País “blue”: una realidad esquizofrénica

Diana Sperling, Clarín, 25 de octubre de 2020

No solo el dólar: toda la realidad argentina parece configurada en forma esquizofrénica. La moneda estadounidense parece tener un valor, pero en realidad tiene otro. Lo que parece no es. Lo que es, no (a)parece. El presidente es a la política lo que el dólar oficial a la economía, y la vicepresidente, al dólar blue.

¿Cuál es el término verdadero, el que manda y rige? La palabra “oficial” pasa a significar lo inverso: “falso, engañoso, aparente”. Espejitos de colores. Del mismo modo, un funcionario dice en la ONU que en Venezuela no se respetan los derechos humanos y otro funcionario (o el mismo), horas después, dice lo contrario. La Oficina anticorrupción se retira como querellante de las causas que debe investigar -esa es su función, y los argentinos la pagamos con nuestros impuestos- porque “no tienen recursos”, mientras se promueve una reforma judicial que insumiría millones de pesos en un país quebrado. Pero es cierto: no tienen recursos. Morales, éticos. Insumos que escasean más que el dinero. Se anuncia con bombos y platillos la fabricación nacional de tests de Covid-19 que nunca llegan a producirse y desaparecen en la nube del olvido.

La Constitución que rige nuestra vida republicana consagra la inviolabilidad de la propiedad privada; grupos de “rebeldes” se atribuyen el derecho a pasar por encima de la Carta Magna y armar sus propias normativas. Pero eso sí: reclaman que se respeten sus derechos “ancestrales”. Pedir que se honren los derechos cuando se atropella la institución suprema que los establece es loco o hipócrita. La propiedad privada es arrasada en un caso, reivindicada en otro. Según la conveniencia y los intereses coyunturales de funcionarios, dirigentes o punteros de ocasión.

Que los derechos puedan ser torcidos a piacere no solo es una paradoja: es una distorsión gravísima que arroja toda legalidad al limbo del “todo vale”. Y por lo tanto, nada vale. Pésima y berreta interpretación de lo que Kant llamó autonomía. Para el pensador de Konigsberg, no se trata de que cada uno hace su propia ley, sino de que el sujeto responsable “acoge la Ley en su propia voluntad”. Lo que actualmente sucede es -en términos del jurista Legendre- un “autoservicio normativo”, una manipulación caprichosa y egoísta de las leyes que, por definición, no pertenecen a nadie y nadie puede manejar a su arbitrio. Porque la ley consiste, precisamente, en eso: distribuye y acota el poder, impide el dominio del más fuerte, destituye toda pretensión de omnipotencia. La custodia de esta función esencial a la democracia es el blasón de la Corte Suprema.

Si ella incumple tal misión, todo el edificio de la polis se desmorona. Y cito la polis porque los griegos, al fundarla, pusieron como cimientos de su estructura dos términos: la ley y la verdad. No puede regir la una sin la otra. No son elementos independientes que se yuxtaponen, sino dos hebras del mismo tejido. Qué pasa entonces en una sociedad cuando lo que parece no es, y lo que es no parece? Lo que está en juego, en efecto, es la verdad. Lo que queda destituido es el contrato social porque, según dice Moustapha Safouan, la construcción de una sociedad humana tiene, como una de sus condiciones ineliminables, la referencia de la palabra a la verdad. Sin esa confianza en el decir del otro, sin esa buena fe compartida, no hay ni puede haber crédito.

Sí, el de la economía, pero no solo: porque el término viene de credere. Creer, la actitud más elemental que permite la vida, la convivencia, la sociabilidad, las relaciones. Desde Platón en adelante se sabe que la “normalización” de la mentira y el imperio del engaño son vías seguras hacia la debacle. Donde la verdad se devalúa, la moneda sufrirá el mismo destino. De la cotización de una dependerá la de la otra. No por nada, a ambas les cabe la categoría de “valor”. La tan mentada y reclamada confianza, factor imprescindible para cualquier proyecto de crecimiento, no puede aparecer por arte de magia ni declaraciones voluntaristas. Requiere condiciones precisas. En un país blue esas condiciones están ausentes; y su ausencia pinta el futuro no de azul cielo, sino de colores mucho más sombríos.