Más sobre Judaísmo, Estado, y Sionismo.

Honey Kessler Amado, 14 de julio de 2020, para TuMeser, del original en inglés.

Resumen:

La solución del dilema Israel-Palestina es un tema difícil que necesita imaginación, confianza y voluntad política. Pero lamentablemente, en ausencia de estos, se mantiene el statu quo, y la visión de Peter Beinart de un estado o una confederación de dos miniestados, que atribuyo a la buena fe, es ilusoria y sin fundamentos históricos.

Debo comenzar rechazando cualquier duda sobre la sinceridad y la buena fe de Peter Beinart y su compromiso con el pueblo judío. Venimos de una tradición que acoge con beneplácito el debate, y este beneplácito no puede ser invalidado difamando al hablante con ataques ad hominem. La discusión sobre la sabiduría de una solución de dos estados o una confederación o solución de un estado de algún tipo puede sostenerse por sí sola sin atacar a personas que sostienen posiciones divergentes.

La teoría de Beinart sobre una solución de un estado, como la expresa en su breve artículo de opinión, “I No LongerBelieve in a JewishState” (Ya no creo en un estado judío), en elNew York Times, sección de opinión, 8 de julio de 2020, y su ensayo más largo, “Yavne: A Jewish Case forEquality in Israel-Palestine” (Yavne: Un caso judío en pro de la igualdad en Israel-Palestina, en JewishCurrents, 7 de julio de 2020), parecen basarse en la creencia de que un estado conjunto es la gran visión que crearía un movimiento masivo hacia la paz. No hay evidencia de que esta expectativa de un único estado viable sea realista.

I.

El rol de los líderes palestinos y los capitolios árabes en la situación actual está sorprendentemente ausente del análisis de Beinart. No fueron los israelíes ni los primeros colonos judíos del Ishuv (“asentamiento”) judío durante los dominios otomano y británico quienes rechazaron la existencia de un nuevo estado árabe junto a ellos para los nuevos palestinos: fueron los estados árabes los que rechazaron vociferando la existencia de un estado judío entre ellos. Fueron los estados árabes que rechazaron la idea de un estado judío, a expensas de sus hermanos musulmanes, en 1947, 1948, 1956, 1967, 1973, y que criticaron cada iniciativa para resolver el estancamiento palestino-israelí o toleraron violaciones sustanciales de las mismas durante los últimos 50 años. No está claro por qué una confederación sería diferente.

Aún así, existen modelos para la coexistencia de dos estados: Egipto e Israel han disfrutado de una coexistencia pacífica y algunas áreas de cooperación económica, si bien no una cálida amistad, durante muchos años. Jordania e Israel trabajan cooperativamente, cada uno reconoce sus problemas ambientales mutuos y comparte preocupaciones sobre el extremismo violento en la región. Incluso Arabia Saudita, quizás alguna vez considerada implacable, trabaja en silencio con Israel en asuntos de intereses compartidos.

Al permanecer en silencio sobre el rol del liderazgo palestino al negarse a una paz con Israel que reconozca la soberanía y el derecho de Israel a asegurar las fronteras, Beinart continúa con el mito del infantilismo y la falta de protagonismo palestinos. La discusión sobre la liberación de la opresión y la igualdad de derechos toca las notas correctas, pero en la partitura equivocada. Estoy de acuerdo sin reservas en que los árabes israelíes o los árabes palestinos que vivan dentro de Israel deben tener derechos y oportunidades plenos e iguales. Los que viven en Gaza y Cisjordania no son israelíes; sus derechos deben derivarse de un estado que sus líderes creen o, en la actualidad, en Gaza y las zonas de Cisjordania que sus líderescontrolan.

II.

Beinart sugiere que una confederación podría consistir en dos “miniestados”, uno judío y otro palestino dentro de la nueva Israel-Palestina. Es difícil entender por qué esto sería más aceptable que una solución de dos estados, con dos estados viviendo uno al lado del otro, cada uno con una expresión completa de sus aspiraciones nacionales, religiosas y culturales. Beinart ilustra su visión de una confederación con una imagen que es discordante y que parece olvidar lo importante que es el respeto mutuo por la auténtica expresión de sí mismo del otro: Beinart sugiere lo bueno que sería para un imán decir la oración islámica du’a’por los muertos en YadVashem y para un rabino decir El MaleiRachamim, nuestra oración por los muertos, en DeirYassin, un pueblo que será el sitio de un museo que conmemorará a los 750.000 árabes que huyeron o fueron expulsados durante la lucha de Israel por su independencia. Quizás la mayor muestra de respeto sería que el rabino y el imán, cada uno, dirija su propia comunidad en oración, mientras que la otra acompañe respetuosamente el reconocimiento de la santidad de la pérdida de cada comunidad.

