Rabin 25 Años

Se ha escrito tanto acerca de Itzjak Rabin Z’L que resulta difícil encontrar un nuevo ángulo bajo el cual abordar un nuevo aniversario de su asesinato. Por lo cual quisiera recordarlo a través de aquellos momentos en que mi vida se cruzó con la suya. Aun los más grandes mitos tienen su dimensión humana y su dimensión personal, más allá de su ascendencia simbólica como el signo en que se transforman. La imagen de Rabin asociada con el concepto casi lírico de “La Paz” es tan icónica como la de Herzl mirando desde el balcón. En los hechos, con toda su portentosa imaginación, Herzl estaba muy lejos de la realidad en el terreno, y Rabin en definitiva no pudo ver, mucho menos incidir en aquellos acuerdos que firmó. En suma, una cosa es el mito, otra la Historia sobre la cual se sostiene.

La imagen del Rabin pacifista que embandera casi toda institución judía, en especial las juveniles y educativas, trajeado, paternal, contrasta la de aquella famosa foto con Moshe Dayan y Uzi Narkiss entrando en Jerusalém en 1967. La conducción de la Guerra de los Seis Días, de cuyo triunfo fulminante fue artífice como Jefe del Estado Mayor del Ejército (Ramatcal), fue su último acto como militar. En 1968 asume como embajador en los EEUU e inicia su carrera política.

En febrero de 1972 visité por primera vez Israel junto con mi familia. Incluyó mi única visita a la Kneset. Ese día estaba jurando como Ministro de Comercio el Rabin que nuestra generación se acostumbró a ver: el político, que poco después, Guerra de Iom Kipur mediante, lo llevó al cargo de Primer Ministro en lugar de la renunciante Golda Meir. Recuerdo vívidamente la sesión y el discurso de aceptación de Rabin. Creo que fue mi primera experiencia viendo democracia en acción cuando al año siguiente se instaló la Dictadura en Uruguay.

En 1977 fui testigo de cómo el Partido Laborista perdía por primera vez el gobierno a manos del Likud de Menajem Beguin. El detalle es que el “perdedor” fue Shimon Peres; Rabin había renunciado por un “escándalo” en torno a una cuenta en dólares en el exterior. Si Peres fue un “perdedor” hasta que finalmente alcanza la Presidencia y le da al cargo un brillo y una trascendencia desconocidas hasta entonces, Rabin fue siempre un ganador: en 1948 (Independencia), en 1956 (Sinaí), 1967 (6 Días), y políticamente en 1992 cuando el Laborismo recupera, por última vez, el gobierno. Por supuesto, y es paradójico en un militar vocacional y brillante, sus momentos más gloriosos son los apretones de mano con Arafat en 1993 y con Hussein en 1994. Ese es el Rabin que ha trascendido.

Visto el paso del tiempo, cabe preguntarse qué hechos han influido más en la historia de Israel: ¿la Guerra de los Seis Días de la que fue artífice, o los Tratados de Paz que admitió firmar por la insistencia de Peres? Si estos últimos construyeron el mito Rabin, el primero queda inscripto en los anales de la historia y el análisis de sus consecuencias. Los mitos de 1967 no pasan por Rabin; en todo caso, pasan por tres oficiales paracaidistas frente al Muro de los Lamentos, momento inmortalizado por una foto magistral. A su vez, su asesinato hace hoy veinticinco años le ahorró a Rabin la 2ª Intifada (2000) que echó por la borda los acuerdos de Oslo; su apretón de manos con Arafat no simbolizó paz sino que, a la luz de la 2ª Intifada, traición. El mito, sin embargo, ya estaba instalado.

La plaza o explanada donde fue asesinado Rabin pasó a llevar su nombre, cuando antes había sido la “Plaza de los Reyes de Israel”. Podríamos discutir acerca de la pertinencia de la “realeza” en el seno del pueblo judío; ya desde los tiempos bíblicos la monarquía fue problemática. Cuando hoy el sistema democrático israelí está altamente comprometido, es bueno recordar que somos un pueblo de profetas, no de reyes. Rabin fue asociado con los primeros; hoy Netanyhau está asociado con los segundos, con todo lo que esto sugiere o implica.

Superada esta digresión, es bueno recordar que Rabin cae baleado al final de una manifestación en pro de la paz, una manifestación política de un sector por entonces muy fuerte en Israel, Paz Ahora. La plaza que lleva su nombre ha sido desde siempre un lugar de encuentros y manifestaciones, una plaza literalmente pública y democrática en el centro de la ciudad cosmopolita de Israel, Tel-Aviv. El disparo que mató a Rabin por la espalda podía ser así y sólo así: traicionero, mezquino, fanático, fundamentalista, y reñido con los valores que siempre transitaron ese espacio. Quien no fue muerto en batalla habiendo sido un militar de elite, fue asesinado a traición en medio de una muchedumbre. Con ese repentino adiós a Rabin (Shalom Javer, dijo Clinton) Israel empezó a despedirse para siempre de una época.

En 2005 estuvimos con mis hijos en Israel. Un viernes, con el tránsito ya más escaso, salimos a dar un paseo por Tel-Aviv, a desandar caminos que supe recorrer en mis días de estudiante en los años setenta. Mi hija, con dieciséis años y tu todo su fervor juvenil al servicio de la causa sionista-pacifista, pidió para peregrinar al memorial de Rabin en “su” plaza. En la medida que nos acercábamos, nos deteníamos, leíamos los grafiti, y nos embargaba la emoción de mi hija, me di cuenta que ese espacio tenía para ella otro significado que para mí. Lo que había sido un paseo post-Shabat, un espacio de encuentros personales y entrañables, un recorrido desde Ibn Gvirol hacia Sderot Rostchild, en suma, un espacio urbano vecinal y amigable, mi barrio, para mi hija era un símbolo: su judaísmo, su identificación, su causa.

Históricamente es difícil decir qué le debemos a Rabin a veinticinco años de su asesinato. La realidad que se impuso después de 1967 generó una situación sin precedentes en la historia del pueblo judío (la “Ocupación”); los Acuerdos de Oslo desembocaron en la 2ª Intifada. Más que “paz”, hoy hablamos de “normalización” mientras los palestinos quedaron fuera de la conversación, el problema moral y de seguridad de Israel en relación a ellos persiste, y ha prevalecido el criterio pragmático, militar, por sobre cualquier idealismo: es el poderío militar y económico del Estado de Israel el que trajo los Acuerdos de Abraham.

Pero desde un punto de vista personal, a Rabin y su trágico asesinato les debemos el idealismo y los valores de varias generaciones de nuestros hijos, y seguramente de nuestros nietos. Los judíos tenemos una tendencia compulsiva de aferrarnos a mitos; es la forma que hemos sabido subsistir. Si el Rey David sigue representando un valor supremo como líder de Israel, no me cabe duda que el Rabin simbólico se instaló para quedarse. En tiempos de tanto escepticismo acerca de valores e ideales, Rabin sigue representando lo mejor de Israel. Los judíos del mundo hacemos bien en aferrarnos a su legado, como sea que queramos entenderlo.