La Ley del Retorno y las Comunidades «Emergentes»

La Coyuntura

Mientras “normalizamos” las relaciones con (algunos de) nuestros vecinos, la normalidad interna del Estado de Israel y su sociedad parecen responder a una lógica que, por decirlo delicadamente, es confusa y aleatoria, y por otro lado puede llegar a ser perversa, anacrónica, fundamentalista, y hasta racista. Mientras Israel y el mundo judío (y Donald Trump, Mike Pompeo, y la Convención Republicana) celebran el anunciado pero aun no firmado acuerdo entre los EAU e Israel, en los pasillos de la burocracia y la Kneset israelí se tejen intrigas palaciegas cuya única consecuencia, en el corto plazo, es la profundización del deterioro de las relaciones entre Israel y la Diáspora.

Cuando se habla de este tema se piensa principalmente en los judíos de los EEUU por su cantidad y su poder económico, por más que su realidad es muy suya y no responde necesariamente a la del resto de los judíos del mundo. Sin embargo, los movimientos político-demográficos de esta semana apuntan a otras latitudes: las llamadas “comunidades judías emergentes”, que están mayormente radicadas en América Central y el norte de América del Sur. Tema que por cierto me excede y sobre el cual prefiero no opinar, al menos no con propiedad y conocimiento profundo. Al mismo tiempo, el diputado líder de Tekuma, partido que pertenece a la “alianza de Derecha”, Betzalel Smotrich, ha propuesto enmendar la Ley Fundamental del Retorno de modo que sólo hijos de un progenitor judío tengan derecho a ampararse en dicha ley para ser ciudadanos israelíes.

Detrás de la gran alianza Netanyahu-Gantz se esconden treinta y seis ministerios y sus respectivos organigramas con lo cual la perversión burocrática, que de por sí existe en el Estado (cualquier Estado), en Israel puede incidir profundamente en la vida de las personas. Que el Ministerio del Interior, nada menos, que controla el aspecto “identitario” de la población, esté en manos de Shas y que el Ministro sea Arye Deri, da la pauta de todo lo que podría suceder; que está sucediendo. El tema de las comunidades judías emergentes no aparece por nada; es una forma de cortar grueso a la que han accedido corrientes ultra-ortodoxas que creen profundamente en la pureza racial y que además tienen una resistencia feroz a aceptar diferentes formas de ser y vivir lo judío; aun respecto de corrientes igualmente fundamentalistas pero de otros orígenes. Imaginemos lo que significa para ellos judíos de color o con fuentes parciales o criterios halájicos diferentes. Su presencia en Israel y su eventual crecimiento demográfico suponen para ellos una amenaza.

De igual modo, la cantidad de inmigrantes que llegaron de la Unión Soviética amparados por una Ley de Retorno basada en UN abuelo judío, o la cantidad de inmigrantes que actualmente llegan amparados en esta ley, cuyos vínculos con el judaísmo son una incógnita, también suponen una amenaza para puristas como Smotrich, que por otra parte ha hecho propuestas respecto de árabes y beduinos a lo largo de su carrera política que no pueden llamarse de otra manera que “apartheid”.

El Asunto

Si cambiamos la palabra “amenaza”, tal como entiendo que es vista por estas facciones políticas, por la palabra “problema”, creo que podemos ver el tema en forma desapasionada, más humana, más judía, y más creativa. Como siempre he sostenido, el sistema político de Israel es quien soluciona los temas internos de Israel, lo cual puede gustarnos más o menos, podemos opinar más o menos, podemos incidir más o menos (mucho menos que más). Sin embargo, discutir estos temas hace a nuestro propio judaísmo, a la dinámica de nuestras propias comunidades, a cuestiones centrales que han ocupado al mundo judío desde siempre. En este caso es claro que el asunto que se ha vuelto a poner sobre la mesa es “quién es judío”. O, en términos del Shalom Hartman Institute de Jerusalém, “qué constituye/hace a un judío”, “what is a Jew?”

