Tisha BeAv Subjetivo

Previo a Shabat escribimos sobre Av, Elul, Tishrei, y el destino nacional judío este año de transición hacia el 5781. En víspera de Tisha BeAv quiero compartir una experiencia más personal en relación a la fecha.

Nadie pone en duda que la destrucción de ambos Templos de Jerusalém existió, aunque la fecha sea más una convención que una certeza. Sucede que la memoria se construye con símbolos, o en términos del lenguaje, metáforas; o más específico aún, sinécdoque: Tisha BeAv es, como fecha, una parte del todo. No sólo tras el nombre del día, un signo en sí mismo, subyacen los hechos originales, sino que hemos acumulado a lo largo de la historia más y más desgracias para convertir la fecha en el gran duelo nacional judío. La parte no sólo es parte sino que es todo; ahí se convierte en metáfora.

La caída de los Templos de Jerusalém en 585 AEC y en 70 EC supuso, respectivamente, una primera aproximación a La Diáspora, si bien breve pero que ya quedaría instalada para siempre como forma de existencia, y una posterior gran dispersión fundadora de un nuevo culto, el de las sinagogas y las palabras en oposición al Templo y los sacrificios. Nosotros somos producto y testigos de ese cambio de paradigma, somos hijos del judaísmo rabínico, sin el cual seguramente el judaísmo no hubiera sobrevivido.

La idea de recuperar un 3er Templo de Jerusalém ha quedado circunscripta a las creencias mesiánicas y está lejos de ser un asunto en la agenda política de ningún partido con verdaderas aspiraciones de gobierno, en Israel o en el mundo judío en general. Cuando Israel reunifica Jerusalém en 1967 Moshé Dayan, viendo izarse la bandera de Israel en el Monte del Templo, dijo desde su punto de observación en el Monte de los Olivos: bájenla, no queremos incendiar el Medio Oriente. Aunque aquel momento histórico, la Guerra de los Seis Días y sus consecuencias territoriales, han quedado asociados por muchos con la redención final del pueblo judío, el Templo es asunto de minorías. Sigue siendo más metáfora que realidad.

Así como sucedió en la historia del pueblo judío que un duelo se ha conmemorado para siempre, todos somos pasibles de vivir nuestro propio 9 de Av personal. Momentos que por tristes y significativos han cambiado nuestras vidas para siempre; nos han proyectado hacía un futuro más desafiante y hasta mejor; por qué no, posible; han terminado de un día para otro, como aquellos novenos días de Av de 585 AEC y 70 EC, la vida tal como la conocíamos hasta entonces para enfrentarnos a otra por conocer. No que no supiéramos que el fin acechaba, no que no intuyéramos que era posible, pero una vez sucedido, la noción de supervivencia ha prevalecido sobre la de pérdida.

Todos podemos llevar con nosotros nuestro propio “jurban beit-hamikdash” (destrucción del Templo) personal, todos podemos doler, y todos podemos hacer referencia al suceso a lo largo de nuestra existencia. Pero ella no está construida sobre el duelo sino sobre la esperanza. El duelo como símbolo más que como realidad suma a nuestra fortaleza; la noción de pérdida realza nuestras alegrías (no en vano rompemos la copa en la ceremonia de Kedushin, casamiento judío); el recuerdo de lo que ya no es hace todavía más real la experiencia cotidiana.

Conjugar la experiencia nacional con la personal es una vieja aspiración de los poetas, muchas veces muy bien lograda. Desde “la cólera de Aquiles” en “La Ilíada” a “Hoy mi Deber Era” de Silvio Rodríguez, creo que personalizar la experiencia nacional, en este caso la judía, en tiempos tan inciertos y por qué no duros, suma sensibilidad, empatía, y solidaridad; y sólo con estos tres elementos podemos construir familia, comunidad, pueblo, y pertenencia.