Los Sonidos del Silencio

El pasado miércoles 20 de mayo en ocasión de la “Marcha del Silencio” virtual que se llevaría a cabo ese día, en su audición radial en M24 y reproducido por Montevideo Portal, el ex Presidente José Mujica dijo, entre otras cosas: nadie puede pedir que ciertas cosas se olviden porque no se olvidan, porque siguen viviendo, porque siguen existiendo, como en todas partes de la tierra, como los armenios que recuerdan su holocausto, como los palestinos, como tantos y tantos pueblos, como el propio pueblo español. Recalco “entre otras cosas” por aquella vieja máxima tan abusada por él mismo y por sus detractores de que “así como te digo una cosa, te digo la otra”. Es que es evidente que el Presidente Mujica dice de todo, todo junto, entreverado “como en botica”, y casi como una asociación libre digna del psicoanálisis más elemental. No se hace responsable por sus palabras porque en definitiva nadie lo llama al orden.

Que matar es matar es una verdad tan obvia como incontrastable. Es una prohibición, un mandamiento, el supremo no-valor moral y ético: no matarás. De modo que vale igual una muerte en el seno del pueblo español (asumo que se refería a la Guerra Civil), en la sociedad palestina, en el genocidio armenio… el problema no es con condenar la muerte u otros actos barbáricos propios de la guerra o conflictos de odio y sangre (raciales); el problema de los dichos de Mujica, como muchos han señalado (el Profesor Rafael Winter fue quien lo señaló y llamó mi atención al respecto), es qué se nombra y qué NO se nombra. Los descuidos del Presidente Mujica parecen azarosos pero no son nada de eso. Con su retórica de boliche zampa las barbaridades más atroces sin despeinarse y para delirio de su tribuna; y disgusto de la nuestra, que lo mira de enfrente.

No voy a entrar en qué es “holocausto” y qué es “genocidio”, ni siquiera discutiré que los palestinos no han sufrido genocidio alguno, al menos no a manos de Israel, como afirmara inequívocamente el Presidente Mujica cuando, ejerciendo el cargo, lo afirmó en 2014, mientras el entonces Canciller Almagro lucía una provocadora bufanda palestina; ni me ocuparé yo de mencionar lo que el Presidente Mujica no nombró, como el sí genocidio en Siria, o los Balcanes en los noventa, o África (hay para elegir); y por supuesto no seré yo quien traiga a colación la Shoá. El Presidente Mujica sabe que los judíos nos hemos hecho cargo de que no se “olvide”, que siga “viviendo” su memoria, que siga “existiendo” como desvalor humano en su máxima y aterradora expresión. Nada de eso hace falta.

Traigo a colación el episodio una semana después porque ilustra los peligros de no hablar. Porque concuerdo con el Presidente Mujica que hay cosas que “no se olvidan”, y silenciarlas es el principio del olvido. El problema no es “no olvidar” sino qué hacemos con el recuerdo y cómo este construye el futuro, cómo mejora la sociedad donde ocurrió la tragedia: sean los Desaparecidos, el pueblo armenio, el pueblo judío, los países balcánicos, África, o los EEUU que aun pagan el precio de la esclavitud… la Historia está llena de actos de recordación y reparación, y suelen ser procesos largos y complejos. El Covid19 obligó a los organizadores de la tradicional Marcha del 20-5 a ser creativos, y en lo personal, nunca estuve tan sensible respecto de este día como este año.

Como colectivo, también nosotros debemos cuidarnos de qué elegimos decir. Omitir, soslayar, bajar el perfil, no marcar la cancha frente a hechos aparentemente aislados (que cada vez se tornan menos tales) no contribuye a perpetuar la memoria de la Shoá, los pogromos, los actos terroristas, ni ningún episodio de tipo antisemita. Porque todo empieza con pequeños hechos, y a veces no pasa de eso, pero el fenómeno está, subyace, y se perpetúa. El calendario anual está bien nutrido de actos de homenaje y recordación con diferentes tonos y acentos, perfiles y mensajes; todos ellos contribuyen a construir memoria. Pero la vida está hecha también de pequeños episodios que pueden encerrar odios más inmediatos que los que conmemoramos, sean de hace quinientos o setenta y cinco años. Si algo ha cambiado en la historia del pueblo judío es que hoy podemos hablar, hay leyes que nos protegen en cada país que habitamos, y estamos organizados para hacerlo.

Así como no soslayamos el silencio de otros, la elección de NO decir o nombrar algo, cuidémonos de lo que nosotros elegimos NO nombrar, callar, minimizar. La “omisión” del Presidente Mujica no es grave sólo por sí misma; lo es porque delata las omisiones de gente como nosotros, mucho más anónimos, con mucha menos voz y llegada.

Es cierto que si un árbol cae en un bosque y no hay quién lo escuche, no habrá sonido. Pero si alguien lo escuchó y no lo cuenta, el efecto será el mismo: no sólo no está construyendo ni memoria ni futuro ni humanidad; el hecho ha dejado de ocurrir.