Parafraseando la mirada sobre la pandemia del rabino Donniel Hartman: el problema es global, las soluciones son locales. Qué, quién, cómo se es judío es un problema universal del judaísmo; uno es judío en función de la comunidad a la que pertenece (“un converso es tan judío como la comunidad en la que se ha convertido” decía un sitio web sobre el tema). En esta simple máxima podemos entender buena parte de los problemas que encuentran los judíos por elección que emigran a Israel: su conversión era válida y funcional en la comunidad donde la hicieron, pero “hace ruido” en otras comunidades, más con un Rabinato central y politizado. Como sea, Israel deberá resolver, o postergar, estos asuntos hasta que el sistema político decida resolverlos. Así como ha quedado en suspenso el tan discutido tema del Muro de los Lamentos “liberal” en contraste con el ortodoxo.

Cuando emergen estos asuntos en la discusión pública judía en Israel y repercute en el mundo judío, vale la pena apelar a dos conceptos acuñados por dos académicos de mi preferencia y que entiendo permiten entender la profunda y compleja dinámica en la que como judíos vivimos; más aún como judíos del siglo XXI, con la existencia del Estado de Israel, y, aun con antisemitismo en las redes, un nivel de integración al mundo sin precedentes en la historia. En primer lugar vuelvo a Donniel Hartman y su idea de “judío de Génesis” y “judío de Éxodo”, y en segundo lugar apelo a la expresión “genealogía de la palabra” acuñada por la Prof. Dr. Fania Oz-Zalsberger y su padre Amos Oz Z’L en su libro “Los Judíos y las Palabras”.

“Judío de Génesis” supone judío definido por nacimiento y pertenencia a una familia, tal como surge del pacto con Abraham; “judío de Éxodo” supone judío definido por el pacto de Sinai, cuando además de haber sido “separados” entre las naciones, pactamos obligaciones y asumimos las consecuencias de nuestras elecciones. La dinámica entre estos dos conceptos permite entender y congeniar infinitas opciones de ser judío: sean las dos a la vez, una de ellas, o cualquier otra variable. Serían como dos ejes sobre los cuales tendríamos que ubicarnos.

La “genealogía de la palabra” de los Oz supone ignorar, por irrelevante, la genealogía biológica en aras de una genealogía que también podríamos llamar del relato o la narrativa. Si de alguna manera nos insertamos en ella, estamos ejercitando nuestra identidad judía. Sean cuentos jasídicos, la epopeya macabea, recetas de la abuela, o simplemente recuerdos de la infancia, es el discurso, la memoria, las que nos hace judíos por encima de el mayor o menor grado de consanguinidad con algún antepasado judío. No que yo adhiera a Smotrich, pero cuando él duda del vínculo con lo judío de algunos inmigrantes, además de discriminar por genética, está poniendo el dedo en la llaga por la genealogía del relato. No es un tema menor. Un apellido judío, en mi opinión, no hace a un judío.

La Alternativa

Por todo esto, y frente a estas movidas en la política israelí, cuyo resultado veremos en los próximos tiempos, más allá de la posición que adoptemos frente a las comunidades de Iquitos u otros rincones del mundo, en toda su singularidad y con todas sus consecuencias (positivas y eventualmente no tanto), me parece más relevante discutir el marco teórico respecto a la identidad judía que la situación concreta de algunas comunidades. Esto último es en definitiva un tema político, de poder, y de recursos (especialmente humanos). La eventual enmienda a la Ley de Retorno, por otro lado, tiene otras implicancias: desplaza la Shoá como fuente de identidad judía (la Ley está basada en las leyes nazis de Nuremberg), pero también reduce abruptamente la “elegibilidad” para pertenecer. No se trata de comunidades sino de individuos.

En lo personal, inequívocamente adhiero a un criterio que priorice el relato por sobre la genética, el compromiso y la pertenencia por sobre la genealogía. En este sentido, me preocupan más los “judíos de Génesis” que no superan esta etapa de mera pertenencia biológica, por incuestionable que sea. El judaísmo no ha sobrevivido, sea en Europa Central o en la selva amazónica, por la pertenencia genética sino por la construcción del relato. Más que mirar quiénes están dentro y quienes fuera, deberíamos mirar dentro nuestro, que tan judía es nuestra conversación cotidiana.