Israel, Los Emiratos, y Los Palestinos
Haviv Rettig Gur, The Times of Israel, 18 de agosto de 2020
Los líderes palestinos están trabajando arduamente para dar una respuesta al anuncio de la semana pasada sobre la normalización de los lazos entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Sus opciones son limitadas. El primer ministro Mohammad Shtayyeh tuvo que limitarse a anunciar que Palestina ahora boicotearía la Expo Dubai programada para octubre de 2021. Como se quejó el lunes Mahmoud Habbash, asesor del presidente de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbas, incluso la Liga Árabe y las organizaciones musulmanas multinacionales parecen haberse quedado mudas por el acuerdo.
“¿Es esta la nación árabe?”, preguntó en una entrevista en la televisión palestina, jurando que cualquier árabe que visite Israel en una peregrinación a la mezquita Al-Aqsa será recibido en el lugar sagrado con “los zapatos y la saliva del pueblo de Jerusalén”. El “vergonzoso”silencio del mundo árabe, sostuvo,“demuestra que nos enfrentamos a una conspiración con muchos participantes”.
Hay momentos de profunda frustración que pueden provocar la ira e inspirar teorías de conspiración, pero no es una conspiración lo que ha colocado a los palestinos en una situación de impotencia. Es un reconocimiento demorado desde hace mucho tiempo de uno de los datos más amargos de su situación: el mundo árabe siempre se ha preocupado más por Palestina como un símbolo que por los palestinos como seres humanos. La visión de los israelíes “colonialistas” aplastando a un pueblo árabe débil y desventurado ocupó para muchos pensadores y líderes políticos árabes el lugar de las ansiedades causadas por la debilidad árabe, más importante y más antigua, frente al dominio y al imperialismo turco y europeo. En ninguna caso la debilidad árabe en la era moderna fue objetivizada más visceralmente que en el lento pero aparentemente implacable fracaso de la causa palestina. Es ese simbolismo que Palestina narró sobre sus propias historias e identidades, y no el sufrimiento de los palestinos, lo que hizo del antisemitismo una doctrina mayoritaria, incluso en lugares como Argelia, una nación árabe que no ha visto a un judío durante casi 60 años.
Por lo tanto, no debería sorprender a nadie, y mucho menos a los palestinos, que las fervientes declaraciones de lealtad árabe hacia Palestina nunca se tradujeran en un socorro significativo para los palestinos, ni en Cisjordania y la Franja de Gaza ni para las comunidades de los refugiados y sus descendientes dispersos por toda la región, a quienes se les niega de manera diversa los servicios sociales, la ciudadanía e incluso el derecho a poseer tierras por parte de los países en los que han residido durante siete largas décadas.
El movimiento nacional palestino se encuentra ahora en una encrucijada. No hay duda de que al mundo árabe todavía le importan los palestinos y, a veces, mucho. Sin embargo, la historia palestina ha pasado de representar una historia árabe más amplia a una tragedia que solo afecta a los palestinos y, en ese proceso, perdió el control sobre la formulación de políticas árabes. Los estados del Golfo ricos en petróleo son ahora centros comerciales globales respetados que consideran a Occidente no como un opresor o una civilización competidora, sino como un objetivo para la inversión y una fuente de estabilidad. Las nuevas amenazas que se ciernen sobre el mundo árabe son regionales (Irán, Turquía, facciones islamistas de diversos tipos) o profundamente locales, desde la corrupción hasta las luchas sectoriales. El mundo árabe ha cambiado; no así la narrativa palestina.