La teoría de Beinart se basa en la premisa de que el sionismo, como se expresara originalmente antes de 1940, preveía solo una patria judía, no un estado judío. Pero su referencia a una definición desde un punto de vista muy limitado de la historia ignora que las discusiones sobre el sionismo de fines del siglo XIX y principios del siglo XX preveían una patria judía porque un estado parecía algo imposible de lograr. Pero a fines de la década de 1930, a medida que Europa se volvía cada vez más peligrosa para los judíos, los sionistas se dieron cuenta de que un estado era esencial. De hecho, las devastadoras consecuencias de no tener un poder político en el Ishuv judío, en la patria de Eretz Israel, por entonces controlada por los británicos y no por los judíos, se ven en el Libro Blanco de 1939, que cerró las puertas de Palestina a los refugiados judíos, encerrando eficazmente a los judíos en Europa durante esos días asesinos. El Libro Blanco de 1939 no fue un guiño británico a los alemanes; fue un guiño a los árabes. Si bien Israel ha forjado nuevas relaciones con los árabes del siglo XXI, las lecciones de la historia al menos deberían hacernos tomar una pausa para considerar si la seguridad de los judíos del mundo debe conferirse a una confederación con una patria judía en lugar de un estado político judío.

Además, el uso de una definición anterior a 1940, u objetivo declarado, del sionismo como piedra de toque para un mundo posterior a 1940, ignora que los dos mundos son completamente diferentes. Pretender que vivimos en un mundo donde la Shoá no ocurrió es ingenuo. La historia es una maestra severa. No hay ninguna razón para suponer que las comunidades judías no estarán o no estaban nuevamente en riesgo después de 1940. De hecho, ¿a dónde fue la mayoría de los judíos soviéticos al abandonar una Unión Soviética opresiva y antisemita? Sí, muchos a los Estados Unidos y algunos a Alemania; pero la mayoría se fue a Israel. ¿Adónde fueron los judíos etíopes cuando intentaron escapar de un país en hambruna y antisemita? A Israel, porque ¿quién más los invitó a ir? ¿A dónde fueron los judíos que escaparon del antisemitismo en los países árabes? Sí, algunos a los Estados Unidos, pero la mayoría a Israel.

Lamentablemente, la historia judía sugiere que la seguridad de las comunidades judías no tiene una base en los estados políticos donde los judíos son minoría. Además, la experiencia de los judíos en los países árabes sugiere que la seguridad de una patria judía no está en un emprendimiento conjunto. De hecho, una definición del sionismo es la capacidad de los judíos de tener las herramientas necesarias para su propia defensa.

III.

Dicho esto, si los judíos ven a Israel solo a través del lente de la autopreservación, entonces yo estaría de acuerdo con aquellos que dicen que este es un lente demasiado estrecho. Israel también es la oportunidad para una expresión plena del judaísmo que intente crear una sociedad justa y vibrante, una sociedad que abrace la ley, la literatura, las artes, las ciencias y la Torá. Esa sociedad es un objetivo aspiracional, y podemos criticar a Israel por las políticas que no reflejen estos objetivos o nieguen los derechos políticos y religiosos de cualquier ciudadano israelí. Podemos trabajar, como muchos lo hacen, para impulsar a Israel hacia su mejor yo, que incluye gobernar con justicia a todos los que están dentro de sus fronteras. YehudaKurtzer lo dice bien: después de tan solo 70 años es demasiado pronto para suspender este experimento de autogobierno y democracia en Israel.

IV.

Parecería que el statu quo de una situación no resuelta en Cisjordania y Gaza es insostenible, pero la ausencia de voluntad política por parte de los líderes palestinos e israelíes para crear una solución de dos estados sugiere que el statu quo les sirve a todos en este momento. El apoyo a una solución de dos estados ha disminuido tanto en el público israelí como en el público palestino, pero basado en la viabilidad, no en cuestiones filosóficas. Lamentablemente, tanto israelíes como palestinos parecen haber perdido la fe en las negociaciones bilaterales. Por lo tanto, puede ocurrir que ni israelíes ni palestinos necesiten una gran visión “lo suficientemente poderosa como para crear un movimiento masivo”, sino que lo que necesitan es la confianza suficiente del uno hacia el otro y líderes con la voluntad política para buscar soluciones colectivas al estancamiento.

Traducción: Daniel Rosenthal

Honey Kessler Amado es Abogada, fue Presidente de su Comunidad, reside en Los Angeles, EEUU.