Sionismo de Estado
En los últimos días se ha desatado en el mundo judío estadounidense una polémica en relación a la naturaleza de Israel: por un lado, el periodista liberal (columnista de CNN entre otros medios) Peter Beinart descartó el proyecto de dos Estados y propuso uno solo binacional, que él denominó Israel-Palestina; por otro lado salieron a su cruce intelectuales de igual talla y mérito como Yehuda Kurtzer, Presidente del Shalom Hartman Institute North-America, y Daniel Gordis, ex rabino del Movimiento Masortí y actualmente escritor y conferencista; además de Benjamin Kerstein, también escritor y periodista. Beinart y Kurtzer viven en EEUU, Gordis y Kerstein en Israel.
Cuando vi el asunto estallando en Twitter salí a buscar todo el material relevante en relación al tema. Porque he tenido el privilegio de compartir muchas horas de estudio a lo largo de los años con estadounidenses, sé que su visión de Israel es muy diferente a la mía, por no decir, “la nuestra”. Sin embargo, las tan aireadas reacciones de Kurtzer y Gordis por un lado, y el ataque casi personal a Beinart por parte de Kerstein por otro, me llevaron a imaginar una nueva vuelta de tuerca a esta novela sobre el tumultuoso vínculo entre la comunidad judía estadounidense e Israel.
Beinart pone el dedo en la llaga cuando propone un único Estado binacional, democrático, y alude a modelos como Irlanda o Sudáfrica post-Mandela. Reduce a Israel del status de “Estado Judío” a “Hogar Judío”, y centra su propuesta en el sufrimiento del pueblo palestino. Da por descontado que, atendidos sus reclamos, éstos dejarán de ser hostiles hacia sus vecinos judíos. Justifica su propuesta en el statu-quo que ha prevalecido en los últimos diez años, con un proceso de paz que no ha avanzado, y sostiene que la situación es insostenible y sobre todo inaceptable. Debo señalar, sin la ferocidad ni la argumentación de B. Kerstein, sólo en base a mi lectura, que Peter Beinart habla desde una torre de marfil, sin ensuciarse las manos; lo que por estas latitudes llamaríamos “una charla de café”. Aun así, causó suficiente revuelo como para distraer a sus colegas pensadores judíos de la pandemia, Trump, Netanyahu, y otros temas más actuales. Repito: puso el dedo en la llaga, y la pregunta es, ¿qué llaga?
Como sugiero en mi blog en inglés (https://blogs.timesofisrael.com/israel-the-jewish-state-2/) el problema no es la propuesta de Beinart en sí (él no tiene poder político, ni siquiera lobby, es un analista político) sino a qué obedece la reacción de los otros: el vínculo de los judíos estadounidenses con el Estado de Israel o, yendo un poco más lejos, la identidad judía estadounidense en relación al Estado de Israel. Creo que las reacciones “sionistas” de Kurtzer, Gordis, y Kerstein (diferentes grados y conceptos de Sionismo, pero Sionistas al fin) obedecen al temor que prevalezca un judaísmo no-sionista, que prescinda de Israel. Es un hecho: esto ya está sucediendo, hace mucho, entre los judíos de los EEUU; del mismo modo que hace mucho que los casamientos mixtos están instalados y son mayoría entre los judíos de los EEUU.
¿Por qué habría de preocuparnos el asunto en este extremo del mundo? Porque, a pesar de nuestra sólida formación sionista juvenil, a pesar de ser el país que más jóvenes manda a los planes anuales en Israel, a pesar de que nuestras instituciones judías son todas inequívocamente sionistas, la opinión pública internacional y local, la política de los sucesivos gobiernos de Israel en estos últimos diez años, y el complejo entramado social, étnico, y religioso de Israel, han hecho temblar los cimientos de nuestro apoyo incondicional de setenta años. Nos enorgullecemos de Israel cuando hablamos del “start-up nation” pero nos sentimos incómodos cuando tenemos que explicar una operación militar en Gaza, aun cuando no suponga ataques sino defensa; nos enorgullecemos de la ayuda sanitaria a la población siria o palestina, pero nos incomoda hablar de los puestos de control en Judea y Samaria. Nos enfurece (a mí en primer lugar) cuando se publican informes sobre estos temas, cuando vemos que el lente capta una imagen alevosa y parcial; sin embargo, el lente capta algo que existe, por manipulada que esté la imagen.
