El Shabat después de la Cuarentena
El pensamiento binario, base de los lenguajes de programación, nos ha llevado a pensar cada vez más rápido. Las situaciones más complejas pueden comprenderse y por lo tanto tomarse decisiones en base a un modelo de pensamiento racional donde las respuestas son sí o no, y en base a las mismas se van construyendo escenarios. Sin embargo, con el caso de la pandemia del Covid-19, ha quedado claro que este tipo de pensamiento tiene sus aplicaciones específicas pero también sus límites naturales, en la medida que la realidad siempre ha resultado más compleja que cualquier modelo. La metáfora de las perillas acuñada por el presidente Lacalle Pou ilustra con claridad los límites de pensar por medio de modelos, sean científicos, o ideológicos. Nada puede sustituir la propia experiencia; la capacidad de adaptación en base a la misma es una fortaleza, lo contrario una debilidad.
Llevado a una escala mínima, pensemos en la experiencia comunitaria y religiosa judía en los pasados tres meses y en especial a la luz de este cuarto mes que se inicia con experiencias desconocidas. Cuando la realidad era binaria, la opción fue cerrar los templos y las comunidades y pasar, tecnología mediante (una bendición de nuestro tiempo), a un contacto virtual. Cerramos los edificios, dejamos de hacer ceremonias, y aquellas imprescindibles se hicieron en condiciones desconocidas para nuestra generación. Cada comunidad o congregación mantuvo el contacto con sus miembros de la forma que entendió más adecuada; pero a todos nos unía el espanto.
Pasado el pico que por aquí nunca llegó, es hora que nuestros pasos tejan el laberinto que nos lleve del espanto al amor (a esta altura está claro que estoy parafraseando a J.L. Borges en su poema “Buenos Aires” de 1963); no el laberinto griego sino el aprendizaje judío que supone esta nueva y reeditada travesía del desierto, para enfrentarnos a nosotros mismos y a nuestro destino. ¿Cómo volveremos a abrir los edificios si aun nada ha terminado, si no sabemos si habrá una enésima plaga en nuestra historia y la de la Humanidad? Somos un poco como el pueblo que escuchó a los espías y no supo qué versión escuchar; ha pasado mucho tiempo y la dicotomía absoluta entre la fe ciega y la incredulidad absoluta está largamente perimida; hoy sabemos mucho más y eso hace todo mucho más complejo.
Cuando entré a mi sinagoga en la NCI de Montevideo el viernes pasado estaba claro que la pandemia había pasado por allí, aun con el edificio cerrado: las sillas reglamentariamente distanciadas eran sólo una débil metáfora del distanciamiento físico auto-impuesto; no nos veíamos las caras por los barbijos; y cientos de miradas remotas estaban clavadas en decenas de pantallas, construyendo la otra metáfora, mucho más sólida, que muchos ofrecieron: que la sinagoga se extendía hasta sus casas. Después de más de noventa días viviendo en la virtualidad, este realismo tenía mucho de onírico más que de mágico: no era un milagro, era sólo una pesadilla prolongada tornándose sueño, escapando de las tinieblas hacia la luz. Tal vez la imagen funcione mejor en el hemisferio norte; aquí, cuando terminó Shabat, nos tocó la noche más larga del año…
Yo sentí mi sinagoga fracturada y con ella fracturada mi comunidad: los que estábamos y los que no, los que vieron el streaming y los que no, los que acataron y los que no. Es todo tan ambiguo, tan poco certero, tan forzado, tan anti-natural… no que los judíos no sepamos de situaciones similares; ¿qué ha sido “normal” en nuestra historia? Transformamos El Templo en sinagogas, sacrificios en rezos, preceptos en halajá, y la Shoá en un Estado. ¿Por qué habría de asustarnos una pandemia?
Porque las experiencias de los hombres las cuentan los hombres en colectivo, pero las experimentan los hombres en su individualidad. No todos somos Najshón pero muchos nos adentramos al mar, construimos el Tabernáculo, y hacemos las ofrendas; la mayoría no está nombrada en el libro de “Números”, pero todos estamos contados. Sólo que a veces somos uno de los diez espías, o ni siquiera eso: somos uno de los miles que escuchan los cuentos de los espías. Cuando el mundo ha dejado de ser predecible, ¿cómo podemos no dudar acerca del futuro? Por suerte siempre habrá Iehosuás y Calebs dispuestos a enunciar el mayor optimismo y finalmente liderarnos a la conquista de nuevos tiempos. Como en la Torá, si no es uno, serán sus hijos, que puedan mirar del Covid-19 hacia delante, y no hacia atrás.
Tal vez el próximo viernes sentiré un poco menos la fractura, vuelva a ubicarme en “mi” lugar en la sinagoga, y aprenda a mirar a mis prójimos desde esta distancia a la que un virus nos obliga y adivinando sus rostros en sus ojos. Mientras tanto, como nunca, me gana mi dimensión humana que cada día busca un sentido a cada paso que da. Que cuando no lo encuentra, le gana la desesperación y la demanda ante sus compañeros de camino, como aquellos insufribles israelitas que demandaban certezas, Egiptos hacia dónde volver. Lo que sí tengo claro es que no existe Egipto, como individuo y como pueblo, al que quiera volver.