Por otro lado, también está la pura insolubilidad del conflicto. No hace falta que a uno le guste Israel para percibir que los aspectos de la política palestina, desde el rechazo de Hamás hasta la corrupción de Fatah, son un obstáculo para la causa palestina. En una entrevista del 26 de julio con Lusail News de Qatar, el líder de Hamás Ismail Haniyeh reveló algo importante sobre la interacción entre las facciones políticas palestinas y el mundo árabe en general. “Las partes, que sabemos que están en la nómina de ciertas superpotencias”– una aparente referencia a los estados ricos del Golfo–“vinieron a nosotros y ofrecieron establecer nuevos proyectos en la Franja de Gaza por una suma de quizás US$ 15 mil millones”, dijo, según una traducción de MEMRI. Esos proyectos incluían el levantamiento del bloqueo egipcio-israelí al territorio asediado, un aeropuerto y un puerto marítimo. “Les dijimos: ‘Eso es genial. Queremos un aeropuerto y un puerto marítimo, y queremos romper el asedio a la Franja de Gaza. Todo eso es una demanda palestina, pero ¿qué se supone que debemos dar a cambio?’“. La respuesta fue: “Quieren que disolvamos las alas militares de las facciones y las incorporemos a la fuerza policial”. “Naturalmente rechazamos por completo esa oferta…Queremos esas cosas porque tenemos derecho a ellas, y no a cambio de renunciar a nuestros principios políticos, nuestra resistencia o nuestras armas”.
El entrevistador preguntó: “¿Cuáles son sus principios políticos?” La respuesta de Haniyeh fue: “No reconoceremos a Israel, Palestina debe extenderse desde el río hasta el mar, el derecho al retorno [debe cumplirse], los prisioneros deben ser puestos en libertad, y un estado palestino totalmente soberano con Jerusalén como su capital debe ser establecido”. Haniyeh no parecía reflexionar seriamente sobre lo que estaba reconociendo. Tiene sentido que las partes ricas del mundo árabe intenten comprar su camino para liberarse del problema palestino, porque ya no resuena como una cuestión de identidad. Aquellos que ahora buscan aliarse con Israel contra Irán o asociarse con el estado judío en cuestiones comerciales y de tecnología están dispuestos a hacer llover sobre los palestinos dinero en efectivo, no para el bienestar de los palestinos, sino para hacer desaparecer el problema político que representan.
La respuesta de Haniyeh a ese deseo fue una simple demanda para la completa desaparición de Israel, una respuesta que probablemente sonó a sus posibles benefactores como una demanda de que todos los beneficios que los estados árabes puedan obtener de una relación con Israel deben estar subordinados a una narrativa palestina con la que ya no se identifican realmente y con las necesidades de las facciones palestinas que ya no respetan. Las ansiedades ideológicas intensas sobre la cuestión palestina hoy en día prácticamente solo se pueden encontrar en la política religiosa islamista. No es casualidad que Hamás encuentre ahora a sus principales patrocinadores en Ankara y Teherán. Para los líderes actuales de Turquía e Irán, la situación palestina simboliza algo importante sobre la reputación y la trayectoria del mundo musulmán. Así, y por el momento, su apoyo está así asegurado, aunque solo poresa parte de la política palestina que alza esa bandera islamista.
La decisión de los emiratíes de normalizar las relaciones con Israel es, por lo tanto, una especie de liberación de la cuestión palestina. Para desesperada frustración de los palestinos, los emiratíes ni siquiera parecen avergonzados por ello.
Sin embargo, en el acuerdo de normalización hay una lección para los palestinos. El príncipe heredero Mohammed bin Zayed Al Nahyan, que negoció el acuerdo desde el lado emiratí, ha demostrado un punto clave sobre el trato con los israelíes, un punto que las facciones palestinas, las que dedican sorprendentemente poco tiempo a estudiar seriamente cómo piensan y sienten los judíos israelíes, aún no han comprendido. Es tan simple que puede parecer caricaturesco: para cambiar el comportamiento de los judíos israelíes, debes convencerlos de que tienen algo que perder.
Una frase como esa es algo peligroso de incluir en las frenéticas argumentaciones palestino-israelíes. Algunos dirán que el poderoso y rico Israel tiene mucho que perder, y que cuanto antes empiece a perderlo, más pronto hará mella en su comportamiento. Otros dirán que la necesidad de poner fin al gobierno militar de Israel sobre otro pueblo es un imperativo moral tan abrumador que todos hablan de refinar la psiquis israelí, incluidos los comentarios simplistas de que “dales algo que perder” equivale a una monstruosa abrogación del sentido moral básico. Una mejor manera de decirlo sería que se debe hacer creer a los israelíes que tienen algo que ganar que podría compensar todo lo que pudieran perder.
