Pandemia Vigente
Hoy un avión sobrevoló Montevideo. Hasta marzo, la rutina era constante: con ese ritmo que sólo Montevideo puede ofrecer, como los peces que van picando en la Rambla, los aviones, cada tanto, maniobraban sobre la ciudad para entrar desde el Oeste al Este en el aeropuerto de Carrasco. Uno podía oír rugir los motores y tenía el privilegio de verlo perderse tras el horizonte de azoteas hacia Carrasco. Hoy, el arribo o partida de un avión es el secreto mejor guardado del país. Todo el acto está rodeado de silencio, asepsia, anonimato; ¿quién puede reconocer a alguien detrás de los barbijos? Por eso hoy el avión de Iberia que maniobró en un cielo celeste como la ilusión tuvo algo de atrevido, algo de impulso reprimido: ver una cierta normalidad bajar del cielo a la tierra. El problema es que la tierra aun no está pronta.
Las traducciones de Génesis 1:2 hablan de vacío y desolación, pero el término en el hebreo original también denota caos. Cuando acuñamos el término “nueva normalidad” en realidad no sabemos cuál de los dos componentes pesará más: si lo normal o lo nuevo. Si es normal, ¿puede ser nuevo? Esta suerte de oxímoron disfrazado oculta el miedo, la incertidumbre, y la ignorancia. De alguna manera, y aunque suene cursi si pensamos en Alejandro Lerner, se trata de “volver a empezar”.
Cuando el mundo se fue deteniendo progresivamente en el primer cuatrimestre del año difícilmente imagináramos que estaríamos, una y otra vez, volviendo a separar los tantos para ordenar la realidad; tal como hace Dios en la versión bíblica de la creación del mundo. “Así está el mundo, amigos” solía decir Jorge Traverso al cerrar el informativo central de la noche: cada país, cada región, cada ciudad, cada distrito, cada barrio, tratando de hallar orden en el caos pandémico que nos toca atravesar. A la inversa de lo que dice su sucesora en ese mismo informativo, mañana NO es hoy; mañana es profunda y solamente mañana: incógnita.
Uno de los problemas de la pandemia del Covid19 es precisamente su omnipresencia. Esta semana un médico nos decía que esta es una experiencia de una vez por siglo; la regla se cumple si nos remontamos a la fiebre española de principios del siglo XX. Sin embargo, es el nivel de conectividad lo que globaliza aun más su percepción. No podemos negar el efecto devastador de la fiebre española, pero sin duda en aquel momento cada individuo sabía de aquellos más próximos. Nadie podía llevar una cuenta global exacta y simultánea. Se supo que era pandemia, pero en un mundo donde todavía no volaban aviones mal podía uno sentir que la humanidad había sido jaqueada; como ha sucedido este 2020.
En este contexto, en que me maravilla un avión sobre el firmamento celeste de mi ciudad, uno cae presa de sus obsesiones, conscientes o no. Para los judíos ha terminado el mes de Tishrei con su sucesión de festividades, ritos, rezos, y (normalmente) reuniones en comunidad. Todo eso ha terminado, pero la pandemia sigue ahí. Permea nuestra realidad por menos excepcional que sea. Vendrán las lluvias, como se espera en el calendario hebreo en estas épocas, y con ellas la alegría, pero ninguna lluvia lavará el virus, así como el calor, en estas latitudes, no lo matará. Por ahora, seguiremos mirando el mundo desde casa, restringiendo la entrada y salida, cuidando con quién nos juntamos y dónde, tapándonos el rostro, manteniendo distancia. Por ahora, todo lo que pensemos o queramos expresar estará fatalmente atravesado por la pandemia. Este nuevo principio será un poco más lento que el Génesis.