“La Ocupación” es un tema a la vez moral y de seguridad nacional para Israel. El control sobre Judea y Samaria, o Cisjordania, o los territorios “en disputa”, genera anomalías éticas que trae consigo el poder (los judíos somos poderosos como nunca por primera vez en la historia), a la vez que es condición sine-qua-non para la seguridad del Estado. Al mismo tiempo, la transformación de la sociedad israelí ha habilitado coaliciones gubernamentales sumamente originales pero que poco han avanzado en asuntos que no sean riqueza, tecnología, y seguridad. Cuando todavía abrevamos en un Israel de justicia social, cuando todavía cantamos “Shir Lashalom” en los actos institucionales, mal podemos acomodarnos a estas nuevas realidades mucho más duras.
A diferencia de los judíos de los EEUU, nuestras comunidades se han achicado dramáticamente con el correr de los años. Las crisis, económicas y de las otras, han sido la principal causa de Aliá, del mismo modo que el antisemitismo lo es desde Francia. Para nosotros no existe la opción de cuestionar ni el Sionismo ni el Estado de Israel como Estado Judío. Nadie osaría entre nosotros proponer semejante disparate; sin embargo, sí he escuchado voces que prescinden de Israel porque nos incomoda el Israel de hoy. Los argumentos en pro de un Israel con mayoría judía a la vez que democrático (ecuación que demanda la eventual resolución del statu-quo respecto de La Ocupación) abundan (en los autores citados y cientos más), mientras que la propuesta de Beinart ignora el drama y la historia judía en aras del drama palestino; está en su derecho, pero eso no lo valida como opción.
Desde el primer paso (mítico, simbólico, aunque no histórico) que da el patriarca Abram en Génesis 12:1, la dirección es “la tierra que te señalaré.” No hay destino sin tierra, y como ya se laudó oportunamente, la tierra es Israel. Lo cual no impide que, así como leemos la Biblia con crítica y perspectiva histórica, podamos leer y cuestionar el devenir histórico del Israel moderno, en todas sus carencias y logros. Me atrevo a sugerir que, si quisiéramos ver la historia judía como una suerte de enormes mojones, si el año 70EC fue el inicio de una segunda era (rabínica, de exilio, de persecución), 1897 (1er Congreso Sionista) podría ser el comienzo de una tercer era, la Sionista. La historia sólo avanza y aunque ésta sea una lectura simbólica, bien vale como inspiración: no deberíamos darnos el lujo de pensar que habrá un nuevo Yavne porque, sencillamente, en aquel tiempo no había un Israel como el de hoy.
A veces tendemos a pensar que el mundo judío está más a merced de sus divisiones cuando en realidad está unido por su historia y rasgos comunes. Nos regocijamos en nuestras diferencias, nos auto-excluimos por ellas, pero al final del día a todos nos preocupan las mismas cosas: sustento, seguridad, tradiciones, y libertad. La experiencia de los judíos en los EEUU ha sido históricamente exitosa, pero en los últimos años se ha visto comprometida por el ascenso de fuerzas radicales en ambos bandos: el conservador de Derecha en el Partido Republicano, con Trump a la cabeza, y el radical de Izquierda en el Partido Demócrata, con congresistas como Ocasio-Cortez liderando un discurso antisemita. Sumado a una escalada de reales ataques antisemitas, bien podríamos ser testigos de un cambio importante en la realidad y percepción de los judíos de los EEUU; tal vez los seguidores de Peter Beinart disminuyan con el correr de los años.
Probablemente en nuestro caso sea a la inversa: estamos todavía muy aferrados al Guetto de Varsovia y no terminamos de aceptar como inherentes los derechos que tenemos como ciudadanos en los países en que vivimos. Tal vez nos aferremos a Israel como ideal más que como realidad (a excepción de cuando hacemos Aliá), y en ese sentido nos cueste aceptar su deterioro moral y ético, su politiquería, su desigualdad social, y las consecuencias de ser potencia en una región volátil. Lo que no nos debemos permitir es caer en la trampa de la desvinculación del Estado de Israel ni del Sionismo como ideología e identidad. Propuestas como las de Beinart debilitan tanto una como otra, y lo que sucede allá en el norte bien puede servirnos de advertencia y aprendizaje de lo que podría suceder aquí.
Fuentes:
https://jewishcurrents.org/yavne-a-jewish-case-for-equality-in-israel-palestine/
https://blogs.timesofisrael.com/end-the-jewish-state-lets-try-some-honesty-first/
https://www.tabletmag.com/sections/israel-middle-east/articles/the-jews-of-privilege
ttps://www.tabletmag.com/sections/belief/articles/memory-malpractice-beinart