Los israelíes – y me disculpo por la generalización, porque hay muchos tipos de israelíes con todo tipo de puntos de vista, pero el término sirve por el momento para describir a la gran mayoría de ellos – enrealidad no creen que la política palestina sea capaz de ofrecerles la paz. Eso no es solo una presunción conveniente: es una suposición real y determinante para la mayoría de los israelíes cuando piensan en el conflicto con los palestinos. Tiene sus raíces en una larga y dolorosa experiencia. Casi todas las retiradas israelíes de las últimas décadas han terminado en oleadas de terrorismo y violencia tan intensas que alteraron fundamentalmente los patrones de votación israelíes. Después de que comenzara la Segunda Intifada en el año 2000, Israel tuvo la participación electoral más baja de su historia. La izquierda no ha ganado una elección desde 1999 debido a los cientos de ataques terroristas que golpearon ciudades israelíes en esa intifada. El debate en el exterior sobre israelíes y palestinos tiende a olvidar el derramamiento de sangre, pero los israelíes no lo han olvidado. El punto aquí no es solo que los palestinos parecen reciprocar a las retiradas territoriales israelíes con una violencia masiva, tanto las de los acuerdos de Oslo en la década de 1990 como la de Gaza en el año 2005. Es que los israelíes ya no creen que una retirada pueda producir otro resultado que no sea una violencia masiva.
Si bien la atención del mundo se centra en Mahmoud Abbas y su compromiso con la cooperación en materia de seguridad con Israel, los israelíes son más propensos a notar que Abbas está en el 14º año de un mandato de cuatro años, y que no convocará elecciones porque sabe que las perderá frente a Hamás. Es decir, mientras Abbas resuena con su tono moderado, Hamás es el futuro. Cualquier vacío político que deje Israel en una nueva retirada será llenado por el grupo terrorista que ya ha transformado a Gaza en el asediado campo de batalla de su guerra ideológica. No ayuda mucho que el movimiento Fatah de Abbas haya respondido al desdibujamiento de la causa palestina tratando de acercarse más a Hamás. Fatah invitó a Hamás a una cumbre especial de liderazgo para el miércoles. Esto no es algo accidental. A la hora de la verdad, Hamás es la única de las dos principales facciones palestinas con una historia significativa que contar sobre la condición palestina.
Hamás considera el conflicto con Israel no como una lucha étnica entre dos pueblos, sino como una versión de la guerra de Argelia contra los colonialistas franceses en los años cincuenta y sesenta. Hamás enseña en sus sermones y aulas que aquella fue una guerra sangrienta, y que cuanto más sangraban los franceses, más rápido se retiraban. Es una narrativa poderosa que aconseja paciencia y fomenta formas especialmente crueles de terrorismo contra los israelíes.
Sin embargo, es una narrativa ciega. Al aferrarse a la interpretación colonialista del conflicto, Hamás ha ignorado algunos datos relevantes sobre los judíos israelíes que deberían haberle hecho cuestionar la sabiduría de su política de beligerancia permanente. Por ejemplo, a diferencia de los argelinos franceses, los judíos israelíes no tienen adónde ir. Y este no es un punto menor. Cuando matas a los hijos de alguien que cree que puede irse, tiende a irse. Las guerras anticoloniales del siglo XX en general fueron exitosas. Pero cuando apuntas a los hijos de alguien que cree que no tiene adónde ir, la respuesta tiende a ser exactamente la contraria. La gente pasa a estar cada vez más decidida a reprimir la violencia y menos dispuesta a ofrecer concesiones que no estén respaldadas por la fuerza de las armas.
Haniyeh rechazó miles de millones en ayuda para Gaza y rechazó el levantamiento del bloqueo, todo al servicio de una estrategia que todavía insiste, como lo explicó explícitamente, en que Israel puede ser desmantelado, que los judíos israelíes, como si fueran los franceses de aquella época, tienen otro lugar al que irse. No se detiene a considerar la posibilidad de que sus oponentes no son franceses, que no tienen adónde ir y que, por lo tanto, su estrategia de guerra permanente tiene más probabilidades de diezmar a Palestina que de dañar a Israel.
