fire”.
Mucho menos obvios son Simon o Dylan.
En el primero, su opera prima, “The Sounds of Silence”, está lleno de voces proféticas y dioses de neón y multitudes perdidas, como los Hijos de Israel al pie del Monte Sinai. Muchos años después, su “American Tune” parece una letanía de lamento judío meciéndose en la poderosa imagen de las naves que nos transportan a mejores puertos; en definitiva, El Éxodo, aunque sea el de los Peregrinos que fundaron la colonia o los astronautas que llegan a La Luna.
Dylan irrumpió en la escena artística neoyorkina cantando que “la respuesta, mi amigo, está volando en el viento”, algo no muy ajeno a “No están en el cielo para alcanzarlos… Tampoco están del otro lado del mar… La palabra está muy cerca de ti, en tu boca, en tu corazón…” (Deuteronomio 30:12-14). No escatimó recursos poéticos en su inquietante “A Hard Rain is Gonna Fall” con sus imágenes del Diluvio y el caos de Babel y decenas de alusiones más.
A veces es bueno reconocerse aun en aquello donde parecemos diluirnos.
Ianai Silberstein