La crisis de identidad de Netanyahu
Donniel Hartman, The Times of Israel, 25 de agosto de 2020
Israel está subido a una montaña rusa, porque nuestro primer ministro está atravesando una crisis de identidad. ¿Es él quien sirve a los intereses del pueblo o es el pueblo que sirve a los suyos personales? ¿Es uno de los líderes más importantes de Israel o uno de sus políticos más mezquinos?
Con el anuncio del acuerdo de paz con los Emiratos Árabes Unidos, vimos uno de los aspectos de Benjamín Netanyahu. A lo largo de su carrera como primer ministro, sus políticas exteriores y militares han reflejado profundos instintos de centro y moderados. Utiliza la guerra como último recurso absoluto y solo en el grado limitado que sea necesario. Para Netanyahu, la fuerza militar no es una herramienta para lograr fines políticos. Busca la paz, pero con cautela. Si aparece una oportunidad sobre la mesa – ya sea por iniciativa propia o ajena – la acepta, incluso a costa de sus intereses políticos.
Esta estrategia está en marcado contraste con su retórica política. Netanyahu, el político, habla en términos dicotómicos, yuxtaponiéndonos a ellos y enfatiza regularmente la soledad y la alteridad de Israel, argumentando quela supervivencia depende de nuestro poder y de nuestra destreza militar y no de la buena voluntad de los demás ni de nuestra capacidad para construir puentes de paz. Las basesen las que se apoya están directamente relacionadas con esta retórica, ya que a los israelíes les cuadra su evaluación “realista” del Medio Oriente y confían en ella, a la vez que tienen poca fe en aspiraciones utópicas como las de ShimonPeres.
Sin embargo, al mismo tiempo, cuando se presentó la oportunidad de continuar las discusiones de paz con los palestinos en el contexto del Acuerdo de Wye, cedió el control del 13% de Judea y Samaria a la Autoridad Palestina, incluida la mayor parte de Hebrón. A lo largo de los años, dejando de lado sus pronunciamientos, impuso estrictas restricciones a la construcción de nuevos asentamientos en un grado mucho mayor que los gobiernos de izquierda. Al responder a los ataques con misiles de Hamas desde Gaza, y a pesar de sus proclamas, negocia y utiliza regularmente la mínima fuerza militar posible. Si una operación terrestre es inevitable, la concluye lo antes posible, incluso cuando sus bases lo empujan a seguir luchando. Ahora, en un movimiento audaz, elimina la anexión – suprincipal iniciativa política durante el último año – dela mesa y asume un nuevo horizonte político para Israel y los israelíes. El acuerdo con los Emiratos Árabes Unidos desmiente su mensaje central de la “soledad” de Israel y reactiva el compromiso de los israelíes con la paz y enciende nuestra imaginación sobre las posibilidades de un futuro mejor, en lugar de las profecías de desesperanza y el ciclo inquebrantable de la guerra.
Este es el mejor lado de Netanyahu, el Netanyahu líder y no el Netanyahu político. Netanyahu le da la espalda a sus bases y a su plataforma cuando el bienestar del país y el futuro de Israel así lo exigen. Después del impasse de las tres elecciones, Netanyahu cruzó la frontera partidaria y ofreció una mano de reconciliación a sus adversarios políticos del partido Azul y Blanco. En ese momento, declaró, Israel tenía la necesidad de unirse, sanar sus divisiones y trabajar juntos para superar los desafíos sin precedentes del COVID-19. Sin embargo, una vez que se formó el gobierno de coalición, el Netanyahu estadista desapareció y Bibi, el político, se hizo cargo.
En este momento de crisis personal y financiera y profunda incertidumbre, Israel necesita un líder que establezca una visión de responsabilidad colectiva y actúe como modelo de cuidado y compasión. No se trata simplemente de la búsqueda de Netanyahu de formas de renegar del acuerdo de coalición y del constante regateo sobre formas de poder inmunizarse contra posibles decisiones futuras de la Corte Suprema. Es la ausencia de un líder que ponga a Israel en primer lugar y a sí mismo en segundo lugar. Mientras nos vemos envueltos en una segunda ola de infección por el coronavirus, los israelíes se van de vacaciones por todo el país, haciendo caso omiso del distanciamiento social y del uso de las mascarillas. El dilema político del día es el “derecho” de los jasidim de Breslav a viajar en masa a la tumba del Rebe en Umán para Rosh Hashaná, a pesar de las terribles consecuencias sanitarias que eso tendrá para ellos y para el país. Más de 1.500 nuevas infecciones al día y cientos de muertes al mes no parecen preocuparle mucho al público en general.
La priorización moral de la vida que caracterizó las políticas y el discurso público de Israel durante la primera ola han desaparecido. El llamado a proteger a los mayores quedó atrás. El lenguaje sobre la responsabilidad mutua y la nobleza de actuar como ciudadano ya no se escucha. La exigencia de trascender los intereses sectoriales ya no está presente. Tampoco la humildad para afrontar lo desconocido.
Pero estos valores no se han disipado. No es que los ciudadanos israelíes hayan pasado por una metamorfosis radical. Son nuestros líderes quienes han sucumbido a la mezquindad de sus intereses políticos. Los ciudadanos no irán más alládel interés propio si nuestros políticos no van más alládel suyo. Un gobierno de unidad nacional no se construye sobre la base de un pedazo un papel, ni siquiera si es un acuerdo detallado. Se construye sobre la base de un compromiso moral y cultural con la reconciliación, en pro de un bien mayor. Se alimenta de la promesa de un nuevo discurso hacia aquellos que fueron adversarios políticos. Tiene que ver con renunciar a la perspectiva de la política como un juego de suma cero. Tiene que ver con focalizar nuestras habilidades y recursos colectivos en aquello que es más importante.
Los ciudadanos israelíes responderán cuando tengamos un gobierno de unidad nacional que sirva como una luz para la nación. Bibi insistió en ser el primer ministro inicial en la rotación del gobierno de unidad. Este no es un movimiento político astuto, sino una responsabilidad, una tarea sagrada y un desafío moral. El éxito no se mide por su posibilidad de superar en astucia y neutralizar al neófito Gantz, sino en su posibilidad de curar al país. Es hora de que Netanyahu decida quién quiere ser: un gran líder o un político mezquino.
Traducción: Daniel Rosenthal