A la campaña mundial en favor de los palestinos le gusta pensar que su modelo es la campaña sobre Sudáfrica o el movimiento de los derechos civiles de Estados Unidos. Es una presunción que le permite, como a Haniyeh, eludir cuidadosamente hechos que no encajan con la narrativa. Pero eludir los hechos rara vez produce el resultado deseado. Los israelíes están inmunizados contra los boicots y la vociferante indignación moral por parte de los extranjeros, no porque sean más valientes o quizás más tontos que otros pueblos castigados de manera similar por activistas extranjeros, sino porque ningún boicot, por más feroz que sea, puede generar más presión psicológica que los costos que Hamás ha jurado cobrarle a Israel después de una retirada.
La pregunta de si los israelíes tienen razón en las lecciones que extraen de los fracasos de las retiradas pasadas es válida, pero el punto aquí es más simple: esas lecciones son lo que ahora se interpone en el camino de la independencia palestina. El obstáculo más obstinado para esa independencia es la certeza de los judíos israelíes, justificada o no, de que sus únicas ganancias con más retiradas sólo serán violencia y dolor y, por lo tanto, tienen poco que perder, hablando en términos relativos, si se niegan a hacerlo.
Y luego vinieron los emiratíes. Una fascinante encuesta dominical realizada por Direct Polls para el Canal 12 reveló el efecto dramático en la opinión y la política israelíes que podría significar una pizca de esperanza. Cuando se les preguntó explícitamente si preferían el acuerdo de normalización con los Emiratos Árabes Unidos a la anexión prometida por el primer ministro Benjamin Netanyahu en Cisjordania (los emiratíes condicionaron el acuerdo a detener la anexión), el 77% de los israelíes prefirió el acuerdo de paz con los Emiratos Árabes Unidos. Solo el 16,5% se declaró a favor de la anexión. Incluso entre los que se describen a sí mismos como derechistas, o sea el electorado de Netanyahu, el acuerdo emiratí ganó cómodamente, con un resonante 64% a 28%. Si una encuesta de mayo encontró una pluralidad de israelíes – un45% – apoyandola anexión (con un 32% en contra), la encuesta del domingo reveló cuán débil era realmente ese apoyo. Solo el 16,5% de los israelíes siguió prefiriendo la anexión cuando significa perder un acuerdo de normalización, incluso si es con un estado árabe distante que nunca los ha amenazado.
Los israelíes no resistieron el impulso dado por Netanyahu a la anexión, pero tampoco lo respaldaron. Fue una propuesta nacida de la derecha ideológica, pero que logró ganar tracción principalmente porque los israelíes no perciben ninguna esperanza real en el frente palestino.
Los palestinos perdieron mucho la semana pasada. No fueron “traicionados”, como se han quejado algunos líderes de la Autoridad Palestina, sino que simplemente fueron dejados atrás. No perdieron aliados vitales a los que les importe profundamente su causa, sino patrocinadores por una sola vez que todavía los apoyan vagamente pero que están cansados por la insolubilidad de su causa.
Los líderes y activistas palestinos pueden ofuscarse por la perspectiva, pero la iniciativa emiratí demuestra por sobre todo una cosa: si desean cambiar la política y el comportamiento israelíes, deben explicar de manera convincente a los israelíes que una retirada no es la catástrofe segura que tantos esperan. Los palestinos deben dar a los israelíes algo que perder o, más bien, algo que ganar que pueda justificar el riesgo de abandonar una parte significativa de las tierras altas de Cisjordania para entregarlas a un pueblo que se declara a sí mismo sus enemigos acérrimos.
Los palestinos no tienen mucho que ofrecer a Israel, excepto la única cosa que siempre han tenido y que los israelíes siempre han querido de ellos: el fin de la autodestructiva guerra argelina de Hamás. Si eso sucediera, los nuevos amigos de Israel probablemente estarían encantados – porpuro alivio – de incluir en el trato un aeropuerto, un puerto marítimo y US$ 15 mil millones.
Traducción: Daniel Rosenthal