Encontrar Las Palabras

Nejemia, así dice su libro, cabalga bajo la luz de la luna. No puede dormir. Las destruidas murallas de Jerusalém, a dónde ha vuelto, provocan desolación en su corazón. Es 445 AEC, casi un siglo y medio desde la catástrofe de Nabucodonosor y la deportación de los Israelitas a Babilonia.

Han pasado décadas desde que el rey persa Ciro autorizó el regreso de los Israelitas a Judea, de acuerdo al libro de Ezra. Un segundo Templo ha comenzado a construirse en el arrasado sitio donde Salomón erigió la Casa de YHWH, suficiente como para imponer reverencia en los peregrinos durante los festivales agrícolas.

Nejemia desborda de pena mientras cabalga a través de las ruinas. Al día siguiente reúne a los sacerdotes, jefes, y escribas: ‘Ustedes ven la tristeza en la que estamos sumidos, como Jerusalém yace yerma, sus puertas quemadas; construyamos los muros de modo que nadie nos reproche’.

Las obras duran cincuenta y dos días.

El primer día de Tishrei una multitud se reúne para abrir la calle desde la Puerta de las Aguas.

En el centro de lo que fue orquestado como un segundo momento de auto-definición está Ezra, que es a la vez sacerdote y escriba. Esta doble vocación importa porque lo que está por santificarse es la escritura. Ezra trae consigo “el libro de la Lay de Moisés que el Señor ha comandado a Israel”. La congregación (Nejemia detalla que consistía en hombres y mujeres, sin separación alguna) sabe que el momento solemne es inminente. Ezra está parado en una plataforma elevada sobre las rampas reconstruidas. A su derecha e izquierda están los sacerdotes y los escribas, levitas, observando la multitud que espera en silenciosa expectativa. Cuando Ezra abre el rollo, todos se ponen de pie. Antes de leer, bendice al Señor, el gran Dios y todos contestan Amen, Amen, levantando sus manos e inclinando sus cabezas. Entonces la lectura comienza. Para aquellos que están lejos los levitas están a mano para repetir, como si ellos mismos estuvieran involucrados en la creación de la palabra, en la que, de hecho, sí lo están. Como la lengua madre de la mayoría de los escuchas es el arameo y no el hebreo, los levitas eran fundamentales para hacer que la gente entienda, un asunto de traducción y explicación.

Lo que antecede son algunos extractos, traducidos libremente por mí sin otro propósito que servir a este editorial, del capítulo 2 del libro de Simon Schama “The Story of The Jews-Finding the Words” (*), que precisamente se titula, “The Words”. Ya leí este libro una vez, pero resulta interesante, acaso significativo, que esté leyendo acerca de “encontrar las palabras” ahora, cuando nos hemos adentrado en el libro de “las palabras”, “Devarim”, o comúnmente llamado “Deuteronomio”.

Como Schama mismo señala, Deuteronomio es mucho más que el quinto de los “libros de Moisés”; es una primera aproximación a narrar y ordenar el compendio de hechos, sucesos, milagros, y enseñanza que la tradición oral traía consigo. Este episodio que Schama recoge con tanto detalle y pasión, tal como ha sabido trasmitir todo su enorme bagaje de conocimiento y cultura, judío y universal, recrea a través de su maravilloso uso del lenguaje los libros de Nejemia y Ezra que él cita. Cuando leí estos pasajes sentí que era yo quien estaba “encontrando las palabras” en estos cincuenta días que separan Tisha BeAv de Rosh Hashana.

Debo confesar que en los últimos días estoy un poco cansado de leerme a mí mismo. De cierta prematura ansiedad, con el paso de las semanas, los rebrotes, y las limitaciones que ha impuesto la pandemia, he pasado de una euforia un poco inconsciente a un fatalismo casi derrotista. Si quisiera construir la analogía, soy un poco Nejemia cabalgando entre los restos de Jerusalém y alentando laboriosamente a reconstruir sus murallas, pero sin el celo ni la pasión de Ezra para acometer la lectura en Rosh Hashaná.

Al mismo tiempo, cuando tal vez el propio desasosiego me incitó a releer el libro de Schama, hallo que estos párrafos que recrean esa primera lectura pública de la Torá, lo que él llama “un segundo momento de auto-definición” (asumo que el primero fue Sinai), resultan profundamente inspiradores en tiempos en que la inspiración escasea. En definitiva, como en los albores de nuestra civilización tal como la conocemos y practicamos hasta hoy, todo ha sido cuestión de laboriosidad, piedra por piedra, y pasión e inspiración, palabra por palabra. Toda congregación debe contar con sus Nejemia y sus Ezra; cada uno de nosotros es un poco de ambos.

Para cuando llegue EL momento, nuestro día inamovible, Rosh Hashaná, veremos qué andamios y plataformas habremos podido construir, cómo y dónde estarán los congregantes. Al final de cuentas, también entonces, en aquel año 445 AEC, eran los menos quienes pudieron acercarse a escuchar a Ezra leer el texto; la mayoría escuchó su reproducción (palabra anacrónica en este contexto histórico) de los levitas. Será nuestro turno, este año 2020 EC, entre los Nejemia, los Ezra, y la congregación, encontrar el modo de que todos encuentren la palabra. Sea en las sinagogas o en internet, como hace dos mil quinientos años, y a como dé lugar, el judaísmo es acerca de lectura pública, enunciación, y congregación del relato.

Como estaba cansado de escucharme a mí mismo, preferí leer a Simon Schama. Encontrar en otro palabras para hacerlas propias es una de las grandes virtudes del Judaísmo. En especial, cuando uno ya no sabe qué decir.

 

(*) “The Story of The Jews-Finding the Words-1000 BC-1492 AD”, Simon Schama, 2013.