«Unidad» Nacional

Hoy seré contundente. No se trata de un análisis sino de una sensación: bronca. La resolución político-electoral  en Israel, el otro país que habito, pero en forma sentimental, no real, me ha decepcionado profundamente. Me he quedado sin argumentos frente a aquellos que, por estas mismas razones, deciden desalinearse de Israel; mi subjetividad respecto al ideal “Israel” seguramente no me permita sumarme a esas filas, pero así como he evitado muchas veces, hasta hoy, vocalizar mi crítica respecto del derrotero político israelí, hoy quiero expresar mi más profunda decepción.

Tampoco seré yo quien analice la circunstancia, coyuntura, y concreción del nuevo gobierno. Hay analistas políticos, periodistas, e intelectuales que lo hacen mucho mejor y con más conocimiento de causa; además de vivir y votar allí, en el terreno. Yo soy un Sionista acérrimo que ha visto, hasta ahora con respeto, no sólo cómo la composición social de Israel ha cambiado sino cómo estos cambios han incidido en los sucesivos gobiernos, hasta esta tristísima culminación de un mal llamado gobierno “de unidad nacional” bajo, cuando no, el liderazgo de Netanyahu.

En un sistema democrático la rotación en el gobierno es fundamental. La Enmienda 22 de la Constitución de los EEUU es sabia: limita la duración de los mandatos presidenciales a dos, un total de ocho años. Si nos descuidamos, y hoy no parece imposible, en términos estadounidenses Netanyahu bien podría llegar a cuatro mandatos. Por fuertes que sean el resto de las instituciones de un país, más de diez años de poder es un exceso. En Israel no sólo se ha excedido ese plazo, tampoco las instituciones están a la altura de la hora. El sistema judicial está jaqueado por el propio gobierno.

Israel fue creado como refugio para los judíos de todo el mundo y como factor normalizador del pueblo judío en el seno de las naciones; esto es “Herzel básico”. Esas dos funciones se han cumplido. Sin embargo, fiel a su tradición judía y a algunos ideales muy en boga en los años que surgió el Sionismo, ideales muy afines al discurso de los grandes profetas bíblicos, el Estado de Israel aspiró a replicar, en términos políticos y de soberanía, esos ideales y valores por sobre consideraciones pragmáticas. Israel tenía una noción clara de su necesidad de defenderse y ser viable a la vez que una dosis suficiente de aspiraciones relacionadas con la libertad individual, la igualdad frente a la ley, el respeto por las minorías (“porque esclavos fuisteis en la tierra de Egipto”), el valor de la vida, y la prevalencia de un sistema democrático por sobre los intereses nacionales.

Hoy Israel parece estar en control, tecnología mediante, de su seguridad nacional; es territorialmente viable y económicamente poderoso; es innovador, creativo, y permanentemente ofrece al mundo opciones y alternativas tanto en el campo científico como intelectual. También siguen apareciendo profetas en la tierra de Israel. Como antaño, estos profetas vienen a advertirnos de las carencias éticas en las que estamos cayendo. Como señala Eva Illouz en un artículo que reproducimos junto a este Editorial, el Coronavirus nos ha golpeado como un planeta que veíamos venir en nuestra dirección aunque queríamos creer que no colisionaría; pues sí lo hizo.

Es en esta crisis donde definitivamente lo peor de este Israel “de derechas”, como lo denominábamos el 26 de febrero pasado, se ha manifestado: Gantz pasó de ser oposición y “justiciero” de Netanyahu a ser su próxima víctima política, como ya lo fue Lapid; el sistema judicial podrá ser manipulado por Netanyahu y los políticos en general; los partidos ultra-ortodoxos, esos que le dan inmunidad a multitudes desobedientes en tiempos de pandemia, mantienen intacto su poder; la respuesta a su desobediencia es sacar el ejército a la calle a cumplir una función civil y encerrarlos en una suerte de guetto; y la manera de controlar la conducta de la población en términos sanitarios es una herramienta usada para prevenir ataques terroristas.

Por si fuera poco, el uso político de la pandemia, al cual no escapa ningún país, en Israel ha sido descarado y flagrante: abuso mediático populista, ganar tiempo y ejercer presión en nombre de la crisis, y usar recursos reñidos con la democracia. Más aun: las prohibiciones que aplicaron a la población durante Pesaj no aplicaron a los líderes, Presidente Rivlin incluido; decepción.

Si Yuval Noah Harari, académico devenido gurú, pudo hablar de la ausencia de un régimen democrático en Israel, lo menos que podemos hacer es estar alertas. Porque la pandemia algún día pasará y en la normalidad que sea Netanyahu habrá emergido como autoridad máxima e indiscutida sepultando a su paso no sólo políticos sino ideales a los cuales, a pesar de su impotencia político electoral, buena parte de los israelíes y una gran parte del pueblo judío no están dispuestos a renunciar.

La pandemia ha puesto a todos los países en términos de igualdad; todos somos víctimas, hay un solo victimario. El país más poderoso del mundo sucumbe día a día frente a nuestros ojos. Nuestro Israel, es atacado no ya por fuerzas enemigas o terrorismo sino desde su interior por este virus letal, que pone a prueba los Estados y sus sistemas. Precisamente, en esta suerte de examen que el mundo está atravesando, creo que Israel no ha dado la talla. No me refiero a su solvencia científica, me refiero a su solvencia moral.

No cabe duda que debemos seguir estudiando las fuentes: no sólo en busca de inspiración sino de diálogo a través de las generaciones, porque es a esta generación y las sucesivas a quienes toca el desafío de sostener la soberanía judía en la tierra de Israel (y eso es innegociable) en términos de valores éticos y morales por sobre cualquier otro valor. Si Israel hoy no está en esa sintonía, es nuestra obligación señalarlo: no que la “bronca” contribuya demasiado, pero hay días que apenas da para eso. Que no es poco. Uno se harta de tanto chauvinismo barato y perspectivas tan sesgadas.